domingo, julio 22, 2007



La gente se suele buscar las parejas en función de afinidades superfluas: aficiones, gustos, forma de vestir, que hablen el mismo idioma... pero para encontrar una pareja que sea para toda la vida, yo, desde la modestia de este pequeño rincón del ciberespacio, recomiendo buscar a aquella media naranja en función de otra cosa más importante si cabe que las anteriores mencionadas. Son hábitos que marcarán el futuro de la convivencia casi tanto como que te guste la filosofía o el fútbol:
- El abrir y cerrar de puertas de los armarios de la cocina.
Sé que en un principio esto no es fácil de entender para los profanos, pero los que ya llevan un tiempo viviendo en pareja saben de lo que hablo: de buscar una pareja que te complemente. Es decir, si tú eres de las que se dejan abiertas los armarios de la cocinas, búscate un varón que sea metódico en el cerrado del mobiliario que rodea a los fogones; si cometes el error de buscar a un varón con el mismo hábito de dejar abiertas las puertas de la cocina, en vuestra casa reinará el caos y la destrucción. La destrucción de vuestras respectivas cabezas se entiende, pues parecerá vuestros cráneos partes de la luna de los chichones que os vais hacer por tener constantemente las puertas abiertas. Además, será de gran disgusto de las visitas el veros en perpetuas heridas craneales y con las judías y la sal en constante exhibicionismo.
Si por contra, sois ambos los que os molestáis en tener cerradas las puertas de los armarios de las cocinas, caeréis uno de vosotros sin remedio en una depresión, pues habrá una lucha por el poder por ver quién es el que cerrará las puertas siempre. En esa lucha por el poder habrá un vencedor y un vencido, algo que es contrario de lo que debe ser una pareja feliz y en armonía.
Para que una pareja funcione, tiene que haber uno que se deje abiertas las puertas de los muebles de la cocina y otro que vaya detrás y que las cierre. Más que nada para que el primero sea reprendido por el segundo por su dejadez y a su vez sienta cierta sensación de dominio sobre el primero, que le hará sentir bien y no buscar el conflicto en otras áreas de la convivencia más frágiles y de peor resolución.
Los matrimonios que formamos mi chica, mi cuñado, mi hermana y yo funcionan porque hemos delegado las funciones de cerrar las puertas mi hermana y yo en nuestros respectivos cónyuges. Ellos se sienten felices de reprendernos por dejarnos las puertas abiertas y nosotros a la vez nos sentimos felices por darles la oportunidad de hacerles sentir que dominan la situación, que son los que tienen el control del hogar. Gracias a esta feliz circunstancia, en nuestros respectivos hogares reina la paz, la alegría, la concordia, y puestos a ser cursis, el amor.
Cariño, ¿qué sería de nuestra vida en común si yo de repente me pusiera a cerrar las puertas que me dejo abiertas de la cocina? ¡Cundiría el caos! Puede que fuera el fin de nuestra convivencia. Tendríamos un montón de ladrillos que podríamos utilizar con fines especulativos, pero habríamos dejado de tener un hogar.
Por eso, si permitís un consejo a este humilde propalador de sentimientos que ensucia con sus letras el ciberespacio, buscáos los que acostumbráis a cerrar las puertas a alguien que se las deje abiertas, y viceversa. Sólo así será posible que persista la armonía del universo, en particular, la de los fogones: El fuego encendido del amor
Y recordad: muchas puertas son las que hay que abrir. Más que las que hay que cerrar. Abrir una puerta es camino de la utopía y cerrarla es camino del orden. De tal combinación, fruto del amor, es la clave de la evolución humana.