domingo, diciembre 24, 2006


Fundamentalmente, para desenvolvernos en sociedad nos preocupa tener armas. Queremos tener la espada y el puñal necesarios para defendernos en esta loca civilización: me refiero a un físico esplendoroso y a un cociente intelectual destacable.
Lo cierto es que la mayoría de la gente somos físicamente hablando, del montón; no sobresalimos ni por feos ni por guapos. A todos nos gustaría tener un cuerpo excelente, porque es cierto que el ser guapo abre muchas puertas y predispone a la gente a tratar mejor a los que lo son.
Hay uno de esos tontoestudios ( esas cosas que sirven para hablar con los amigos en las barras del bar o para poner en un blog cuando el autor está espeso ese día y no tiene otra cosa más interesante de la que hablar) que los hombres altos suelen tener mejor sueldo y acaparar los mejores puestos de las empresas. Es curioso, pero si me pongo a pensar en las empresas en las que he estado, casi todos los jefes eran muy altos. Me acuerdo que uno de los hombres más altos que he conocido pasó de ser de un reponedor que llegaba a las baldas más recónditas del almacén a ser un alto jefe que imponía con su estatura a los sufridos, bajitos y mal pagados reponedores. Hablo de los altos, porque ser alto es cualidad valoradísima entre las mujeres. Si eres alto y guapo, tienes los dos pasaportes más eficaces para atravesar las fronteras sociales más inexpugnables.
La belleza se usa como medio de selección de los individuos, de forma consciente o inconsciente, por eso vivimos en la era de la imagen y por eso las clínicas de cirugía estética gozan de gran predicamento.
De todos modos, ya he comentado en alguna ocasión que lo que me gusta cuando voy en tren es observar caras, comprobar lo disímiles que somos físicamente y que la "fealdad" me parece más interesante que la belleza: éste tiene la cara como el capitán Haddock, aquél con sus bigotes tiene la misma pinta que un obrero del diecinueve, aquélla tiene los labios finos de la Gioconda, ¡Joder ésa, Cómo se parece a Sabrina!
No sé quien dijo, que con esto de los progresos de la ingeniería genética, podrían llegar a tener todos los hombres y mujeres del futuro, el aspecto de Ken y Barby. ¡Vaya un mundo aburrido!
Cuando no se es guapo ni atractivo, nos quedamos con el consuelo de creernos inteligentes. Por eso, para que no se hunda nuestra autoestima, huímos despavoridos de los test de inteligencia; si uno puede esquivarlos, no los hace, lo malo es que cada vez las empresas recurren a ellos más asiduamente como forma de selección de personal, pese a que están muy cuestionados por ciertos sicólogos y siquiatras; siempre se pone el ejemplo de aquel señor de la selva que sale que es retrasado mental en el test de inteligencia. El test está hecho bajo los patrones educacionales del hombre occidental, y se dice, con toda la razón, que seguramente un hombre occidental, que haya sacado buena nota en el test, puesto en las misma condiciones que el hombre de la selva, se moriría de inanición, porque el conocer las plantas que comer y saber cómo cazar los animales que en ella viven es el test de inteligencia que tiene que pasar el hombre de la selva para sobrevivir.
Uno de los hombres más inteligentes que se recuerdan, el ajedrecista Bobby Fischer, es un auténtico inadaptado social y un verdadero inútil en todo salvo en el ajedrez. Por ser no es ni buena persona. También tenemos el caso contrario de Albert Einstein, que no sólo es uno de los mayores genios de todos los tiempos, sino también era una excelente persona, pacifista (aunque utilizaran sus ideas para hacer la bomba atómica) y comprometida socialmente. En los listos, de todo hay.
En fin, que lo de guapo y lo de listo está relacionado con nuestro deseo de ascenso social. Lo que tenemos que hacer es abolir la pirámide social, prohibir que se acuda a las clínicas de estética por idioteces y, sobre todo, eliminar los departamentos de recursos humanos. Deseo que las potencialidades de todos estén al servicio de todos y no de unos pocos, los que ahora están arriba y que son los nuevos señores feudales. Tal vez no sean los más inteligentes, pero tienen en nómina a los que sí lo son y están casados (o casadas) con aquellas grandes bellezas que se dejan comprar.