jueves, enero 31, 2008
El otro día estuve viendo el preestreno de la obra teatral "La tortuga de Darwin", una pieza que si bien flojea en algunos momentos, puede decirse que tiene un planteamiento interesante. Se trata de la historia de una tortuga que a lo largo de los doscientos años en los que vive se va transfigurando en humana, lo que le permite ser espectadora de los acontecimientos más importantes del siglo pasado y parte del siglo diecinueve, dando la visión de la gente común y que se ha perdido en el anonimato. El concepto de intrahistoria de Unamuno, vaya -que ahora que no nos escucha nadie, para mí que lo fusiló de los Episodios Nacionales de su denostado Galdós ¿Qué tendría ese pobre viejecito para que le odiaran tanto algunos de esos jóvenes del 98?- La tortuga, pese a lo especial de sus orígenes, no deja de ser la representación de la gente corriente, o sea, todos nosotros, a los que la historia nos pasa por encima.
No obstante, hay algún error en la obra. Por ejemplo, la tortuga cuenta a un catedrático de historia, como si ello fuera una primicia, lo de las fotos manipuladas por la propaganda estalinista para hacer desaparecer de las mismas a Trotski u otros discrepantes con las imposiciones del sátrapa bolchevique que dirigiría los destinos de la URSS hasta 1953; pues bien, es inaudito que un experto en historia no esté enterado de aquellos retoques, y sin embargo, el catedrático de la obra hace grandes aspavientos de asombro al recibir la noticia.
Otro fallo que veo es que, finalmente, el autor no ha querido dar su interpretación sobre lo que pasa hoy en día. Después de la pregunta del historiador: "¿Y después de la caída del muro de Berlín, qué?" El autor pone en boca de la tortuga: "Después...Nada...Más de lo mismo: Chechenia, Yugoslavia, Irak...". Mójate, hombre. Intenta interpretar lo que estás viviendo, aunque te equivoques. Di lo que piensas de lo que está pasando. Has perdido la oportunidad de pasar por ser un profeta de tu tiempo.
Galdós hizo hablar con lucidez a sus personajes de los acontecimientos históricos que estaban viviendo. Tal vez él sea, más que Unamuno, más que Darwin, más que el propio autor de la obra, el verdadero padre de la tortuga, ese ser pequeño que pasa por la historia sin que nadie se acuerde de él.
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