martes, noviembre 21, 2006

No sé si habéis leído el libro de Dietrich Schwanitz llamado "la cultura: todo lo que hay que saber" editado por Taurus. El libro en cuestión viene a ser un repaso de todo lo que debemos conocer y leer si queremos pasar por personas cultas. Es resumen de todas las corrientes filosóficas, literarias, históricas, así como de autores y personajes fundamentales para entender la cultura de occidente. El libro es ameno y a mí me mostró las lecturas que me faltaban; pero no estoy de acuerdo en algo que allí se postula: Dietrich Schwanitz dice que cultura es también el ignorar lo que no es sublime, por ejemplo: los culebrones, los periódicos sensacionalistas o las revistas del corazón. Nos suministran una información totalmente inútil; por tanto, conocer las informaciones que nos dan es una total pérdida de tiempo. Este aserto también vale para prescindibles libros que por tal condición no tienen que estar en nuestras manos. En definitiva, lo que nos viene a decir que ser culto es seleccionar lo que vemos y lo que leemos.
Otro que piensa igual es Harold Bloom, el autor del libro "el Canon Occidental" (ed. Anagrama). Los razonamientos que da son otros pero la idea es la misma: Hay tanto libros que es imposible leer todo lo que está publicado. Por ello, es necesario restringir las lecturas a aquello que sea de mayor calidad, dado que una vida es demasiado corta para leer todo lo que se ha escrito.
Como son dos eruditos de los más importantes, casi da reparo el contradecirles, pero creo que en este punto es necesario.
Hace poco, guiándose por la misma lógica que la manifestada por los dos sabios, la directora de bibliotecas de mi ciudad decidió cerrar en horario matinal la de mi barrio, argumentando que "la gente entra a coger libros de Ken Follett y demás y se sientan en los puestos de lectura para leer esos libros malos en vez de otros mejores"
Vamos, que porque la gente no leía a Shakespeare, Stendhal o a Galdós, había que restringir el horario de la biblioteca.
En esa misma biblioteca yo iba de niño cuando me daban vacaciones, casi siempre por las mañanas. Iba para leer tebeos de Mortadelo y Filemón. Con el tiempo, de Mortadelo me pasé a Tintín, de Tintín pasé a leer a Stephen King, de Stephen King me pasé a Eduardo Mendoza y después de él y otros autores contemporáneos de cierta calidad, a los clásicos. Peldaño a peldaño llegué hacia lo que recomiendan Schwanitz y Bloom y lo que quiere que leamos mi atolondrada jefa de bibliotecas. Reconozco que me queda mucho por leer, pero sólo tengo una vida y encima se me imposibilita el usar la biblioteca por las mañanas.
Despreciar las lecturas fáciles es eliminar la puerta de entrada que mucha gente emplea para acceder a la cultura con mayúsculas. Es cortar el paso a la escalera que recorriéndola peldaño a peldaño, nos hará llegar a las obras más excelsas de cuantas se han escrito.
Es muy recurrente decir que, por poner un ejemplo, Harry Potter es un libro de baja calidad. Lo es, comparándolo con otros. Pero si queremos que nuestros niños lean de adultos libros de mitología griega, no está de más que hayan leído antes los de Harry Potter. Muchos de los enemigos que aparecen en los cuentos del pequeño mago están inspirados en dicha mitología, y puede que en el futuro nuestros niños se acerquen a las fuentes originales movidos por la curiosidad. Puede darse el caso de alguno se convierta en experto en cultura antigua, y que su pasión haya nacido por un despreciado librito.
Está claro que no hay tiempo para todas las obras, ni siquiera para las más grandes. Pero claro queda también que no podemos deshacernos de las antesalas de la cultura; es decir, las obras que desprecian equivocadamente algunas personas de la élite u otros que sin pertenecer a la élite, las vituperan para dárselas de cultos y quedándose en pedantes. Recordemos que el Quijote tiene como base la repudiada literatura caballeresca de entonces. Hubiera sido imposible escribir un libro tan colosal si Cervantes se hubiera ceñido en leer sólo lo que le marcara el canon que circulaba en aquellos días.
Por eso quiero que vuelvan a abrir la biblioteca por las mañanas: para que la gente pueda coger un sitio y leer a Patricia Highsmith tranquilamente; para que los niños, cuando les den las vacaciones en el colegio, vayan a la biblioteca, tomen prestado un Astérix y lo disfruten como yo lo hice en su momento.
Y para que todos podamos tener acceso a los libros imprescindibles que, por fortuna, allí están.