viernes, noviembre 30, 2007

Aunque no comulgue con sus ideas me parece fatal que Francisco José Alcaraz tenga que declarar ante el juez por unas declaraciones en contra del gobierno; al igual que me parece un mal precedente que los dos dibujantes del Jueves hayan tenido que pagar 3000 euros cada uno por injurias al rey.
La crítica es la única arma que nos queda en contra de los poderosos; si alguien, por muy equivocada que ésta sea, no puede dar su opinión por miedo a acabar en los tribunales, mal vamos. Me da igual que se insinúe que el príncipe no hace nada; me da igual que se diga que el gobierno es cómplice de ETA. Por muy lejanas al buen gusto la primera, o muy tendenciosa la segunda, jamás nadie debería haberles denunciado y hacerles sentar en el banquillo tanto a los dos dibujantes del jueves como a Felipe Alcaraz. Ahora sé que en mi país no hay libertad de expresión, salvo que seas lo suficientemente desconocido como para que tus opiniones den igual, como es mi caso.
Puestos a mojarnos, diré que estoy bastante de acuerdo con la línea editorial del Jueves, incluyendo la famosa portada , y un poco menos con lo que dice Alcaraz, que se le ve el plumero en su deseo de medrar dentro de las filas del PP. Pero ninguno de los tres debió estar jamás en esa situación. Jamás. Reivindico el derecho que tiene cualquiera de criticar o satirizar sobre la figura de Emilio Botín, Florentino Pérez, el presidente de la junta de Galicia, al hermano del rey, a la duquesa de Alba o a quien sea, si quieren que esto sea una democracia.
La verdad, dudo que de existir hoy, Marcial, el gran satírico de Roma (que por cierto nació cerca de Calatayud) hubiera podido expresarse como se expresó en su día sin vérselas con la justicia. Pintan malos tiempos en España para gente como él. Los que piensan que el límite de la libertad de expresión está en el derecho al honor, deberían leerle. Él se salta el honor por el arco del triunfo. Su obra, de respetar ese derecho, sería inconcebible.
Y por eso digo, que entre el honor y la libertad de expresión, siempre la segunda. Porque los que reivindican el honor quizá sean los más indignos.