domingo, febrero 25, 2007

Ayer estuve viendo, hasta altas horas de la noche, "el silencio de los corderos" y bueno, es un buen trhiller y blablablá, pero lo que más me llamó la atención es... Lo mal que ha resitido el paso del tiempo el vestuario de los actores, sobre todo el de las mujeres. Parece ser que el director, Jonathan Demme, hizo que Jodie Foster llevara dos tallas más de vestido por no se cuál intención dramática. Pero lo que no tiene nombre es el vestuario que llevaba el resto del reparto de la película. Sobre todo la mujer que hacía de senadora republicana a la que el sicópata había secuestrado a la hija (¿estamos ante otro caso de propaganda política subliminal?)
El vestuario que llevaba la senadora seguro que era muy caro, para dar a entender que era una mujer de posición. Pero esas hombreras, ese maquillaje, ese peinado, esas joyas le hacían parecer, a ojos de hoy, un verdadero adefesio. Eso sí, seguro que un snob como Hannibal Lecter le debió parecer el súmmum de la elegancia, porque mira que el tío era pesado con lo bonito que era el bolso de la Jodie Foster, frente a los zapatos baratos. A mí el bolso me parecía horroroso; de los zapatos no puedo opinar porque no me fijé.
Claro que, la película, pese a hacerse en el año 91, todavía estaba influida por los horrores estéticos de los ochenta, una de las décadas más horribles en lo que a moda se refiere, y nunca mejor dicho. Si vosotros véis una película porno de la época y otra de otro género cualquiera, no notaréis diferencias de vestuario y maquillaje significativas: todas eran vestidas (o desnudadas) por el mismo patrón hortera.
El silencio de los corderos, en otros aspectos, resiste bien el paso del tiempo, pero compárense las ropas con las que llevaban el plantel de actores de Casablanca, de cincuenta años antes y cuya estética de ropero ha resistido mejor los envites del calendario. Ni punto de comparación. A todos nos gustaría ser tan elegantes como los del bar de Rick. En cambio, me amputaría una mano si tuviera que ponerme alguna de las corbatas de los compañeros de Jodie Foster, además, sería capaz de cambiarme de acera si mi chica llevara un modelito similar al de la senadora republicana.
Nos pintan en la película a Hannibal Lecter como un hijo de puta refinado. Pero hasta los refinados en la época eran horteras: Un hombre que presume de comer hígado humano regado con finísimo chianti no debería permitirse el ponerse una peluca rubia que le hacía parecerse más a una camarera de un bar de alterne que a un asesino que se sabe de memoria todo el catálogo de productos de la firma Louis Vuitton.
Os digo que estaba más elegante cuando llevaba esa máscara puesta para que no mordiera a nadie.