¡Que se nos casa Cobi, que se nos casa!
Las despedidas de soltero tienen una cosa buena y otra mala: la buena es que es un buen pretexto para juntarnos todos los amigos y recordar los buenos tiempos de juerguistas, la mala, es que los excesos se pagan cada vez más. O dicho de otro modo: tengo una resaca espantosa.
Nos fuimos a una casa rural en un pueblo del norte de Madrid, Canencia. Atrás dejé mis apuntes, mis libros, mi ordenador. Decidí que no estaba de más liberar un poco la mente del esfuerzo diario que requiere una oposición, y una despedida de soltero es un buen pretexto para ello. Lo malo es que no terminas por desconectar del todo. Tarde o temprano, vuelves a acordarte de apuntes y demás. Qué ganas tengo de ser libre, como el Lute.
LLevábamos toda la semana maquinando bromas para hacerle a nuestro amigo. Es de los más bromistas del grupo y se merecía que le diéramos un poco de su propia medicina. Pero el muy canalla, que se las veía venir, nos preparó una bizcocho -muy bueno, por otra parte- cuyo ingrediente principal, según supimos después, era marihuana de cosecha propia, de las mejores semillas, importadas directamente de Holanda. El pastel, delicioso y de grandes proporciones, fue engullido por todos los presentes en un breve lapso de tiempo. Resultado: llevábamos todos un pedo que ni Alfredo. Eso sí, nos queríamos todos mucho. Teníendonos a todos colocados, mi amigo consiguió su objetivo de que no le hiciéramos bromas, al menos por aquella noche. Es que estábamos de un relajado en comunión con el universo que no veas.
Pero eso fue el viernes, y para la noche del sábado ya no quedaba pastel. Así que intentamos desarrollar el programa de bromas según el plan establecido, aún estando todavía como mexicanos a la hora de la siesta. Le vestimos de gallo Claudio, le vendamos los ojos, le pusimos unas esposas y uno de nosotros le hizo un estriptease, lo cual hubo que aguantar pacientemente con un estoicismo que tal vez fuera debido al pastel de la noche anterior, pues él tampoco dejó de comerlo pese a que lo condimentó con maría a base de bien, y eso que nuestro improvisado estríper llevaba un tanga adornado con un elefantito azul en su parte delantera.
Después del espectáculo, todavía disfrazado de pollo, le llevamos al único pub del pueblo. Le hicimos entrar primero, pero, contra lo que era nuestro objetivo, la concurrencia del bar no se mostró en modo alguno sorprendida por ver a un tipo disfrazado del gallo Claudio, pues estamos en período de carnestolendas y el que no está de pollo, está de la novia de Fabio Biatore y aún el propio Fabio Biatore me saludó megáfono en mano en italiano macarrónico, todo esto mientras un preso gateaba a mi alrededor y Fernando Alonso se tomaba, a escasos metros de mí, un cubata de Ron ¿Estaría yo todavía bajo los efectos de Bob Marley?
Volvimos a casa y contemplamos con preocupación las escasas medidas antirrobo que tenía la moto de otro amigo nuestro, que se había quedado departiendo amigablemente con una chavala disfrazada de cebolla. Así que decidimos amarrar la moto a una bombona de butano que había por allí y que haría desistir a los ladrones de darse un paseo en Yamaha por la sierra. Bueno, y también a nuestro donjuanesco amigo, pues por mucho que lo pidiera no teníamos intención de darle las llaves del candado en plazo breve .
Pero ahí no acaba la cosa: nos habíamos echado a dormir en la buhardilla de la casa todos, incluido el futuro casado, salvo los que se habían quedado en el pub, y las pocas horas, mi otro amigo, el de la moto, borracho, me despierta para pedirme tabaco, lo cual me hizo maldecirle con todos los recursos a mi alcance, incluido un zapato. Ya que me había despertado, decidí ir al baño, pero como estaba ocupado, tuve que bajar al de la parte de abajo.
Y allí estaba la cebolla, eehh, bueno, quiero decir, la chica que por aquellas horas ya se había liado con mi amigo. Tuvo la oportunidad de verme en calzoncillos y camiseta, que ya me hubiera gustado a mí que me hubiera visto con atuendo más digno. Menos mal que no llevaba calcetines, complementos que según en qué circunstancias suelen repeler a las mujeres.
Opté por volver a subir las escaleras lo más rápidamente posible, pues esto era demasiado para mi sentido del ridículo. A la mañana siguiente, o sea, hoy, fui objeto de chanza y me hizo meditar seriamente sobre la posible adquisición de una bata o cuando menos, un batín. Por lo menos me quedó el gusto de ver la cara que se le quedó a mi amigo cuando vio su moto amarrada a una bombona de butano.
Total, que nos lo hemos pasado muy bien aunque a mí me queda una resaca espantosa, cierta alegría y cierta pena, pues pese a lo que pudiera parecer, en realidad, una despedida de soltero, en la que todos los amigos volvemos a ser un poco como antaño, no es otra cosa que un síntoma de que ya somos mayores, por muy maravilloso que se presente el porvenir. Y deseo a mi amigo y a su futura mujer, el mejor de los posibles.