lunes, octubre 29, 2007



Mi madre tuvo una temporada una costumbre que me irritaba especialmente: la de vestirme igual que mi hermano. Ahora, los tres años de diferencia que separan mi fecha de nacimiento con la suya no son nada, pero entonces eran suficientes para pedir a mi madre que no me vistiera "como un niño". Entonces yo quería buscar mi singularidad, aún a costa de renunciar a las ofertas que en el comercio textil se encontraba nuestra madre y que aprovechaba para vestir a dos por uno.
Pese a que nuestra progenitora nos ponía según la moda de los ochenta, yo no estaba cómodo con tener que llevar idénticas y estrechas corbatas de cuero , iguales cazadoras sin cuello, mismos mocasines negros con calcetines blancos que hacían daño a la vista de los tratadistas de las buenas maneras. Decía mi madre que apareceríamos muy chulos ante las chavalas. Dijera lo que dijera mi madre, las chicas no veían con buenos ojos que dos machotes se vistieran igual. Por eso el dúo que formaron Pancho y Javi, los galanes adolescentes de Verano Azul duró tan poco: llevaban los mismo petos de fantasía, y así no había quién se los tomara en serio.
Yo quería vestir distinto a mi hermano porque quería resaltar mi individualismo. Entonces no sabía -tal vez lo intuía- que el atuendo es una de las señas de identidad con las que nos presentamos al mundo. Damos información, a veces contradictoria o errónea con nuestro atuendo. Elegimos nuestras prendas de vestir según el estado de ánimo, clase social, poder adquisitivo e incluso nivel cultural. los demás nos juzgarán por el conjunto que presentemos, que además incluirá gestos, inflexión de la voz, modo de andar, etc. Todo ello servirá para que las personas decidan qué hacer con nosotros en cinco segundos: o nos despacharán lo más rápidamente posible o procurarán atraernos a su lado por siempre jamás. La aspiración de todo el que se viste: ser único y despertar la curiosidad y admiración en los demás, sin pasar por excéntrico.
De niño quería tener ropa distinta a la de mi hermano. Craso error. Me arrepiento de haber hecho ascos a la ropa que me compraba mi madre; cada vez que cojo mis actuales pantalones vaqueros, mis zapatillas y una camiseta, me encuentro en la calle a más de cien individuos que llevan prendas idénticas a las mías: el uniforme de paisano universal, y para la oficina, traje y corbata. El arte de sentirse alienado.
Puestos a vestir clavado a alguien, prefiero a mi hermano que a un desconocido. Por lo menos, hay confianza. No como los que vas en el metro que algunos, hasta te miran mal. No será porque no le gusten tus pantalones vaqueros.