miércoles, febrero 27, 2008

Ayer por la tarde, mi sobrina me dedicó una de las mejores sonrisas que yo habré tenido jamás en mi vida. Sincera, auténtica, sin artificios, porque mi reina todavía no ha tenido que enfrentarse a este mundo de impostura que, como siempre se ha dicho, es un teatro.
Dudo que mi sobrina recuerde la sonrisa que me dedicó, pues es muy chiquitita, pero yo no me olvidaré mientras viva de su forma de sonreír, con la boca, con los ojos. Porque con los ojos también se sonríe y ella ayer lo hacía.
Era de noche y desde el piso donde estábamos sólo pude ver una estrella. Qué cosa terrible esto de vivir en la gran ciudad ¿Verdad, cariño? En la que nos podemos pasar meses y meses sin ver el firmamento. Tal vez sea eso, y no la angustia vital lo que nos hace infelices a los urbanitas, que estamos ciegos de estrellas. Menos mal que tú ayer me diste un poco de felicidad.
Todos creemos que vas a ser una chica pizpireta. Pasaste una dura prueba, y dentro de tu subconsciente algo te debe decir que debes de aprovechar la oportunidad que la vida te ha dado, y por eso te ríes tanto y disfrutas. Sin duda te va a gustar la gente. Sólo temo que la mezquindad humana no te lleve a muchos desengaños.
Pero ¡Qué demonios! Eres una fuerza de la naturaleza que ha venido a ponerse el mundo por montera. Pisarás fuerte por la vida y te cuidarás mucho de pedir permiso, que el mundo deberá ser tuyo para cuando te plazca.
Y gracias, cariño. En primer lugar, por recordarme que lo mejor siempre es gratis y en segundo lugar, porque gestos como el tuyo son la mejor pócima para evitar el acartonamiento del alma. Me estaba haciendo mayor prematuramente hasta ayer por la tarde.