sábado, enero 13, 2007


Parece ser que una de las cosas que más le ha obsesionado a nuestro insigne escritor Paco Umbral es que le lea el mayor número posible de gente. Por dos motivos: porque a todo escritor gusta que le lean y por los beneficios económicos que ello le reporta.
Hace poco, entró en polémica con otro escritor célebre también, el académico Arturo Pérez Reverte, y éste, escudado en su fenomenal éxito editorial, y con el ego inflado de tener cierto respeto por parte de los que le leen, le dio la del pulpo en un artículo, burlándose del poco éxito editorial de sus libros. También le vino a decir que no le entendía ni Cristo y que en el fondo, era un superficial escondido en la pedantería.
No sé que le contestaría Umbral, pero las invectivas de Reverte eran de órdago. Es que don Arturo tiene muy mala leche.
Pero el ilustre académico tiene razón: lo siento mucho por don Francisco, al que de verdad respeto profundamente, pero yo en las pocas novelas que he leído de él, me he quedado igual que al principio. Me gustan que los libros me dejen posos, que me hagan reflexionar. Los libros de Umbral, aunque excelentemente escritos, suelen ser -a mi juicio- poco sustanciosos. Por su parte, a don Arturo también le han dado estera. Desconozco las críticas que le hizo el propio Umbral, pero sé de otros que le han dado en el morro, metafóricamente hablando.
Una de las mejores comparaciones que a mi entender han hecho de Arturo Pérez Reverte es cuando le han comparado con un fabricante de tallas románicas: a lo mejor el artesano las hace muy bien y son de buena calidad, pero estás comprando una cosa de fuera de tiempo. Con las novelas de Reverte te pasa un poco igual: lees excelentes novelas decimonónicas hechas en el siglo XXI. Y creo que Reverte es consciente de que no es el autor más vanguardista. De hecho, noto que en sus artículos que con los años se está haciendo cada vez más conservador; si hace unos años se preocuaba por ese chico con mucha formación que iba mendigando un trabajo por las calles de Madrid, ahora lo que le conmueve es descubrir en el vagón del tren a un chaval de nueve años vestido como los niños de san Ildefonso en el sorteo de navidad. Tal vez se nos está haciendo mayor nuestro célebre cartaginés y el joven reportero de guerra cada vez esté más lejos.
Lo cierto es que hay una tradición en la literatura española en que los escritores que se han ganado fama deben buscarse un rival a su altura. Tal vez, emulando a su amado Quevedo, Pérez Reverte encontró a su Góngora particular encarnado en Umbral. Esperemos que ahora que parece que Unbral pasa por apuros económicos, no le de a Reverte por comprar la casa donde vive y le eche de allí, como hizo Quevedo con Góngora.
Otros que se ganan los dineros con la pluma también se han intentado buscar enemigos de altura: Alfonso Ussía estuvo por un tiempo buscándole las vueltas al celebérrimo Joaquín Sabina. El señor Alfonso necesitaba un rojelio con caché con quién medírselas. Como José Saramago le quedaba grande, eligió a nuestro más ilustre trovador. Y Sabina, que entra al trapo con diez de pipas, le dijo aquello de "don Mendo no se hereda", en referencia al genial antepasado de Ussía, don Pedro Muñoz seca.
En definitiva, si quieres ser alguien en literatura, búscate un enemigo de altura, no un cualquiera. Te harás un favor a ti y al otro escritor. Pues ya lo dice el aforismo: "No importa que hablen bien o mal de ti. Lo importante es que hablen"