jueves, marzo 06, 2008

Una botella de ron corriente cuesta entre 11 y 12 euros; una botella de cola 1,36; juntos, podemos sacar entre ocho y nueve cubatas. El precio por cubata me sale aproximadamente por 1,67 euros. Sin embargo, cobran entre 5 y siete euros por un pelotazo ¿Cómo es posible? Cuando yo era pequeño, los domingos que me daban la paga solía yo ir al bar de mi pueblo a pedir un Kas naranja. La Fanta todavía no había llegado a las zonas del interior de la península, a la España profunda, es decir, mi pueblo. Recuerdo que el Kas naranja valía unas cincuenta pesetas, aproximadamente la mitad de mi paga de entonces. Beber refresco entonces equivalía para mí a pagar una hipoteca, que viene a significar la mitad de los ingresos de un hogar medio. Sé que a muchos puede parecer exagerado, pero para mí era un lujo los refrescos de naranja de los fines de semana. uno de esos domingos de Kas naranja, se casaba un primo de mi padre. La primera boda de mi vida. Qué bonitas son las bodas para los niños. Mi hermana tuvo la primera borrachera con champán de su vida ¿Qué le pasa a la niña, que está muy adormilada? Sin que nadie se diera cuenta apuró varias copas de champán olvidadas. Aún hoy, siendo madre de dos hijos, la recuerdan en el pueblo esa primera borrachera. A mí por el alcohol me dio un tiempo después. Yo entonces era fiel a mis Kas, pero no me acuerdo por qué razón, en el restaurante no servían, así que no disfruté del todo del opíparo banquete. Tuve que tomar gaseosa, que en modo alguno sabía igual de bien. Después fuimos a una discoteca que contrataron los novios. La primera vez en mi vida que pisé una, que al ser de provincias todavía tenía ese aspecto setentero que ya entonces estaba pasado de moda. Creí ver un cartel de John Travolta y Olivia Newton John, y esos póster tan de la transición (del destape más bien) en los que se ven la silueta de una mujer desnuda a caballo (también desnudo) sobre un fondo de atardecer. Ahora que lo pienso, puede que estuviera en biquini, pero yo prefería imaginármela sin él. Jolines, lo que bailé. Pusieron, éxitos de Olé-olé, de Mecano, de la Unión... También el inevitable vals, algún cha-cha-chá...Yo todo lo bailaba igual, un cruce entre el demonio de Tasmania y Popeye después de tomarse las espinacas. De tanto bailar me entró sed y me dirigí a la barra. Le pedí un Kas naranja. No tenían, así que empezamos mal. El camarero, que en nada tenía que ver con la amistosa Virginia, la dueña del bar de mi pueblo que a veces incluso no me cobraba la consumición. El seco camarero llevaba, me acuerdo, una de esas corbatas estrechas de cuero gris tan de moda entonces, me dijo, con voz desabrida, como de tío guay que en lugar de servir copas en una discoteca de provincias debiera estar sirviéndolas en el bar donde Fabio Macnamara y Pedro Almodóvar berreaban por entonces sus canciones posmodernas: -lo siento chavaaal, sólo tenemos Fanta. -Vale. -Vale, ¿qué? -Que sí, que la quiero. Preparé mi portamonedas, que era de esos que sacan los abuelos para dar la propina a los nietos. Le dejé 50 pelas en el mostrador. El tipo las miró un momento. -Que no, nene, que no. Son 150 pesetas las que me tienes que dar. ¡¡¡¿¿¿Ciento cincueta pelas!!!??? Se encendieron todas las alarmas de mi cerebro. Me puse rojo y todo. En mi vida me habían cobrado cantidad como ésa por un refresco. Tierra trágame. Hurgué en mi portamonedas en busca de la propina que me había dado mi tío. 100 pesetas. Las que iba a usar para comprar un Don Miki y que ahora serían para pagar una Fanta al triple del valor de como las solía yo comprar. Entonces yo tomé conciencia de lo caro que es adquirir bebida en los locales de fiesta. Hace mucho que no tomo copas porque ya no salgo como antes. La oposición me está haciendo un anacoreta, creo que hasta estoy perdiendo habilidades sociales. Lo bueno que tiene esto es que me estoy ahorrando un pastón en copas. La última vez que me tomé un pelotazo fue en la boda de un amigo, con barra libre, cosa que agradecí muchísimo acordándome de la sangría económica que para mí fue el pago de la dichosa Fanta Naranja. Lo que sí es cierto es que siempre que salía y me tomaba dos, tres, siete cubatas me acordaba de aquel niño que se quedó sin un comic por no saber que una misma cosa puede costar muy distinto en función de dónde la pidas y que es el sobreprecio que yo pagué fue por ver la silueta de una chica con su caballo al atardecer. Tal vez, los hombres aceptamos pagar precios muy altos por las sombras. En realidad, las copas llevan incluido el impuesto de los sueños lujuriosos.