Ayer fue un día un tanto especial. El día de las cosas perdidas y encontradas. Ayer mi amiga me habló de un libro que apareció en una casa ruinosa. Se trataba de un libro donde alguien puso sus recuerdos de la guerra civil. Todo un documento histórico de la comarca a la que pertenecía el sujeto. Un documento que corría el peligro de perderse en la noche de los tiempos. Mi amiga desconocía su paradero actual, y temía que el libro hubiera sido destruído.
Muchas veces, las cosas se notan más por su ausencia que por su presencia, y en esas ruinas era más patente lo que faltaba que lo que se veía. Los visitantes sentíamos más lo que ya no teníamos a la vista.
Yo le conté a mi amiga que en sacristía de la iglesia del pueblo de mi padre pude ver con mis propios ojos unos libros que estaban encuadernados en pergamino que la humedad estaba destrozando. Ni se sabe la de sacerdotes que habrán visto arreglarse para la misa aquellos libros. Ojeé algunos. Unos eran de vidas de Santos en un castellano remoto. Otro eran antiquísimos tratados de cómo asistir al parto. Los había hasta de plantas medicinales. Sospecho que allí habría unas sorpresas bibliográficas que dejarían atónitos a muchos investigadores. En uno vi en algún margen que ponía "Anno 1616".
Sin embargo, el destino de esos libros era la desaparición. Mentiría si dijera que no he estado tentado de meterme en la Sacristía de mi pueblo y robar toda esa riqueza que está condenada, pena que comparten con las memorias de alguien que tuvo la desgracia de sufrir las penalidades de la guerra civil.
Todas esas joyas incógnitas están condenadas como la villa romana, víctima del expolio y del olvido. Nadie puede hacer nada por esos libros, y nadie me los dará de buen grado. Preferirán que se pudran allí a que me los lleve, por miedo a que me lucre con ellos.
Que las memorias que un hombre escribió hace sesenta años y aquellos libros de la sacristía de más de cuatrocientos hayan llegado hacia nosotros se debe a que el humilde soporte en el que fueron escritos es endeble pero duradero: el papel. Ahora, los soportes donde escribimos las cosas, sirva de ejemplo Internet, son soportes que están concebidos para lo inmediato: yo me comunico con vosotros y vosotros conmigo, pero nuestras palabras se las llevará el viento del ciberespacio. El trabajo, el testimonio y el arte de miles de personas puede que desaparezca, porque la red puede que dure mucho menos que una simple hoja de papel. Quizá su fin esté con el de la electricidad. ¿Y después, qué?
Estamos en la apoteosis de lo efímero, donde a nadie le preocupa el comunicarse con los hombres del mañana, ni a nadie quita el sueño lo que nos dijeron los hombres del pasado, aún escribiendo sobre piedra o papel para que no se nos olvidara.