miércoles, octubre 10, 2007


Hace tiempo que no voy al parque de atracciones. Tanto, que seguro que cuando vaya será todo un redescubrimiento. A veces me gustaría tener niños para tener el pretexto de ir allí, ahora que viene un puente, ocasión ideal para ir al parque de atracciones. En él hay de todo: miedo, sorpresa, risa... Hasta erotismo. Recuerdo que el barco pirata de mi parque de atracciones tenía una sirena que mientras volaba ella con el vaivén del barco, volaba también con ella mi lujuriosa imaginación infantil; me gustaban también unas barcas neumáticas que iban a gasolina y que ya han quitado, tal vez debido a lo caro que resultaba el combustible. Por último, disfrutaba mucho con las sillas voladoras, debe ser por el riesgo qe había de que se soltaran alguna de las dos cadenas y salieras realmente volando. Atracciones había mil, y muchas más que habrán puesto.
El parque de atracciones de Madrid era un lugar encantador. Debe seguir siéndolo, me figuro. Entre otras ventajas, tenía la de que podías introducir en el recinto tu propia comida, no como en los parques temáticos, que te obligan a comprar la que ellos te venden. ¿No es eso, acaso, ir en contra de la libre competencia?
Fue en el parque de atracciones donde tuvimos mi chica y yo una de nuestras primeras citas, concretamente, para ver una actuación de Joaquín Sabina, que vestido de sombrero de copa, era el perfecto jefe de pista de ese gran circo al aire libre que era el parque de atracciones. Por cierto, cantó la del pirata cojo con pata de palo, el viejo truhán a la busca de una sirena.
Es una pena que no tenga un pretexto para ir, que no sea padre para poder llevar a mis hijos y de paso, montar en la montaña rusa. Como podéis comprobar, hoy toca echar de menos al niño que llevo dentro y a los que estén por venir.