sábado, diciembre 01, 2007
sábado, diciembre 01, 2007
No iban a tardar mucho en volver a Rumanía. Estaban hartos ya de matarse a trabajar. Ella, limpiando casas, él, en la obra, y los fines de semana, de vigilante de seguridad. Sabían que no podían aguantar mucho más este ritmo, y ya estaban preparando la vuelta. Son jóvenes, no llegan a la cuarentena, pero están muy cansados. Han trabajado muchísimo y ya era tiempo de disfrutar del fruto de ese trabajo. Habían ahorrado lo suficiente para comprar algunos inmuebles en Rumanía, la intención era volverse y vivir del inconmensurable trabajo realizado por los dos aquí en España. Quedaba poco, muy poco. Lo que tardaran en terminar los estudios sus dos hijos.
Rabia, indignación e impotencia. La línea de meta estaba a punto de ser cruzada. El triunfo total que separa la cruda realidad española con el sueño rumano. Antes de conocerles, yo pensaba que en los países del este no se soñaba. Es lo que decía la propaganda anticomunista. Al otro lado del telón de acero todo es gris y la gente cuando duerme ve sólo cosas en blanco y negro, pensaba de la gente del este.
Esta mañana él cogió el coche para ir a trabajar, en uno de los últimos sábados que iba a levantarse temprano en su vida. Pero, el cansancio propio, la negligencia de otro conductor, vaya a usted a saber, lo cierto es que da igual, qué pérdida de tiempo es buscar culpables. Lo cierto es que ahora está muerto. Y murieron los colores.
Yo no sé qué harán los tres que quedan en la casa sin su brújula. Sur, este y oeste han perdido su norte. Ahora la aguja voltea loca, pues no encuentra los colores. ¿Ahora a dónde van? A Rumanía, como estaba previsto. Irán todos menos los sueños. Se quedan en España, entre hierros, cristales rotos y asfalto. No sé si podrán dar con el camino. Tal vez se pierdan y nunca lleguen o quizá se han perdido para siempre y nunca encontrarán el camino a casa, pues todo queda en un fundido en negro.
Adiós al sueño de Adela.
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