domingo, agosto 12, 2007

Tengo una compañera peruana que, como todos los inmigrantes, tiene una historia interesante que contar, que como todas las historias de la gente de afuera, tiene como moraleja eso que se nos olvida con tanta frecuencia, que viene a decir: "nadie se mueve de su pueblo por capricho" Es curioso cómo cuando la gente despotrica de los inmigrantes se olvida precisamente de eso, de que la gente viene por obligación y no por gusto, y que por muy pobre que sea el sitio de donde vienen, prefieren su país que la ahora próspera España, que a ver cuánto nos dura el rollo.
A todos nos gusta entrar a un país de turista y a nadie de inmigrante. Cuántas veces se nos olvida eso, pese a ser una obviedad: miramos a la gente venida de fuera como si estuvieran aquí de capricho.
En el turno en el que estábamos, el de noche, se presta mucho a que los que estamos nos contemos nuestras respectivas vidas. Yo acabé pronto, pues mi vida, salvo cuatro pelusas en el ombligo y cuatro llantinas propias de los que hemos tenido lo fundamental cubierto, no era para extenderse mucho ante una persona como ella. Sin embargo, ella sí que tenía cosas interesantes que contar.
Ella me dijo que eran cuatro hermanos, hijos de un próspero comerciante de un pueblecito del interior de Perú. Las cosas iban bien y la intención de ese buen hombre era darles educación a todos sus hijos, pero cuando ya terminaban los años ochenta, en el Perú las cosas se comenzaron a ir a peor; estaba gobernando Alan García, y con él vino la desgracia al pueblo peruano: crisis económica, terrorismo, corrupción... Vamos, los destinos impuestos a los pueblos sudamericanos. El entonces apuesto Alan García cumplió bien con sus amos, que no era la ciudadanía peruana. En cobro de sus servicios, le procuraron un exilio de oro.
Por culpa del terrorismo, la familia de mi compañera lo perdió todo: incendiaron sus negocios, tuvieron que malvender lo que les quedaba... su padre le dijo a ella y a sus hermanos que ya no podía costear las universidades, así que ella se puso a trabajar. El pobre hombre nunca se repuso de aquello.
Mi compañera trabajó duramente y pudo costearse los años que le quedaban para terminar económicas, pero con la licenciatura recién conseguida la cosa no mejoró. Perú estaba en una crisis rampante y una de sus hermanas se vino a España. Animada por ella, hizo lo mismo y el resto ya es historia.
Todo esto vino porque estábamos hablando del ahora gordo mórbido Alan García, que ha expiado sus fechorías perdiendo su elegancia de antaño con los kilos de más. "¿Cómo es posible, le pregunté yo, que el pueblo peruano votara a un corrupto como ése para que sea presidente por segunda vez?" "Yo, desde luego, no le voté" Me contestó ella. "Claro que aquí- el dije- en las últimas elecciones, en algunos pueblos salieron elegidos alcaldes corruptos y condenados por la justicia. Como dicen que traen prosperidad económica y blablablá..." "Sí, son buenos con la economía. Con la suya y la de sus amos" Me contestó ella. "¿Será la cosa cultural?" De acuerdo, soy un ingenuo por plantear esa pregunta.
En fin, me acuerdo de aquello que aparecía en el Poema del Mio Cid de: "que buen vasallo sería si hubiese gran señor" Está visto que no hemos tenido suerte con nuestros gobernantes. Acaso la culpa sea de todos y votamos pensando en alguien que proteja nuestra cartera, cuando la única cartera que les importa a quienes normalmente votamos es la suya propia.
En fin, a lo largo de la noche estuve pensando en ello. A todos los que detestan los inmigrantes, a todos que les atribuyen todo tipo de culpas les diría que enviaran una carta a un tal Alan García, y le preguntaran por qué vienen tantos peruanos.
A ver qué les responde.