Malditos madrugones.
No os he contado que el viernes me llamaron para cubrir otra sustitución. Pues hala, a sustituir otra vez. Estoy con un sueño espantoso, pero he matado al vago que me susurraba en el oído la canción de "Piensa en mí", ya sabéis, esa preciosidad que canta Luz Casal. En el tren que cojo para ir al trabajo veré a otras personas a las que, como a mí, todavía se les adivinan en el rostro las marcas de las sábanas. Veré a señoras de la limpieza, las que, al entrar en el tren, se reparten con justicia los asientos. Y digo con justicia porque muchas llevan más de treinta años trabajando, como amas de casa y para fuera. Siempre hay una cabecilla que vocifera - Venid las cuatro, que aquí hay asientos libres- Con esta voz marca el territorio y los otros tantos candidatos para esos asientos nos quedamos con un palmo de narices. Veré también a esos jóvenes de chándal , rondando los veinte años, que van a las obras y los talleres, que a veces se arrepienten de no haber hecho más caso a los libros y cuya vida empieza y termina los fines de semana. Veré a los adormilados universitarios, hartos de tener que pasar todo el día en la facultad, nadando en un mar de asignaturas troncales, obligatorias y optativas. Veré a sufridos teleoperadores, con aire indigando por la estresante jornada que les hacen realizar y por el sueldo tan escaso para tanto esfuerzo, mientras las compañías de telefonía ganan a su costa dinero a espuertas. Veré a hombres ya entrados en la cincuentena, a veces sin afeitar, tal vez por que les obligaron a hacerlo todos los días en la mili, deseosos ya de encontrar el júbilo de la jubilación o tal vez no: temerosos de que les echen del sistema laboral despiadadamente.
Todos serán rostros que en nada tienen que ver a los que salen en las revistas o en las series: aquél tendrá una nariz grande de payaso, aquélla chica tendrá una frente alta, enorme. Otro tendrá los ojos muy separados y ése que se sienta a mi lado parece que me mira, pero no: padece de estrabismo.
Todos son diferentes, pero a su modo, todos son bellos. No hay nadie igual a ninguno de ellos. Sus vidas pueden ser similares a las de otros, sus rostros pueden ser similares a los de otros, pero realmente son únicos y esa es la grandeza de los insignificantes seres-hormiga que vamos a nuestras obligaciones en un tren.
A quien no le gustaría quedarse en la cama. Que cierren las fábricas, las obras, las oficinas y los centros educativos, pero siempre que suena el despertador lo silenciamos... Para luego programarlo para que suene cinco minutos después.