miércoles, noviembre 01, 2006

Hoy voy a hablar de un profesor que tuve en el Instituto. Quizá la persona que más me influyó de todos los docentes con los que he tratado.
Que Javier Fernández era sumamente tímido es cosa que supe después. Cuando entraba en clase siempre lo hacía muy serio y esperaba a que calláramos, no con un grito, como hacían otros profesores; él daba por hecho que su autoridad sobre nosotros era suficiente para que nos calláramos; y a fe mía que lo conseguía.
Era de la vieja escuela: alguna vez nos contaba que echaba de menos el hecho de que antes, cuando entraba un profesor en el aula, los alumnos se levantaban ipso facto, como si un resorte les obligara a ello. Lo recordaba con un leve barniz de nostalgia en el tono de voz.
Debo decir que cuando yo estaba en el instituto empezaban a caerse las primeras piedras del muro de autoridad de los profesores. Él era quizá de los que más lo sentía.
Cuando yo le tuve como profesor, tendría unos cuarenta y pocos, pero he de decir que era conservador en muchas cosas y en otras no tanto. Solía acudir en una Suzuki de 600 que era la envidia de los que tenían las famosas y deseadas(entonces) vespinos de 50, que a su vez eran la envidia de todos los demás que no las teníamos porque normalmente se llevaban a una chica de paquete.
Javier tenía un chalet, alguna vez nos hizo referencia de ello. Entonces, el sueldo de un catedrático de instituto daba para más que ahora, y eso que el de ahora es muy bueno si lo comparamos con otros sueldos. Creo que mencionó que tenía dos hijas y que se especializó en literatura hispoanoamericana.
Me parece que era de Trujillo, aunque siempre su distanciada forma de ser me parecía más a la de un seco castellano que la de un orgulloso extremeño.Os lo digo yo, que de castellanos y extremeños entiendo algo.
Lo bueno que tenía la forma de ser de Javier es que cuando él se dejaba llevar por los sentimientos, era un torrente que no te dejaba impasible, a poca sensibilidad que tuvieras. Era evidente que se había leído todo lo que enseñaba (muchos otros profesores de literatura no podían decir lo mismo) y cundo di con él literatura en COU, hablaba con igual pasión de Cela, de Proust, de los simbolistas franceses o de Joyce (dice que se terminó el Ulises mientras tomaba el sol en el césped de una piscina pública ¿habrá sitio más raro para leer semejante y sesudo tocho?)
Era evidente que amaba la literatura y le gustaba el oficio de enseñar, aunque creo que su timidez le superaba. Recuerdo que al año de empezar la carrera fui al instituto para verle y me recibió como si no me conociera, saludándome como a un extraño, y eso que hacía sólo un año que él me manifestaba su aprecio por mí en los pasillos de la clase, afecto que como puede ver esas líneas yo tenía y tengo por él.
Marchó a un instituto de Aluche, creo recordar. Tal vez se haya jubilado, no lo sé.
En un encuentro reciente de los profesores y alumnos de aquel entonces, pregunté por él y todos los que le trataron destacaban su peculiaridad de carácter, pero también su calidad de docente.
Valgan estas letras como mi homenaje, pues si llego a alguna vez a ser docente, es a Javier a quien quiero parecerme.
Gracias, profesor.