domingo, noviembre 11, 2007

domingo, noviembre 11, 2007
Después de leer a Machado, muchos podrían creer que Castilla es la tierra de los hombres sin sueños, de los apegados al terruño, de cabezas huecas como los troncos de los álamos muertos que con pena se pueden contemplar si vais por algunos campos de Castilla.
Ayer, un poeta, al que ya dediqué una entrada, fue protagonista de un hecho insólito: presentó un libro en un local prestado por el ayuntamiento de un pueblo de la serranía castelllana y acudió una gran suma de gente a verle. Acompañándole a la lectura de sus poemas estaba, a la guitarra, Fernando, componente del grupo Nuevo Mester de Juglaría, que con su grandeza, tanto física como artística, llenó el acto de sonrisas y de bondad.
Y qué decir del poeta. Un hombre sensible, con el corazón lleno de nostalgia de los campos, de la infancia, de las tradiciones; un progresista que quiere conservar sus raíces y su memoria por contradictorio que esto pueda parecer. Los humanos nos debemos reservar el derecho a vivir con nuestras propias contradicciones. Él, con sus sesenta años recién cumplidos, nos narraba una forma de vida que ya había desaparecido. La que conoció de niño. Nos regaló con una visión de la naturaleza como sólo un niño de pueblo puede hacerlo, imposible para los ojos de un urbanita, que sólo se puede conformar con imaginar. Qué grandioso ver cómo un hombre de sesenta años presenta al niño que fue a un auditorio de gente extraña y adulta, con lo amigos que son la gente de esa condición a juicios de valor y menoscabos subsiguientes.
Pero en contra de lo que sospechaba este humilde opositor, el auditorio enjuiciador escuchaba con respeto al rapsoda y al cantante. Las notas de la guitarra más la voz a veces afligida del poeta causaban una sensación de respeto absoluto sólo mancillado por los insolentes pero afortunadamente amortiguados ruidos de motores que esporádicamente merodeaban maleducados por la sala . Y de repente, el auditorio adulto se volvieron cien mil niños: las lágrimas brotaron, el pulso se aceleró. Un público tan niño como el poeta de la nostalgia se entregó al calor maternal de la poesía. Y fuera del recinto era noviembre y el sábado por la noche ocurrió el acto más insólito de la serranía castellana. Más que encontrarse en una de las curvas de esa sierra a la autoestopista de la curva, fíjese usted. Ayer ví cómo todo un auditorio de castellanos viejos, se convertían en niños escuchando la poesía de la nostalgia. Y quién me dice a mí que no fue una maravilla que ríase usted de fantasmas y aparecidos.