lunes, enero 14, 2008


Pese a las encendidas descalificaciones contra ella de mi crítico de cabecera favorito, Carlos Boyero, una tarde de sábado me cogí en DVD "el club de lucha" y luchando contra mis ideas preconcebidas que un cráneo cinematográfico y autorizado, de pluma esbelta y verbo fácil tuvo a bien ponerme en mis alocadas neuronas, al final tuve que decir que la película me gustó. Y digo que quizá sea de las películas que más me han marcado de todas las que he visto y que no me extrañaría que una vez corregida la miopía de los tiempos que corren sea alguna vez considerada como un clásico que todo el mundo debiera ver y acaso comprender, desnudándola, eso sí, de mamporros y demás farfollas que no permiten ver el mensaje oculto de la película. Tan oculto como ese pene que aparece justo al final del metraje y que apenas está en nuestra vista unas milésimas de segundo. Creo que ya tengo una opinión autorizada: he visto la película tres veces, la última, de madrugada en un pase por televisión, y si la primera, como ya he dicho, me gustó pero me avergonzó decirlo, la segunda me encantó todavía más y ya pensé que Carlos Boyero a lo mejor estaba equivocado, y por fin, en el tercer visionado, caí rendido a los pies de Edward Norton y de Brad Pitt, que mano a mano hacen un repaso de lo que somos los hombres de hoy y la sociedad en que vivimos. En una parte de la película, el líder encarnado por Brad Pitt, le da como tarea a sus acólitos que provoquen una pelea con alguien de la calle y que la pierdan. En las siguientes secuencias vemos cómo intentan cumplir con lo ordenado, pero se encuentran con que la mayoría de la gente hará todo lo posible por evitar la lucha: la gente es de natural pacífica. Recuerdo que leí un libro del eminente psiquiatra Luis Rojas Marcos en el cual decía que la mayoría de los hombres y mujeres del mundo son pacíficos y que la violencia en realidad son los casos puntuales y en virtud de lo cual, por ello son los que casi siempre copan las noticias. En la película, el hecho de que el común de los mortales no pelee no se ve como una crítica, de ser así, lo que en realidad hubiera mandado el guapo álter ego interpretado por Brad Pitt es que no sólo hubieran provocado la pelea contra seres pacíficos, además, les hubiera ordenado a sus fieles machacar a los infelices ¿Por qué manda una cosa así? ¿Para dar la oportunidad a los inocentes de sentirse bien ganando una pelea?¿Para demostrar que los seres humanos no son incivilizados?¿Para sacar por un momento a los infelices pacíficos de este mundo de su abulia? Porque en el fondo, la película es un canto contra la indiferencia de esta generación, la nuestra, que sólo se conforma con ser consumidores y no ciudadanos; que vuelve del trabajo cansada sin el menos atisbo de sentirse realizada; que no reacciona ante las injusticias de este mundo; que no tiene ni ideas, ni aspiraciones; que es, en definitiva, carne de cañón; como se decía antiguamente, los desheredados de este mundo que ni creen en la utopías, ni mucho menos salen a buscarlas. En definitiva, la generación del conformismo.
Por eso, porque tiene ideas disfrazadas de mala intención que merecen que la película se vea una, dos, veinte veces, me es difícil de calificar como una película de mamporros. No, no es mamporrera, como una película de Terence Hill y Bud Spencer, de Silvester Stallone o de Arnold Schwarzenegger; no es simplemente violenta como cualquiera de Quentin Tarantino (vale, me encantó Reservoir Dogs y Pulp Fiction); no es un panfleto de una sociedad encantada de haberse conocido. Es, ante todo y sobre todo, un manifiesto en contra de la indiferencia de todos nosotros: la generación que rehusamos ser ciudadanos rebeldes para ser sólo mansos consumidores.
No sé quién dijo que el cine no cambia la sociedad. Es cierto: han pasado casi diez años del estreno de la película y seguimos embebidos en esta espiral de consumismo y conformismo que ataca la cinta, pero como todas las grandes obras, nos deja más claro quiénes somos y cuál es el espíritu de nuestro tiempo, el "zeitgeist" que dirían los románticos alemanes. Estamos haciendo cosas que va en contra de nuestra realización como individuos y la cuestión no es liarse a puñetazos con el prójimo, como en un principio parece querer decir el mensaje de la película. Si hacemos una lectura profunda, en realidad a lo que incita es a algo mucho más destructivo pero a la vez más liberador. Quede para el amable lector la elección de la palabra que más convenga a los dos epítetos.