jueves, septiembre 13, 2007


Se lo digo muchas veces cuando vienen a limpiar mi puesto:
-pocas tareas habrá más importantes que las vuestras en nuestro centro de trabajo.
Estoy hablando de las fenomenales e invisibles señoras de la limpieza.
El trabajo en la limpieza no está ni bien pagado ni es agradecido. Tal vez sea debido a que la limpieza hace brillar porque es invisible e invisibles son las que la realizan. La paradoja de la mujer de la limpieza es que cuando mejor hace su trabajo, menos se ve: la gente no se percata de que un centro está limpio, pero sí cuando está sucio; sólo vemos el trabajo de una mujer de la limpieza precisamente cuando ésta no hace bien su trabajo, cuando los despachos, los vestíbulos y demás están llenos de porquería.
Por eso, las pocas huelgas que ha habido en el sector de la limpieza han sido muy sonadas. Y casi siempre han conseguido todo lo que han pedido, pues nadie quiere someterse a la exposición prolongada de la mierda. Cuando empieza a aparecer la porquería en los rincones es justo cuando nos ponemos nerviosos y solicitamos la pócima contra la invisibilidad. Hasta entonces, las señoras de la limpieza apenas son para nosotros turbulencias en el aire a las que decimos un apenas audible "buenos días", salvo honrosas excepciones.
Su trabajo nos previene de epidemias e infecciones y hace, además, la vida cotidiana más agradable y segura. Son parte de la medicina preventiva de las oficinas. Pero, como al ser un trabajo que nadie quiere hacer pues no tienen tanto prestigio como los médicos, las señoras de la limpieza tienen que apechugar con esa falta de estima social y la falta de dinero a fin de mes que ello conlleva.
Tal vez por eso las señoras de la limpieza son víctimas de subcontratas y precariedad, mientras que a los médicos les suele contratar directamente el propio centro.
Hace poco, vino un inspector de trabajo al hospital y preguntó por el gerente. Se quedó perplejo por dos cosas: comprobó que el hospital estaba regido por una señora, y que la señora gerente no respondía por las condiciones de trabajo de las señoras de la limpieza, dado que de la limpieza del hospital se encargaba una empresa subcontratada. Lo de siempre. Si tenemos inspectores de trabajo que no saben que la mayoría de los centros públicos tiene a su personal de la limpieza subcontratado y que pueden tener jefes que son mujeres ¿Qué idea van a tener sobre las penalidades del personal de la limpieza?
Muchos me tacharán de loco si digo que una señora de la limpieza debería cobrar un mínimo de mil doscientos euros al mes por ciento cuarenta horas de trabajo, aunque a lo mejor las empresas no les pagan eso por ser invisibles. Pero no creáis que estoy siendo excesivamente magnánimo ¿Acaso puede vivir en Madrid con dignidad una mujer separada y con hijos, pagando un alquiler, con ese sueldo? Pues no, la verdad. Y os aseguro que ese es el perfil de muchas de las señoras de la limpieza ¿Con cuánto vive el hombre invisible? Seguro que le pagan más por ser hombre y trabajar en el espectáculo. Por cierto, aquí no vale decir que las casadas no cuentan, porque tienen el sueldo del marido ¿No es acaso éste, un argumento de verdadero machismo?
Y luego, las señoras de la limpieza arrastran, junto con los vigilantes de Seguridad, la mala fama de que son los gremios que roban en las oficinas. Es uno de los momentos en los que se hacen visibles al mundo. A las primeras que se preguntan cuando ha habido un robo es a las señoras de la limpieza. Todo empieza con la siguiente pregunta: "¿Quién ha sido la última en entrar en este despacho?" Cuando hacen esa pregunta, a la señora de la limpieza siempre tiene ganas de decir: "¿Y quién nos dice que ha sido un último en vez de una última?" Pero se calla, porque si algo caracteriza a los seres invisibles y por tanto, desapercibidos, es la prudencia.
Por eso creo firmemente que si hay una nueva revolución la deberían comenzar las señoras de la limpieza, el colectivo más maltratado por la precariedad y la subcontratación de toda España. Si ellas no hacen nada, difícilmente lo haremos los demás, los que vivimos un poco más a gustito gracias a ellas.