miércoles, julio 11, 2007

Yo no quería beber más, para mí ya era suficiente. Como ya dije estaba muy bebido y por rehusé a seguir tirando más al juego de los monos. Además estaba muy cansado, y no era el único. Observé al amigo de Roberto que trajo el coche. Bostezaba, se le veía tan cansado como lo estaba yo. Rechazaba la cerveza que le ofrecían. "No, que tengo que conducir" Desde luego, en ese punto se le veía juicioso, pensé. Según me contaron después, no hacía ni una semana que aprobó el carné de conducir. Sin embargo, no tuvo miedo de hacerse los ciento cuarenta kilómetros que separan el pueblo de Coslada, más los otros cuarenta que hay del pueblo a Campaspero. Recuerdo que, antes de venir a Campaspero, Roberto le interrogó "¿Qué hacemos? tú eres el que conduce" El chico hizo un ademán de duda; a mí me dio la impresión de que tal vez, si por él hubera sido, nos habríamos quedado en el pueblo pasando el rato.
Consulté mi reloj digital y eran las siete menos cuarto. las chicas de mi pandilla ya se habían ido, incluida Raquel, para decepción de Roberto. Ya éramos pocos los que quedábamos y tocaba irse. Yo ya soñaba con mi cama. Todo me daba vueltas. El que seguía con el mismo ritmo de siempre era Tomás. No he conocido otra persona con más vitalidad que él. Siempre hiperactivo, siempre con ganas de hacer cosas. Era de ese tipo de personas que no podían parar. Él seguro que hubiera aguantado hasta las doce de la mañana. Pero todos los demás estábamos todos muy cansados y tocaba irse. Además, estábamos justo los diez que habíamos venido. Era hora de volver a casa.
Nos esperaba una ruta de carreteras que en su primera parte sería de carreteras largas, pero estrechas; la segunda parte, sería de carreteras más sinuosas, atravesando pequeños cerros. Campaspero estaba situado en una típica llanura castellana, todo lo contrario que mi pueblo, que está en un pequeño valle que con paciencia había excavado el río Duratón. La primera parte del trayecto sería una sucesión de mares de trigo y girasoles; un poco después, llegando ya a mi pueblo, lo que veríamos serían campos de remolacha y de vides sarmentosas, que estaban pidiendo a gritos la llegada de septiembre para que les liberaran de la pesada carga de la uva y que a ver si al año siquiente les ponían en compañía de los girasoles, que viviendo en el llano, lucían mejor cara.