domingo, diciembre 17, 2006


Seis comilonas como seis toros Mihura tengo la semana que viene. Cada vez que entro al baño, miro de reojo a la báscula. Hoy hemos decidido ir con la familia a un chino para ver si la comida nos produce descomposición y adelgazamos unos kilitos para entrar con buen pie en las comidas de navidad ¡Vaya manera de comer!
Se comen langostinos como si fueran pipas. Se bebe cerveza y champán en lugar de agua. Parece que no hemos comido en veinte años y los cierto es que la última vez comimos así y en esa cantidad fueron las navidades pasadas ¡Qué horror!
Lo peor es que llegará un momento en que miraremos las ricas preparaciones que tanto tiempo han llevado en la cocina a los aficionados cocineros con una mezcla de reparo y hastío. Los aficionados a los fogones se habrán esforzado al máximo para unos paladares que están ya congestionados de tanta mezcla de sabores y sobresaturados de trabajo. El esfuerzo y el amor puesto por los Paul Bocusse en potencia no tendrá la recompensa merecida de nuestros maltratados estómagos.
Se calcula que los españoles engordaremos de media tres kilos. No importa. Más vale echar carne de más que echarla de menos. Ya los perderemos en enero. Es la primera época en la historia de este país en que la los españoles estamos hartos de comer. En la literatura del siglo de Oro, se hablaba mucho de comida en novelas y teatros, precisamente porque no había. Debemos disfrutar de la bonanza porque nunca sabremos cuándo se va a acabar. Disfrutemos del vino, del que acaso nos privemos por
el cambio climático, disfrutemos del cordero, que tanto ha sido anhelado por nuestros antepasados (Recordad el refrán: de la mar, el mero y de la tierra, el cordero) y disfrutemos del turrón, aunque este año venga más caro por la escasez en la cosecha de avellana. A saber si dentro de unas pocas generaciones dejaremos de tener turrón. Agradezcamos el champán, el pavo, los polvorones y los langostinos, que tan
cerca los tenemos y tan fácil nos ha sido el obtenerlos. Nunca se sabe, a lo mejor, dentro de poco tiempo, deciden hacer con la comida lo que han hecho con la vivienda: ponérnosla por las nubes. Por eso comed, comed, que nunca se sabe.
Hece poco vi un vídeo de una mujer africana que dormía a sus hijos haciéndoles creer que había sopa para cenar. En realidad, en el caldero sólo había piedras y era una artimaña que empleaba la pobre mujer para paliar el dolor de sus hijos por el hambre. Lo que yo daría por compartir con ella y sus hijos mi mesa, que se hartaran de comer como yo.
Por eso, me río de Ferrán Adriá cuando nos ofrece como alternativas gastronómicas las ligeras espumas de zanahoria y demás zarandajas. Quédate, ilustre cocinero, con tan poco saciadores platos, que donde esté el cordero de digestión pesada, que se quiten las espumas que dejan la sensación de no haber comido.
Viva el Almax y vivan los cinturones con un agujero más.