domingo, marzo 04, 2007

Idi Amin era un ser caprichoso que mató a 300000 personas durante su mandato como dictador de Uganda. Ahora está muy de actualidad por la película "el último rey de Escocia". Recientemente, al actor Forest Whitaker, que encarna al dictador, le han dado el Oscar al mejor actor principal muy merecidamente. Más que, por ejemplo, el que obtuvo cara-cartón Crowe por su interpretación de Gladiador de Mérida. Los emeritenses estarán muy orgullosos de que pinten a un paisano tan varonil y cachas. Pero hasta Júpiter tronante está indignado por el galardón, y eso que le gustó la película.
En cambio, como ya he dicho, Forest Whitaker está justamente premiado, y eso que tiene la desventaja de ser negro, que para esto de los Oscar, tiene su importancia, como casi todo en la vida.
Yo diría más: incluso al personaje que interpreta, Idi Amín, el ser negro no le vino bien en su carrera de genocida. Es verdad que no acabó en el Tribunal Penal Internacional, como se merecía, sino viviendo rodeado de lujos en Arabia Saudí (¿qué anomalía tendrán en la cabeza los ricachones sauditas que tan bien se llevan con los genocidas?) pero también es cierto que murió en el 2003 en deshonor y con muchos buscando su tumba para escupirla.
Salvo en lo de genocida y mujeriego, porque ser ambas cosas es una tradición entre gobernantes que viene de antiguo, en otros aspectos Idi Amín fue bastante moderno: le gustaban las poderosas mecánicas de los automóviles de lujo y procuraba tener metida en cintura a la prensa, bien sea por el camino de la mordaza o por el camino de la seducción, porque parece ser que el tipo, en las distancias cortas, jugaba y ganaba. Era un gran comunicador con carisma. Resumiendo, como todos los grandes dictadores, era una mezcla brutal de tradición cavernaria y modernidad a los cuatro micrófonos.
Pero Idi Amín tenía un gran defecto: era negro. Ser negro y africano es garantía de pasar a la galería de genocidas en vez de al panteón de los estadistas. Si hubiera sido blanco, hubiera podido matar seiscientos mil en un oscuro país del tercer mundo y es más que probable que se hubiera ido de rositas, teniendo incluso a poderosas máquinas mediáticas defendiéndole, no haciendo películas sobre ti por lo malo que eres.
En resumidas cuentas, que hay racismo hasta en los tiranos. Y nosotros, pobres mortales, pensando que los ricos no lloraban, que eran felices y que no había distinciones entre razas. No las habrá hasta el día en que un blanco en el que estoy pensando ahora mismo salga de entre las blancas paredes esposado y llorando, porque los blancos amiguetes de los que siempre se ha rodeado y que tanto han ayudado a su blanca familia no pueden hacer nada por él, porque ya el pueblo se ha quitado las blancas vendas de los ojos y los eufemismos de la boca y ya le han puesto detrás de su apellido el apelativo que le corresponde:
Negro genocida, que no es lo mismo que genocida negro.