viernes, septiembre 07, 2007


En las fiestas de los hombres poderosos se precisan muchos zapatos y muchos trajes. La inmortalidad exige ir bien vestido, independientemente de los vaivenes de las modas. Lo que más odian los hombres y mujeres en el poder o a la sombra de él es el concepto de finitud y siempre hay que acudir a lo clásico para ir bien vestido. Lo clásico es lo más infinito que en este mundo se conoce.
De entre los más clásicos, un Pinochet de esmoquin observaba a una radiante Imelda Marcos también clásica. Entre los invitados, estaba Ronald Reagan. Margaret Thatcher todavía no había venido. Los ochenta eran suyos, y no de la movida madrileña. Ellos sí que vivían en una fiesta. Pinochet lo obervaba todo desde una esquina, y dejó que su mente flotara:
"Reloj, no marques las horas, porque sí que voy a enloquecer si me tengo que retirar de esta fiesta continua que es mi vida. Mi gozo costó mucho trabajo y es fruto de la muerte de un pueblo; que no cometa la Parca el error de llevárseme consigo, pues soy muy valioso. La danza de la muerte no la bailo yo; yo y los que son como yo estamos por otras danzas sin fin y para eso necesitamos muchos trajes y muchos zapatos. Todos los que estamos aquí hemos costado muy caro; no permitas que nos marchemos."
De repente, todos los del baile se volvieron a él y cantando a coro le recordaron las palabras del poeta:

Recuerde el alma dormida,
abiue el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
quánd presto se va el plazer,
cómo después de acordado
da dolor,
cómo, a nuestro parescer,
qualquiere tiempo passado
fue mejor.

A los que les respondió Pinochet:
- Ya lo sé, ya los sé, cualquier tiempo pasado fue mejor. Por eso hice lo que hice. Soy el preservador del pasado en el futuro, pues es mi camino de la inmortalidad.

De repente, notó que un codo frío le tocaba. Giró la cabeza. Era la parca, también vestida de esmoquin:
-Yo también estoy invitada a esta fiesta. Me tenéis harta y me estoy aburriendo. Todos los que estáis aquí me dais mucho trabajo, creí que quedaríais agotados de asesinar después de la Segunda Guerra Mundial, pero los monos de culo rojo siempre queréis más sangre.
-¿Has venido a por mí?
-No. Te quedan veinte años.
-Eso es falso. Yo soy inmortal y tengo la gloria y mi esmoquin es mejor que el tuyo.
-Al menos los buitres no me despojarán de él.
-¿De qué me estás hablando?
-Nada. Cosas mías.

La parca se marchó y Pinochet miró fijamente los zapatos de Imelda. Todavía no eran las doce. No se quedaría sin sus zapatos por el momento. Se acercó a ella:
-Princesa ¿Estabas tú en el coro?
-No, me temo que yo también estaba escuchando.
-Entonces no alucinaba.
-Bueno, yo creo que alucinábamos los dos.

De repente, irrumpió en el salón Margaret Thatcher completamente borracha. Pasó al lado de Videla y vomitó encima suyo. Ronald Reagan murmuró: "Estos chiquillos". Margaret señaló con el dedo a Pinochet.
-Me das asco, pero te invito a tomar el té a las cinco.
-Acepto la invitación y le comunico que la amo. A mí a hipócrita no me gana ningún anglosajón.

Dieron las doce y todos desaparecieron. Desaparecieron también el esmoquin de Pinochet y los zapatos de Imelda. y dijo Pinochet:
-Qué vergüenza. Verme así desnudo. Sic transit gloria mundi, ya me lo decía mi madre.
- No te preocupes -le dijo Imelda- No eres casi nada. Sólo un puñado de letras y una mala idea que alguien tuvo. Encima no eres inmortal.
-Menos mal. No me hacía a la idea de pasar una eternidad vestido de esmoquin.