Suelo leer con frecuencia los artículos que publica Pérez Reverte. De hecho, lo leo desde hace, más o menos, diez años. Se podrían dividir en realidades temáticas: aquéllos, los más excelentes para mí, en los que se pone galdosiano y muestra misericordia por los más débiles, los que tiene conmiseración con los jóvenes a los que empieza la vida a dar tortazos; luego están los que se pone pequeñoburgués, aquellos en los que alaba las formas y vestuarios de un repelente niño Vicente, los que llora de emoción porque un camarero le ha tratado de usted o se queja con amargura porque ya no hacen corbatas o pantalones vaqueros como los de antes; y también aquéllos en los que hace referencia a personajes o situaciones, más o menos novelescas, de sus tiempos de reportero de guerra; por último, sobre un asunto que le tiene a mal traer hoy en día: el supuesto machismo en el lenguaje. Por supuesto, el académico escribe sobre mucho más temas en sus artículos, pero son los que yo más recuerdo por razones más o menos caprichosas, que en esto tan accesorio como la literatura y tan superfluo pero a la vez tan hermoso como ser lector uno no debe justificarse nunca. Leemos lo que queremos y nos acordamos de lo que nos place ¿Y qué pasa? ¿Desde cuándo el arte es objetivo?
Pero me estoy yendo de tema. Hoy quería hablar de lo obsesionado que está don Arturo (creo que prefiere que le nombre así) con la cosa del supuesto sexismo en el lenguaje. Arremete contra aquéllos que confunden la velocidad con el tocino. Todos vemos que es una injusticia que "hombre público" no equivalga a "mujer pública"; que "fulano" no sea lo mismo que "fulana"; y todo el mundo quiere ser un "Zorro" para defenderse bien en la vida, pero nadie quiere ser una "zorra". Hasta aquí estamos todos de acuerdo, incluido el señor Pérez Reverte. Con lo que no está tan de acuerdo es en lo de, por ejemplo, "lo de los ciudadanos y ciudadanas vascas" que popularizó el lehendakari, en lugar del neutral "ciudadanos", el tener que decir "la jueza" en lugar de "la juez" y de que la gente, por no leer e informarse, por no tener cultura, no tenga en cuenta que en latín, la lengua de donde procede nuestro castellano, tenía una formación neutra, terminada en o, que abarcaba a los dos sexos y que en eso, sin quitar que lo fueran en otras muchas cosas, los romanos no fueron machistas, ni por lo tanto nosotros, sus herederos lingüísticos, si se me permite la expresión.
En eso no puedo por menos que darle la razón al ilustre académico y escritor. Hace poco, una profesora de historia me recriminó que yo no usara "el ser humano" en lugar del "hombre". De poco valieron mis explicaciones de que "hombre", en sentido abstracto, equivale a los dos sexos y que la distinción se establece con "varón" o "mujer" y que puestos a eliminar vocabulario, por qué no eliminábamos, en aras de la igualdad lingüística, también el hermoso vocabulario "humanidad", por ser en este caso de género femenino.
Pero claro, si eliminamos "humanidad", también tendríamos que convertir en neutro hermosos vocablos que se deslizan por lo femenino: solidaridad, belleza, poesía, libertad, honestidad, igualdad, fraternidad, concordia... La lista podía ser muy larga, y de idiota tildaríamos al que empezáramos todos a decir "el libertad" y "el poesía". Parecería que en lugar de hablar de lo más hermoso del género humano, estuviéramos hablando de unos presos de la cárcel de Meco.
Es verdad que hay sexismo en el lenguaje. Por ejemplo, si yo digo a mi chica: ¿Te ayudo hacer la casa? en lugar de ¿Nos ponemos a hacer la casa? En el primer caso habré incurrido en lenguaje sexista, puesto que por muy buena intención que tenga, esa frase lleva el mensaje implícito de que las labores del hogar son cosa de ella, en lugar de ser cosa de los dos, como es preceptivo en estos tiempos que corren.
Tampoco está bien que le dijeran a mi chica que es una lagarta, pero yo me quedo igual si alguien me dice que soy un lagarto: ya me gustaría a mí, todo el día tumbado a la bartola. Ejemplos los hay a miles, y son los que debemos evitar... Todos los ciudadanos.
Por eso, estoy de acuerdo en lo que dice el académico (que para algo lo es) sobre atribuir erróneamente carácter sexista algunos usos del lenguaje que no lo son. Para que tengamos éxito en hacer un idioma que no minusvalore a uno de los sexos, deberemos saber qué realidades lingüísticas debemos cambiar y cuáles no, pues podemos rozar el absurdo o el ridículo, y eso precisamente haría que no cuajara en la sociedad el hablar de una manera no sexista.
Por eso tiene razón el escritor cuando se enfada. Graciosamente, dice en su último artículo que porque exista una "parturienta" no debe haber un "parturiente". Deberíamos analizar bien qué es lo realmente sexista y qué no lo es. Separar el grano de la paja, sin pensar que grano es masculino y paja es femenino.