martes, octubre 02, 2007

El viernes me echaron por décima cuarta vez del hospital. Mientras sigan permitiendo estas aberraciones, me temo que hasta que no consiga plaza fija ( si Dios quiere, en julio), voy a tener que seguir firmando por necesidad contratos de dos días, de tres, de un mes como máximo. Es mi aportación a la macroeconomía. Gracias a mis sacrificios contractuales, el hospital tiene una mejor cuenta de resultados y por extensión España entera camina a la élite económica a costa de un número creciente de pobres. Viva, bravo y hurra.
Pero en este artículo no voy a hablar de mis pesares. Voy a hablar de los problemas de una trabajadora a la que los manejos de una desalmada hicieron que ni siquiera pueda entrar en un futuro en la rueda de los precarios del hospital.
La desalmada tiene un problema. Se siente una persona muy desgraciada y con un tremendo espíritu vengativo contra la sociedad, arroja su mierda a los demás como si tuviera un ventilador invisible. Varios compañeros han sido víctimas de su odio, pero han salido más o menos indemnes de sus ataques gracias a que la susodicha no tiene ningún poder sobre ellos, y eso que la desalmada ha buscado y rebuscado, sin encontrar el punto débil donde hacer daño. Tener contrato fijo a veces es un buen escudo contra los ataques de la perfidia.
Pero este verano entró una mujer para hacer una sustitución de dos meses, es decir, sin escudo. Procuraba, como todos los que entran por primera vez en una empresa, dar lo mejor de sí misma. Intentaba aprender con rapidez, trabajar con diligencia...Pero ésto no era suficiente para la desalmada. La desalmada quería a un ser servil que no le tosiera lo más mínimo. Por algo ya estaba fija en la empresa, y eso es un grado que le hacía estar a un nivel superior respecto a los trabajadores temporales. Por eso le molestó tanto que la nueva le dijera lo siguiente:
-Has tardado un poco en venir de tomar el café y he tenido un problema grave. Gracias a que me han ayudado, que si no no hubiera sabido solucinarlo.
Es verdad que a la nueva le faltó diplomacia, pero decía la verdad; la veterana había prolongado demasiado la pausa de la merienda: una hora, pues pude corroborarlo. No obstante, aunque la chica nueva estaba cargada de razones, las palabras que se atrevió a pronunciar a la pérfida serían la causa de que no le volvieran a contratar en el hospital.
A partir de entonces, la desleal compañera inició una campaña de desprestigio contra ella. Durante el verano, empleó las horas del café para poner verde a la pobre mujer con otras compañeras; es más, llamó por teléfono a compañeras que se encontraban de vacaciones con el único fin de decirlas que era muy desgraciada porque la sustituta era una perfecta inútil y que estaban deseando que volvieran; por último, habló con la jefa para decirla que no se le ocurriera volver a contratar nunca más a tamaña incompetente.
Tal despliegue de maldad no dejó indiferente a nadie. Algunos compañeros intentaron echar un capote a la nueva compañera dando a la jefa una versión diferente a la de ella, pero tenían una capacidad de influencia sobre la jefa mucho menor que la malvada, que había estado durante años trabajándose con adulación a la inmediata superiora. Estaba claro que no volverían a contratar a la infeliz suplente, que aspiró en los dos meses de verano la posibilidad de tener un contrato más largo y a ser posible, más estable.
"HOMO HOMINI LUPUS" decía Cicerón. Y qué poco han cambiado las cosas desde entonces. Como también es verdad esa frase que me decía mi padre y que tardé algún tiempo en comprender: "A veces, Opo, no nos echan de las empresas los jefes: nos echan los compañeros" y ahora, con la contratación temporal al orden del día esto es más verdad que nunca, donde el siguiente contrato depende de lo mal o buen compañero que sea la persona con la que has trabajado. No te culpes si, habiendo puesto toda tu buena voluntad en el trabajo, no te vuelven a contratar: has sido víctima del capricho de un desalmado.
Me río yo de los "criterios objetivos en la política de contratación".