martes, julio 31, 2007

Habrá quién se pregunte quién soy, y me da apuro contestar, pues ni yo lo mismo lo sé.
Sé que soy el resultado de muchas historias, pero todas de gente anónima, sospecho que entre mis antepasados no hubo nadie que al que loaran con un poema, del que escribieran una novela o del que glosaran sus hazañas.
Soy de la segunda generación de mi familia que no se dedica a la agricultura. Todos los demás lo sabían casi todo de arados, bestias y terrones. Nada queda de esa sabiduría en mí, y soy un urbanita que si un día desaparece la ciudad lo voy a pasar muy mal, porque no voy a saber sembrar patatas ni uncir una mula al arado.
Pero puede que me sorprenda tener algún antepasado marino. Tal vez un fenicio, un griego o un romano; pero me mareo en los barcos, y mi pericia en la navegación está en el mismo sitio donde guardo los aparejos de labranza.
En mi familia dominan los ojos pardos, y soy de los pocos que tienen los ojos azules; tal vez sea debido a un gen rebelde que dormitaba en las células de mis ancestros, procedente de algún guerrero celta que pasaba por allí y que vino para quedarse y fundar una familia.
También he de decir que cuando miraba el rostro aceitunado y con bigote de uno de mis tíos más queridos, no podía evitar el ver en él la cara de un bondadoso hombre que toma un té de hierbabuena en un local de una plaza de Tánger, y eso me hace pensar que puede que algo de arena del desierto se haya quedado prendida en la sandalia que alguno de nuestros antepasados, que viendo esto más verde, decidieron que no se estaba mal aquí.
Hay quién dice que uno de mis apellidos es de origen judío, tal vez de ésos que expulsaron de Segovia capital y se refugiaron en los alrededores, donde está mi pueblo, de los que tuvieron que convertirse en cristianos para poder quedarse en la tierra que les vio nacer. Tal vez, por eso de tener sangre conversa, me importen poco los asuntos de la Iglesia. O tal vez sea porque la multinacional está en crisis, y ya le cuesta más vender su mensaje que en los dos mil años anteriores. No obstante, reconozco que la cultura grecolatina que tanto ha ayudado a difundir es la mía, y repudiarla sería rechazar parte de lo que soy.
Soy la suma de todos y de ninguno de los pueblos que habitaron en la península, y soy de las mil razas que son mentira porque aquí sólo hay un hombre que es igual a todos los hombres que fueron por lo siglos de los siglos, y serán por lo siglos de los siglos. Eso espero.