Esta mañana recibo una llamada de una conocida administración madrileña. He echado en tantas bolsas de trabajo que ni me imaginaba que me fueran a llamar de allí:
-Buenos días. Quería hablar con el señor Opo.
-Soy yo, dígame.
-Verá. Le llamo del Hospital XX. Le ofrecemos un contrato para trabajar como celador. En verano.
-¿Pero hay posibilidades de que me contraten por más tiempo?
-En un principio, el contrato sería de sustituciones en el período vacacional. Señor Opo, no podemos garantizarle más tiempo, al menos, de momento.
- Mire usted, señor. Estoy trabajando en hospital tal, me han llamado de la Universidad cual ofreciendo lo mismo que ustedes. La propia Comunidad de Madrid ha requerido de mis servicios para este verano. Ninguna oferta me ha sido interesante y ahora mismo no tengo intención de dejar el trabajo en el que estoy actualmente, aunque reconozco que también es temporal. Dadas las circunstancias, ¿qué me pueden ofrecer ustedes?
-Hombre tenga en cuenta que usted está en el número 1400 de la lista...
-Ignoro cuál es la razón por la que me han puesto en número tan alto. Lo que sí es cierto es que ahora mismo sólo entraría a trabajar con ustedes si me hacen un contrato de interinidad o mejor aún: un contrato fijo.
-Bueno, ya le digo que eso no se lo podemos hacer. Normalmente ese tipo de contratos no se hacen a gente que está en bolsa de trabajo.
-Ya, sí, lo de siempre. Hay una especie de maldición hacia la gente que está en las bolsas. Lo que yo no entiendo es por qué las llaman "de trabajo", si la mayoría nos pasamos la vida en el paro. En fin, no le entretengo más: estoy dispuesto a escucharles si la oferta que me hacen es de contrato fijo o cuando menos, interino. Muy buenos días.
Y colgué. La ley de la oferta y la demanda. Ahora puedo negociar. No caerá la breva de que hagan lo que les pido. Ojalá desaparezcan, de una vez por todas, "las bolsas de trabajo".
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