sábado, abril 07, 2007
Lo recuerdo perfectamente. Yo tenía ocho años. Estaba recién levantado, y papá dijo unas palabras que determinarían el destino de mi familia:
-Ya nos han dado el coche nuevo. Lo tengo aparcado en frente de la calle.
Entonces lo vi: hermoso, limpio, reluciente. Era un Talbot Solara. Los cromados de las puertas brillaban en contraposición de la perfecta negrura de las ruedas y de los parachoques. Los intermitentes tenían un naranja impecable, al igual que la luz roja del freno. Los cristales no tenían ni máculas ni rayaduras que afeasen su aspecto. Era, sin duda para un niño de ocho años, el mejor coche que había en el mundo. Pero todavía me aguardaban más maravillas en su interior.
Bajé corriendo las escaleras. Casi me llevo por delante a una vecina torturada por los peldaños y la artrosis, en malvada connivencia. Me increpó, pero yo sólo tenía oídos para el claxon de mi estupendo y flamante coche.
Llegué hasta él; se me salía el corazón por la boca. Entonces, mi padre, metió la llave en la puerta del conductor y... ¡Fiiiiip! Para mi sorpresa, los seguros de las cuatro puertas se abrieron a la vez ¿Podía haber algo más prodigioso? Sí, sí lo había. Cuando mi padre giró la llave de contacto, una feria de luces rojas montaron un tiovivo en el cuadro de instrumentos. Pensé que mi padre iba a arrancar el motor para poder escuchar la poderosa mecánica de nuestro vehículo... pero no. Antes de eso, mi padre, nos sorprendió a mí y a mis dos hermanos con un prodigio del que seguro no estarían preparados para verlo ni los mejores alquimistas medievales.
Accionó un botón y...
¡Dzzzzzzzip!
No me lo podía creer. Con un simple botón se subían las lunas de las puertas delanteras.
¡Dzzzzzzzop!
¡No sólo eso, también se bajaban. ¿A qué mente privilegiada se le pudo ocurrir eso? ¿A Edison, ése que inventó la alfombra voladora? Seguro que no, los elevalunas eran inventos demasiado buenos para él. Seguro que los inventó algún genio de los de verdad. Como Maradona.
-Estos botones, hijos, cuando los aprietas ponen en marcha los elevalunas eléctricos, y tienen de bueno...eeeeh...que no tienes que dar vueltas con una manivela... y te cansas menos en los viajes.
-¡Pero qué guay, papá! Este si que es un coche bueno, y no el otro, que tenía las puertas llenas de manivelas y se estropeaba enseguida el motor. Seguro que era por no tener elevalunas eléctricos.
Aquella noche no dormí, porque supe que en mi casa había sucedido algo muy importante. Yo entonces no lo sabía, pero lo intuía:
Habíamos ascendido dentro de la pirámide social de mi calle.
En mi barrio entonces sólo había un coche con elevalunas eléctricos: el mío. Los niños se asomaban a mirarle. No era para menos: su avanzada tecnología en mecanismos para subida y bajada de cristales, su tapicería de terciopelo gris, la calidad del plástico del salpicadero, entre otras cosas, llamaban la atención de cualquier experto en materia automovilística, y en mi calle había un buen puñado de expertos entre la gente menuda. Mi calle se dividía entre los eruditos de los coches y los eruditos del balompié, que eran los más. Entre los primeros, destacaba mi vecino del cuarto izquierda, que acababa de completar el álbum de cromos dedicado a las marcas de coches, tenía un tambor de Colón lleno de miniaturas y además su padre estaba mirando el comprarse uno de los de verdad.
-Joder tío, pues sí es bueno el coche de tu padre
-Es porque trae elevalunas.
En el colegio, empecé a sentirme respetado. Todos los niños me miraban con admiración: ninguno de sus padres tenía un coche con elevalunas eléctricos y eso me hizo sentir importante. Cuando íbamos con el coche, la gente nos saludaba cuando mi padre tocaba el claxon, y a mí no me cabía duda de que estaban pensando: "Ahí va esa familia pudiente del coche con alzacristales eléctricos." No me podía sentir más feliz y más pavo.
Pero como suele pasar en esta vida perra, un día estás arriba y al siguiente estás abajo:
-¿Sabes una cosa, Opo? Mi padre se ha comprado un Renault 18.
Un sudor frío empezó a correrme por la espalda. El tono de voz de ese chico no me gustaba. Intenté aparentar calma ante sus palabras, pero apenas si pude balbucear las preguntas que me estaban quemando en el cerebro:
-¿Se abren todas las puertas a la vez cuando tu padre mete la llave?
- Sí, por supuesto.
-¿Y se bajan las ventanas apretando un botón?
-Hombre, claro.
-No me lo creo. A verlo
Casi de inmediato, llegamos al sitio donde estaba aparcado el coche. El padre del chaval estaba abrillantándolo.
-¿Qué pasa, chavales?
-Hola Papá. Vengo a enseñarle el coche al hijo de Puri y Alfonso.
-Ved todo lo que queráis pero no me lo manchéis
-Papá..
-¿Qué?
-Que no se cree Opo que nuestro coche tiene elevalunas eléctricos.
-¿Pues cómo no los va a tener? Ahora los traen todos. De esta categoría, claro está. Además, este coche es mejor que el de tu padre, es diésel y gasta mucho menos.
No pude más. Me fui corriendo a mi casa y me tumbé en mi cama. Estuve llorando buena parte de la tarde, y mi pesar era tan grande que ya no me acordaba que hace pocos días había perdido media escafandra de mi airgamboys astronauta.
Pasaron los años, y mi barrio se llenó de coches con elevalunas eléctricos, con servo dirección, con ABS, con airbag, con ESP, con ordenador de a bordo y después, con GPS. Eso sí, todos seguían siendo o gasolina o diésel y sus dueños seguían discutiendo cúal de las dos posibilidades era la mejor.
Y esta mañana, mientras conducía, estaba meditando acerca de lo que nos gusta a los seres humanos lo superfluo e inútil en general, de ahí que surjan cosas como las estatuas de dudoso gusto que ponen en las rotondas de mi ciudad, la colección primavera-verano de la pasarela de Milán o las peleas entre hinchas en los estadios de fútbol. Entonces, apreté el botón para subir la ventana y ésta se quedó donde estaba. He tenido que dejar el coche en un depósito porque no se podía dejar en la calle con la ventana abierta. Entonces, me acordé de las manivelas y de Maradona.
Diego, no te lo podremos perdonar nunca.
¡Vaya faena has hecho al mundo entero inventando los elevalunas eléctricos y el fútbol!