jueves, noviembre 30, 2006
Esta mañana me han despertado las musas (disculpadme por la pinta, es que duermo sin pijama)y como tenía que prepararme para ir a trabajar, las he citado para ahora la tarde. Parece que no vienen. Me habían susurrado al oído una cosa para contaros en este blog. Pero como me lo han contado deprisa, a vuela pluma, mientras me vestía, no he retenido la información para escribir el más maravilloso artículo de todos los tiempos. Las cité para esta tarde, para ahora concretamente, que me he puesto a escribir. Pero parece ser que se han olvidado de la cita, como yo me he olvidado de esa idea estupenda que me habían regalado. No me acuerdo de nada de lo que me dieron para escribir en el blog. Maldita sea mi estampa.
Seguro que era un tema que me iba a salir del tirón, tecleando al mismo ritmo que una máquina de coser haciendo costuras, saliendo los argumentos en torrente, casi sin darme tiempo para escribirlos. Pero nada. Por mucho que me concentro no sale ese tema maravilloso del que iba a hablar hoy.
Iba en el tren hacia el trabajo y mientras me hablaba mi cuñado, pensaba en cuáles iban a ser las palabras iniciales del artículo. Cuando estaba trabajando, miles de argumentos ne acudían a la cabeza para ponerlos ahí. Pero claro, como no puedo apuntarlos en ningún sitio, se me olvidan. Me concentro en las tareas cotidianas y ya no me acuerdo de nada de lo pensado. Cero patatero.
Pensaba poneros a cambio un soneto, pero veo a mejores poetas que yo en la red (¿verdad, Sonofotlon?) ¿y para qué aburriros con un mal rimado soneto, si hay versos mejores que leer?
Si fuera escritor de un periódico, estaría en un problema, porque cuando te pagan, tienes que responder cada día, pero lo bueno de que no me paguen por escribir, es que puedo hablar de lo que me dé la gana y opinar de lo que quiera, dado que soy mi propio editor y publico lo que me viene en gana.
Es una lástima que la memoria me falle. El tema sobre el que os iba a hablar seguro que os interesaría mucho, además que lo iba a explicar muy bien, porque cuando escribo inspirado las ideas me salen solas y los recursos expresivos los hago más brillantemente.
Alguien llama a la puerta. Voy a abrir ¡Mira tú qué casualidad, precisamente estaba hablando ahora de vosotras! Pasad, que no es frecuente vuestras visitas, pues sois caras de ver. Escuchad, tengo un problema: que se me ha olvidado éso que me dijísteis. ¿Me lo podías decir otra vez!
¡Ay, que ya me han recordado de lo que os iba a hablar!
Era de...
miércoles, noviembre 29, 2006
LLevo ya casi dos meses escribiendo este blog y es la forma que tengo de cumplir con uno de los tres objetivos de un hombre: escribir un libro , tener un hijo y plantar un árbol. Como supondréis, estas líneas son parte de los objetivos. Muchos diréis que hago trampa, pero no se dice en ninguna parte que el libro esté en papel. Además, me parece más molón que mis letras naden por el ciberespacio.
Yo siempre he querido escribir un libro, y en un principio, se me ocurrió hacer un libro de cuentos. Llegué a escribir varios, pero no son suficientes para tener un libro en condiciones. Por cierto, mis cuentos han gustado mucho a quienes los han leído, sobre todo uno que presenté a un concurso. Le gustó muchísimo a todo el que lo leyó. Salvo a los miembros del jurado, dado que no me pusieron ni como finalista. Cabrones.
También he empezado algunas novelas. La novela en la que más tiempo he empleado ha sido una de la que llegué a escribir 60 folios. Una pena de relato. Es la historia de un chaval que había perdido el tabaco. Como podéis comprobar, la cosa no daba para mucho. Bastante es que con ese argumento tan pobre escribí sesenta folios de auténtica tensión nicotínica. Ni el propio Joyce, en caso de estar vivo, sacaría una novela decente con tan poca cosa. Seguro que sólo le daría para 1200 folios.
Como ya he dicho otra vez, también lo he intentado con la poesía ¡Qué poemas, Dios mío! Si Pablo Neruda hubiera tenido oportunidad de leerlos, en vez de hacer "veinte poemas de amor y una canción desesperada", hubiera hecho "veinte canciones desesperadas. Punto" Si los echara un vistazo Benedetti, enloquecería seguro. Creería tener otra identidad, ser otro Mario:
Mario Vargas Llosa.
En el colmo de su locura, seguro que hasta le daría por hablar bien de Margaret Thatcher.
En cualquier caso, como esto de escribir me es placentero y sólo necesitaba un formato que me fuera bien, pues... Qué mejor que un blog, donde aparte de cumplir mi sueño de hacer un libro, puede que, con el tiempo, lo lea mucha gente y se sientan tan a gusto leyéndolo como yo escribiéndolo.
Bueno, me quedan las otras dos misiones: la de plantar un árbol y tener un hijo. La primera es fácil, un día me voy a un parque de mi ciudad y planto un árbol. De paso, ayudo a los jardineros a recoger las hojas, a recortar los setos y podar las ramas. El problema, que me tomen por un desequilibrado y no me dejen coger las tijeras de podar.
En cuanto a la de tener un hijo, deseo con toda mi alma el poderos contar desde aquí la emoción del nacimiento de nuestro vástago, sus primeras aventurillas, y así hasta que sea él el que os hable desde un blog. Ya veremos, espero que no lo tengamos siendo muy mayores mi esposa y yo.
En fin. Deseadme suerte para completar las tres misiones,pero, como dicen que si cumples tu destino te mueres, para que eso no ocurra, pues quiero morirme tarde, después de cumplir con las tres misiones fundamentales, haré otras tres cosas:
Plantar un libro, tener un árbol y escribir un hijo.
¡Ah, y aprobar una oposición!
martes, noviembre 28, 2006
Ayer os hablé de unos cuantos sueños que tuve. Terminé hablando del que más me había impactado de todos, en ese en el que veía un yo más mayor atacándo a mi yo niño. Pues bien: os voy a hablar de otro sueño que me ha impactado y que he tenido desde los doce años hasta hoy; un sueño que siempre he tenido despierto.
El sueño del casco de sapiencia memorizador y generador de intelecto.
Con doce años, en diciembre me quedaron tres asignaturas: lengua, ciencias naturales y matemáticas. Me quedé sin reyes. Todo porque no tenía el casco memorizador de datos históricos y generador de ecuaciones. Ese casco en el que te quedas dormido y por la mañana te levantas haciendo raíces cuadradas mientras desayunas.
Sin duda ese casco es absolutamente necesario: dado que el plomo y la acetona han mermado el rendimiento de mis neuronas, tienen la obligación de suministrarme un casco de introducción de conceptos por ser un desgraciado miembro de la descerebrada generación que nació entre el sesenta y el ochenta. ¡¡YO QUIERO MI CASCO!!
Yo no podía con las conjugaciones verbales. Tampoco podía con la propiedad conmutativa y asociativa, que confundía con la desiderativa ( de lengua) y no podía saber si la Tenia era un parásito o el nombre de un grupo de rock urbano de los que estaban de moda en la época.
El casco me liberaría de tener que estar estudiando los odiosos libros de texto. Mejor aún: me libraría de los madrugones para ir al colegio. Se acabó el esfuerzo de aprender. Casco de aprender, y este mes, de regalo, dos tarros de extracto de baba de caracol que viene bien para el cutis.
Ya sabéis lo bien que me vendría el casco de aprender y de desarrollar el intelecto ahora que tengo que hacer oposiciones.
Inventores: dejad de inventar tonterías como los politonos e inventad de una vez el casco de sapiencia memorizador y generador de intelecto.
Ya verás qué risa cuando en el tribunal que me toque comprueben con horror que tienen que aprobar a todo el mundo.
lunes, noviembre 27, 2006
Este verano, concretamente en julio, tuve una pesadilla: soñé que las navidades habían llegado. Me levanté de mal humor, con taquicardias, porque era veiniticinco de diciembre fun, fun, fun y otro año se me iba entre los dedos. Maldita sea mi suerte, menos mal que desperté. O no. Sigo en ese maldito sueño y efectivamente: en un breve
instante he pasado de estar en bañador a llevar un jersey y pantalón de pana, del reggaeton a los villancicos.
Más sueños: vuelvo a ser estudiante. Me falta una asignatura para acabar la carrera, tengo que volver a las aulas. Aquí sí que me alegro de despertarme. Me voy al armario donde guardo todos los papeles y legajos que dan fe de mi paso por la vida y por las instituciones humanas y compruebo que mi título de licenciado está ahí y que nadie me lo puede quitar. Un antiguo compañero de universidad me saluda por la calle. Me recuerda que entramos a estudiar hace doce años.
Soñé con mi tío: un hombre menudo, moreno, con bigote. Confundible con honrados marroquíes. Todavía veo cómo asomaba de su espeso bigote la sonrisa más bondadosa que
he visto a nadie. Mi tío nos dejó hace ya nueve años.
Sigo con más sueños: en mi pueblo, donde veraneaba de chaval. Están los de siempre. Mis amigos hechos verano a verano. Me tomo un Dyc Cola. Suena la música. Nos vamos a bañar al río y de repente, echo a volar, como en la canción de Mecano. He estado volando unos ocho años, que es el tiempo que llevo sin aterrizar por el pueblo.
Otro más: estoy en una ciudad, con mi chica y con mi hermano, y las calles por donde deberían estar las aceras y la calzada están llenas de agua. ¡Ah, no, que este no es un sueño! Es que estuvimos en septiembre en Venecia. Parece que lo soñé la otra noche.
Otro: estoy trabajando todavía en la universidad, en mi despachito, con mi ordena, mis bolis, mis lapiceros. Pero no. Suena el despertador porque tengo que ir a trabajar al hospital. Creo que ya no formo parte ni de las conversaciones de cafetería de la gente con la que me relacionaba.
El peor sueño que tuve en mi vida lo tuve de niño, con cuatro años. Estaba acostado en mi camita, y un monstruo, más grande que yo y más mayor, me agarraba de los brazos y quería llevarme con él. Su cara me era familiar. Demasiado familiar. Dios mío, si el monstruo que me quiere llevar soy yo mismo, pero más viejo.
instante he pasado de estar en bañador a llevar un jersey y pantalón de pana, del reggaeton a los villancicos.
Más sueños: vuelvo a ser estudiante. Me falta una asignatura para acabar la carrera, tengo que volver a las aulas. Aquí sí que me alegro de despertarme. Me voy al armario donde guardo todos los papeles y legajos que dan fe de mi paso por la vida y por las instituciones humanas y compruebo que mi título de licenciado está ahí y que nadie me lo puede quitar. Un antiguo compañero de universidad me saluda por la calle. Me recuerda que entramos a estudiar hace doce años.
Soñé con mi tío: un hombre menudo, moreno, con bigote. Confundible con honrados marroquíes. Todavía veo cómo asomaba de su espeso bigote la sonrisa más bondadosa que
he visto a nadie. Mi tío nos dejó hace ya nueve años.
Sigo con más sueños: en mi pueblo, donde veraneaba de chaval. Están los de siempre. Mis amigos hechos verano a verano. Me tomo un Dyc Cola. Suena la música. Nos vamos a bañar al río y de repente, echo a volar, como en la canción de Mecano. He estado volando unos ocho años, que es el tiempo que llevo sin aterrizar por el pueblo.
Otro más: estoy en una ciudad, con mi chica y con mi hermano, y las calles por donde deberían estar las aceras y la calzada están llenas de agua. ¡Ah, no, que este no es un sueño! Es que estuvimos en septiembre en Venecia. Parece que lo soñé la otra noche.
Otro: estoy trabajando todavía en la universidad, en mi despachito, con mi ordena, mis bolis, mis lapiceros. Pero no. Suena el despertador porque tengo que ir a trabajar al hospital. Creo que ya no formo parte ni de las conversaciones de cafetería de la gente con la que me relacionaba.
El peor sueño que tuve en mi vida lo tuve de niño, con cuatro años. Estaba acostado en mi camita, y un monstruo, más grande que yo y más mayor, me agarraba de los brazos y quería llevarme con él. Su cara me era familiar. Demasiado familiar. Dios mío, si el monstruo que me quiere llevar soy yo mismo, pero más viejo.
domingo, noviembre 26, 2006
Los nacidos entre las décadas 60 y 80 somos más tontos que las generaciones precedentes.
No lo digo yo, lo dice la prestigiosa revista médica The Lancet. Parece ser que la continua exposición a productos como el arsénico, el plomo, el metilmercurio, la acetona y la anilina, todos muy usados en la vida cotidiana, han hecho mella en el desarrollo de nuestro coco. Es más, dando datos concretos, según dicha revista, se ha reducido en más de la mitad los coeficientes de inteligencia superiores a 130, y habrían aumentado los coeficientes intelectuales menores de 70. Ahora se explica todo.
Ahora entiendo que tuvieran éxito la música bakalao, la cocaína, el jaco, el éxtasis, las top model, el que nos gastemos un euro para bajarnos una tía en pelotas al móvil, el tremendo éxito de los programas del corazón, las absurdas modas en ropa, que nos compremos zapatillas de 120 euros que no les cuestan ni cinco el hacerlas a los fabricantes , la baba de caracol buena para el cutis que anuncian por la tele, lo televangelistas, los predicadores reaccionarios, la anorexia, los Mac Donald´s.
Ahora entiendo por qué dejamos que irrumpieran en España las ETT, que nos hagan contratos basura, que nos guiemos por los dictados del neoliberalismo, que nos suban hasta los absurdo los pisos, que dejáramos que se matara a los pueblos de Irak, Chechenia, Somalia, Yugoslavia y más sitios que no me acuerdo, por qué dejamos que la prensa nos mienta y nos oculte información, el pésimo y caro cine norteamericano, el pésimo y subvencionado (¡qué remedio!) cine español, que nos privaticen la sanidad, que nos congelen los sueldos, que los sindicatos pacten en el gobierno moderación salarial, que se reabra el debate sobre la caza de ballenas, que se dude todavía sobre el calentamiento global .
Ahora entiendo que triunfara gente como Bruce Willys, Arnold Schwarzenegger (como político y "actor"), Britney Spears, Take that, New kids on the block, Jennifer lópez, Belén Esteban, Karmele Marchante,ésa otra ( de cuyo nombre ni quiero ni debo acordarme)que se inventó la resurrección de la Hija de Romina Power y Albano, Margaret thatcher,Ronald Reagan, Osama Ben laden, Boris Yeltsin, Vladimir Putin, George Bush (padre e hijo), Berlusconi, Blair y el que tú ahora mismo estás pensando.
Ahora entiendo por qué no nos vamos de casa hasta los treinta, porqué valoramos más el dinero que a quien amamos, por qué amamos la violencia, por qué ya nadie escribe poemas, por qué no se va al teatro, por qué no nos importa el calentamiento global, por qué no me importas tú y por qué no te importo yo.
Si hubiéramos sido más inteligentes que nuestros predecesores, nada de esto se hubiera producido. Ya es tarde para evitar el daño que la contaminación ha hecho en nuestro cerebro, pero no para parar el daño que causa nuestra estupidez.
Y creedme, desde que leí ese estudio, rezo porque no sea verdad.
viernes, noviembre 24, 2006
No os he dicho que mi chica y yo vamos todos los viernes a bailes de salón y aunque ahora mismo lo que me apetece, después de un día de curro, es quedarme tumbado a la bartola, lo cierto es que cuando entro en clase de baile se me pasa toda la pereza y a bailar.
Hemos dado el tango, el merengue, la cumbia, la bachata, el swing variación, el sin variar, algo de vals, chachachá, el chotis (éste es fácil) y el pasodoble. La verdad, nos lo pasamos muy bien bailando. Solemos ir dos parejas, pero como mi cuñada se ha puesto malita, pues no hemos quedado un poco solos como los de Tudela.
Tengo que conseguir todavía algo de garbo bailando, en ello estoy. Me encanta cuando le pillamos el truco a un paso y algunos bailes, sobre todos los latinos, se me dan muy bien.¡Nos teníais que ver bailando la bachata!
A mí siempre me ha faltado algo de coordinación, y las clases de baile me están viniendo muy bien para poder mover mejor mi cuerpo, más armónicamente. No es cosa que me diga la profesora, es algo que veo yo día a día.
Hablando de mi profesora, es una mujer curiosa. Por un lado, está entrada en Kilos, pero por otro, teníais que ver lo grácil que puede llegar a resultar bailando. Parece una pluma cuando ejecuta un paso especialmente difícil.
No deja de ser una persona peculiar: enviudó hace mucho tiempo,y según confesión suya, al poco de enviudar, se puso el mundo por montera y desde entonces se come las noches de Madrid. Dice que ha habido momentos en los cuales salía toda las noches de la semana, y eso que después tenía que trabajar al día siguiente. Yo he sido también un fiestas, pero a mí las resacas me dejaban fuera de combate la noche siguiente.
Por cierto: que después del baile nos vamos a una casa y hacemos unas merendolas espectaculares; mi cuñado ha conseguido un vino excelente y claro, entre el baile y el vino pasamos una tarde del viernes bien entretenida. Mareada también.
En fin. Que eso de bailar está muy bien y es cosa que recomiendo.
Hemos dado el tango, el merengue, la cumbia, la bachata, el swing variación, el sin variar, algo de vals, chachachá, el chotis (éste es fácil) y el pasodoble. La verdad, nos lo pasamos muy bien bailando. Solemos ir dos parejas, pero como mi cuñada se ha puesto malita, pues no hemos quedado un poco solos como los de Tudela.
Tengo que conseguir todavía algo de garbo bailando, en ello estoy. Me encanta cuando le pillamos el truco a un paso y algunos bailes, sobre todos los latinos, se me dan muy bien.¡Nos teníais que ver bailando la bachata!
A mí siempre me ha faltado algo de coordinación, y las clases de baile me están viniendo muy bien para poder mover mejor mi cuerpo, más armónicamente. No es cosa que me diga la profesora, es algo que veo yo día a día.
Hablando de mi profesora, es una mujer curiosa. Por un lado, está entrada en Kilos, pero por otro, teníais que ver lo grácil que puede llegar a resultar bailando. Parece una pluma cuando ejecuta un paso especialmente difícil.
No deja de ser una persona peculiar: enviudó hace mucho tiempo,y según confesión suya, al poco de enviudar, se puso el mundo por montera y desde entonces se come las noches de Madrid. Dice que ha habido momentos en los cuales salía toda las noches de la semana, y eso que después tenía que trabajar al día siguiente. Yo he sido también un fiestas, pero a mí las resacas me dejaban fuera de combate la noche siguiente.
Por cierto: que después del baile nos vamos a una casa y hacemos unas merendolas espectaculares; mi cuñado ha conseguido un vino excelente y claro, entre el baile y el vino pasamos una tarde del viernes bien entretenida. Mareada también.
En fin. Que eso de bailar está muy bien y es cosa que recomiendo.
jueves, noviembre 23, 2006
Yo no soy psiquiatra, pero he oído decir a gente que sí lo es que la locura en algunos casos no es otra cosa que un exceso de lucidez. Vosotros juzgad, por lo que voy a contar, si ésto es verdad.
En una ciudad de la periferia madrileña había un matrimonio gallego. Tenían cuatro hijos pequeños. El marido, José, un hombre enjuto, de calva interminable, era funcionario. Traía un sueldo que apenas si daba para algunos caprichos, pero bueno, algo era. Aunque era amigo del jarro, nunca puso la mano a su mujer y nunca dejó que sus cuatro hijos pasaran necesidad de ningún tipo.
El hombre tenía esa costumbre de gallego antiguo de beber en silencio, hasta la hez. Por su hermético mutismo, los que le conocieron decían que era muy difícil saber cuándo estaba borracho y cuándo estaba sobrio.
Su mujer, Fátima, la heroína de esta historia, era una gallega también menudita, de apenas metro y medio de estatura, con nariz aguileña, . Sus ojos, un poco saltones, eran acuosos. Parecían siempre predispuestos al llanto. Su carácter, como buena gallega, era dulcísimo, impresión tal vez debida a ese acento tan cantarín que tienen las mujeres de Galicia.
Vivían los seis en el 4ºB y dicen los vecinos que les conocieron que jamás se les oyó una voz, un pataleo o simplemente el correr de una silla. Mientras unos cantaban al unísono la copla de Radiolé, otros vociferaban a los cuatro vientos sus conflictos intergeneracionales y otros siempre tenían que hacer una reforma que hiciera indispensable la taladradora, los gallegos, en cambio, vivían en el silencio más absoluto.
Tan poco ruido hacían que cuando el marido murió de cáncer todos los vecinos dijeron al enterarse de la noticia: "O sea,que tenía ya metástasis. ¿Desde cuándo? Nosotros no sabíamos nada, Es que de esta gente se oye tan poco..."
Mirando a la muerte cara a cara, quedó Fátima sola. Tan callando.
Calladamente esperó a la miseria: con 60000 pesetas de pensión de viudedad tenían que salir ella y sus cuatro hijos adelante. Imposible, aún no teniendo letras pendientes del piso. Empezó a haber necesidad en aquel hogar. Pidió ayuda a un tío cura, que le trajo ropa desde la parroquia. Los vecinos también ayudaron a vestir a los niños. Pero Fátima no podía hacer milagros. Obligada por cuatro pequeñas bocas, tuvo que salir a limpiar otras casas.
Se iba de su casa a las seis y media de la mañana y muchos días le daban las ocho de la tarde. Se le pusieron las manos rojas de la lejía y las ojeras amoratadas por la falta de sueño. Día tras día se iba encorvando más y más, pareciendo cada vez más insignificante. Siempre llevaba un pañuelo de encaje en la manga para su llanto callado de gallega. Hasta que un día, ese llanto de lluvia fina y constante se transformó en aullidos en torrente. Los primeros gritos que salían del 4ºB.
Los niños, gimoteando, muy asustados ,llamaron a la puerta de un vecino: "señor, señor, no sabemos qué le pasa a mamá ¿Podía usted ayudarnos?"
El vecino llamó para que trajeran una ambulancia -Espere un momento, por favor. Ahora le atenderá una operadora para que usted dé los datos- En el teléfono empezó a sonar una conocida melodía de Mocedades:
"..y los chicos del barrio le llamaban loca"
Sí, Fátima enloqueció. Desde entonces, ya no saludaba a nadie por la calle, pese a que siempre había sido una mujer amable, de modales exquisitos, casi remilgados. Iba con la mirada fija al infinito, perdida y la gente pasaba por su lado y no podía dejar de mirarla en una mezcla de reparo y compasión.
Con todo, a base de calmantes, antidepresivos y fuerza de voluntad sacada de la nada, siguió retorciendo bayetas. Siguió cogiendo el Cercanías para ir a servir a mil casas diferentes. Los niños crecieron, llevando siempre la ropa impecable. Alguno de ellos hasta pudo completar estudios universitarios mientras trabajaba. Fátima, la pequeña gallega, tuvo más cojones que nadie para sacar adelante a sus cuatro hijos.
Algunos expertos en salud mental dicen que la gente necesita de evasión y un poco de fantasía para seguir viviendo y estar sanos del coco: vernos más guapos de lo que somos, más inteligentes, con más dinero del que tenemos o que sé yo. La existencia se torna a insufrible si no hacemos de nuestra vida una película más llevadera. El problema es cuando, como Fátima, la película se transforma en un documental sobre la pobreza en los suburbios de las ciudades.
A Fátima se le cayó su propia fantasía de estabilidad y prosperidad y eso casi la mata. Tal vez el enorme sentido de responsabilidad y el amor a sus hijos hizo que
no cayera fulminada en la acera en uno de esos días en que salía de su casa para pasar catorce horas de esclavitud.
Pese a que estoy contando una historia de una pequeña heroína gallega, hubiera preferido contar algo insustancial. Hablar, por ejemplo, sobre la pelusa de mi ombligo. Pero Fátima merecía que contara su historia: avatares que jamás deberían haber sucedido, ni jamás deberían haber sido contados por mi.
Por cierto, que Fátima en realidad se llama Rosalía.
En una ciudad de la periferia madrileña había un matrimonio gallego. Tenían cuatro hijos pequeños. El marido, José, un hombre enjuto, de calva interminable, era funcionario. Traía un sueldo que apenas si daba para algunos caprichos, pero bueno, algo era. Aunque era amigo del jarro, nunca puso la mano a su mujer y nunca dejó que sus cuatro hijos pasaran necesidad de ningún tipo.
El hombre tenía esa costumbre de gallego antiguo de beber en silencio, hasta la hez. Por su hermético mutismo, los que le conocieron decían que era muy difícil saber cuándo estaba borracho y cuándo estaba sobrio.
Su mujer, Fátima, la heroína de esta historia, era una gallega también menudita, de apenas metro y medio de estatura, con nariz aguileña, . Sus ojos, un poco saltones, eran acuosos. Parecían siempre predispuestos al llanto. Su carácter, como buena gallega, era dulcísimo, impresión tal vez debida a ese acento tan cantarín que tienen las mujeres de Galicia.
Vivían los seis en el 4ºB y dicen los vecinos que les conocieron que jamás se les oyó una voz, un pataleo o simplemente el correr de una silla. Mientras unos cantaban al unísono la copla de Radiolé, otros vociferaban a los cuatro vientos sus conflictos intergeneracionales y otros siempre tenían que hacer una reforma que hiciera indispensable la taladradora, los gallegos, en cambio, vivían en el silencio más absoluto.
Tan poco ruido hacían que cuando el marido murió de cáncer todos los vecinos dijeron al enterarse de la noticia: "O sea,que tenía ya metástasis. ¿Desde cuándo? Nosotros no sabíamos nada, Es que de esta gente se oye tan poco..."
Mirando a la muerte cara a cara, quedó Fátima sola. Tan callando.
Calladamente esperó a la miseria: con 60000 pesetas de pensión de viudedad tenían que salir ella y sus cuatro hijos adelante. Imposible, aún no teniendo letras pendientes del piso. Empezó a haber necesidad en aquel hogar. Pidió ayuda a un tío cura, que le trajo ropa desde la parroquia. Los vecinos también ayudaron a vestir a los niños. Pero Fátima no podía hacer milagros. Obligada por cuatro pequeñas bocas, tuvo que salir a limpiar otras casas.
Se iba de su casa a las seis y media de la mañana y muchos días le daban las ocho de la tarde. Se le pusieron las manos rojas de la lejía y las ojeras amoratadas por la falta de sueño. Día tras día se iba encorvando más y más, pareciendo cada vez más insignificante. Siempre llevaba un pañuelo de encaje en la manga para su llanto callado de gallega. Hasta que un día, ese llanto de lluvia fina y constante se transformó en aullidos en torrente. Los primeros gritos que salían del 4ºB.
Los niños, gimoteando, muy asustados ,llamaron a la puerta de un vecino: "señor, señor, no sabemos qué le pasa a mamá ¿Podía usted ayudarnos?"
El vecino llamó para que trajeran una ambulancia -Espere un momento, por favor. Ahora le atenderá una operadora para que usted dé los datos- En el teléfono empezó a sonar una conocida melodía de Mocedades:
"..y los chicos del barrio le llamaban loca"
Sí, Fátima enloqueció. Desde entonces, ya no saludaba a nadie por la calle, pese a que siempre había sido una mujer amable, de modales exquisitos, casi remilgados. Iba con la mirada fija al infinito, perdida y la gente pasaba por su lado y no podía dejar de mirarla en una mezcla de reparo y compasión.
Con todo, a base de calmantes, antidepresivos y fuerza de voluntad sacada de la nada, siguió retorciendo bayetas. Siguió cogiendo el Cercanías para ir a servir a mil casas diferentes. Los niños crecieron, llevando siempre la ropa impecable. Alguno de ellos hasta pudo completar estudios universitarios mientras trabajaba. Fátima, la pequeña gallega, tuvo más cojones que nadie para sacar adelante a sus cuatro hijos.
Algunos expertos en salud mental dicen que la gente necesita de evasión y un poco de fantasía para seguir viviendo y estar sanos del coco: vernos más guapos de lo que somos, más inteligentes, con más dinero del que tenemos o que sé yo. La existencia se torna a insufrible si no hacemos de nuestra vida una película más llevadera. El problema es cuando, como Fátima, la película se transforma en un documental sobre la pobreza en los suburbios de las ciudades.
A Fátima se le cayó su propia fantasía de estabilidad y prosperidad y eso casi la mata. Tal vez el enorme sentido de responsabilidad y el amor a sus hijos hizo que
no cayera fulminada en la acera en uno de esos días en que salía de su casa para pasar catorce horas de esclavitud.
Pese a que estoy contando una historia de una pequeña heroína gallega, hubiera preferido contar algo insustancial. Hablar, por ejemplo, sobre la pelusa de mi ombligo. Pero Fátima merecía que contara su historia: avatares que jamás deberían haber sucedido, ni jamás deberían haber sido contados por mi.
Por cierto, que Fátima en realidad se llama Rosalía.
miércoles, noviembre 22, 2006
Esta mañana estaba desayunando mientras veía las noticias y casi derramo el café del susto. La causa, este nefasto anuncio:
"Zapatero justifica una subida de la tarifa eléctrica para evitar problemas.
El presidente del Gobierno defendió este martes que la tarifa eléctrica debe recoger mejor los costes que soportan las empresas para prestar servicio, porque de lo contrario corren peligro la seguridad de suministro y la sostenibilidad del crecimiento económico."
Yo, otra cosa no tendré, pero puedo presumir de buena memoria. Al leer esta pésima noticia, recordé otro artículo que leí no hace más de quince días: en esa otra funesta ensalada de letras se venía a decir, muy finamente, eso sí, con gran condimento de eufemismos y bien aliñado de hipocresía, que las grandes constructoras buscaban un mercado donde invertir las ganancias de los últimos años, y pensaban "orientar el negocio" en el sector enérgetico. Concretamente, en el de la electricidad.
¡Horror!
No contentos con endeudarnos hasta las cejas a los sufridos españolitos, ahora vienen con sus colmillos a morder los cables de nuestras bombillas. Ahora sí que podemos decir que tenemos un porvenir muy negro: es que las velas no alumbran mucho.
Hace tiempo que he llegado a la conclusión de que los gobiernos no son más que los lacayos de las grandes empresas y que no sirven para otra cosas que para facilitarles sus caprichos y negocios. Me da igual que el gobierno se vista de progresista o de conservador.
Señor Zapatero, si usted se las da de hombre de izquierdas: ¿Por qué da menos valor a mi voto que al de un miembro del consejo de administración de una gran constructora? Si no es así, ¿por qué se pliega ante las decisiones de los que están llevando a la ruina a las clases más desfavorecidas cuyos intereses dice defender?
Ayer me vino la factura de la luz. Por dos meses he pagado 66 euros. Si pensamos que un piso medio de mi ciudad, que en el año 96 valía uno 50000 euros, ahora vale unos 200000,y si deciden ganar tanto con la electricidad como con los pisos, pagaré... ¡ 264 euros de luz cada dos meses!
O sea, que para que el crecimiento sea sostenible, yo tengo que estar más miserable ¿y a nosotros quién nos sostiene? Ahogados por las hipotecas, por los sueldos de miseria, por contratos temporales, señor Zapatero, ¿quién nos sostiene a nosotros?
Si fuera sincero, señor Zapatero, me diría que no es a mí a quien me tiene que rendir cuentas, es al Consejo de administración de la empresa de don Fulano, que no sé por qué, me imagino con la cara del senador Palpatine. Será porque con el precio con el que me quiere cobrar la luz, me va a enviar, a buen seguro, al lado oscuro.
"Zapatero justifica una subida de la tarifa eléctrica para evitar problemas.
El presidente del Gobierno defendió este martes que la tarifa eléctrica debe recoger mejor los costes que soportan las empresas para prestar servicio, porque de lo contrario corren peligro la seguridad de suministro y la sostenibilidad del crecimiento económico."
Yo, otra cosa no tendré, pero puedo presumir de buena memoria. Al leer esta pésima noticia, recordé otro artículo que leí no hace más de quince días: en esa otra funesta ensalada de letras se venía a decir, muy finamente, eso sí, con gran condimento de eufemismos y bien aliñado de hipocresía, que las grandes constructoras buscaban un mercado donde invertir las ganancias de los últimos años, y pensaban "orientar el negocio" en el sector enérgetico. Concretamente, en el de la electricidad.
¡Horror!
No contentos con endeudarnos hasta las cejas a los sufridos españolitos, ahora vienen con sus colmillos a morder los cables de nuestras bombillas. Ahora sí que podemos decir que tenemos un porvenir muy negro: es que las velas no alumbran mucho.
Hace tiempo que he llegado a la conclusión de que los gobiernos no son más que los lacayos de las grandes empresas y que no sirven para otra cosas que para facilitarles sus caprichos y negocios. Me da igual que el gobierno se vista de progresista o de conservador.
Señor Zapatero, si usted se las da de hombre de izquierdas: ¿Por qué da menos valor a mi voto que al de un miembro del consejo de administración de una gran constructora? Si no es así, ¿por qué se pliega ante las decisiones de los que están llevando a la ruina a las clases más desfavorecidas cuyos intereses dice defender?
Ayer me vino la factura de la luz. Por dos meses he pagado 66 euros. Si pensamos que un piso medio de mi ciudad, que en el año 96 valía uno 50000 euros, ahora vale unos 200000,y si deciden ganar tanto con la electricidad como con los pisos, pagaré... ¡ 264 euros de luz cada dos meses!
O sea, que para que el crecimiento sea sostenible, yo tengo que estar más miserable ¿y a nosotros quién nos sostiene? Ahogados por las hipotecas, por los sueldos de miseria, por contratos temporales, señor Zapatero, ¿quién nos sostiene a nosotros?
Si fuera sincero, señor Zapatero, me diría que no es a mí a quien me tiene que rendir cuentas, es al Consejo de administración de la empresa de don Fulano, que no sé por qué, me imagino con la cara del senador Palpatine. Será porque con el precio con el que me quiere cobrar la luz, me va a enviar, a buen seguro, al lado oscuro.
martes, noviembre 21, 2006
No sé si habéis leído el libro de Dietrich Schwanitz llamado "la cultura: todo lo que hay que saber" editado por Taurus. El libro en cuestión viene a ser un repaso de todo lo que debemos conocer y leer si queremos pasar por personas cultas. Es resumen de todas las corrientes filosóficas, literarias, históricas, así como de autores y personajes fundamentales para entender la cultura de occidente. El libro es ameno y a mí me mostró las lecturas que me faltaban; pero no estoy de acuerdo en algo que allí se postula: Dietrich Schwanitz dice que cultura es también el ignorar lo que no es sublime, por ejemplo: los culebrones, los periódicos sensacionalistas o las revistas del corazón. Nos suministran una información totalmente inútil; por tanto, conocer las informaciones que nos dan es una total pérdida de tiempo. Este aserto también vale para prescindibles libros que por tal condición no tienen que estar en nuestras manos. En definitiva, lo que nos viene a decir que ser culto es seleccionar lo que vemos y lo que leemos.
Otro que piensa igual es Harold Bloom, el autor del libro "el Canon Occidental" (ed. Anagrama). Los razonamientos que da son otros pero la idea es la misma: Hay tanto libros que es imposible leer todo lo que está publicado. Por ello, es necesario restringir las lecturas a aquello que sea de mayor calidad, dado que una vida es demasiado corta para leer todo lo que se ha escrito.
Como son dos eruditos de los más importantes, casi da reparo el contradecirles, pero creo que en este punto es necesario.
Hace poco, guiándose por la misma lógica que la manifestada por los dos sabios, la directora de bibliotecas de mi ciudad decidió cerrar en horario matinal la de mi barrio, argumentando que "la gente entra a coger libros de Ken Follett y demás y se sientan en los puestos de lectura para leer esos libros malos en vez de otros mejores"
Vamos, que porque la gente no leía a Shakespeare, Stendhal o a Galdós, había que restringir el horario de la biblioteca.
En esa misma biblioteca yo iba de niño cuando me daban vacaciones, casi siempre por las mañanas. Iba para leer tebeos de Mortadelo y Filemón. Con el tiempo, de Mortadelo me pasé a Tintín, de Tintín pasé a leer a Stephen King, de Stephen King me pasé a Eduardo Mendoza y después de él y otros autores contemporáneos de cierta calidad, a los clásicos. Peldaño a peldaño llegué hacia lo que recomiendan Schwanitz y Bloom y lo que quiere que leamos mi atolondrada jefa de bibliotecas. Reconozco que me queda mucho por leer, pero sólo tengo una vida y encima se me imposibilita el usar la biblioteca por las mañanas.
Despreciar las lecturas fáciles es eliminar la puerta de entrada que mucha gente emplea para acceder a la cultura con mayúsculas. Es cortar el paso a la escalera que recorriéndola peldaño a peldaño, nos hará llegar a las obras más excelsas de cuantas se han escrito.
Es muy recurrente decir que, por poner un ejemplo, Harry Potter es un libro de baja calidad. Lo es, comparándolo con otros. Pero si queremos que nuestros niños lean de adultos libros de mitología griega, no está de más que hayan leído antes los de Harry Potter. Muchos de los enemigos que aparecen en los cuentos del pequeño mago están inspirados en dicha mitología, y puede que en el futuro nuestros niños se acerquen a las fuentes originales movidos por la curiosidad. Puede darse el caso de alguno se convierta en experto en cultura antigua, y que su pasión haya nacido por un despreciado librito.
Está claro que no hay tiempo para todas las obras, ni siquiera para las más grandes. Pero claro queda también que no podemos deshacernos de las antesalas de la cultura; es decir, las obras que desprecian equivocadamente algunas personas de la élite u otros que sin pertenecer a la élite, las vituperan para dárselas de cultos y quedándose en pedantes. Recordemos que el Quijote tiene como base la repudiada literatura caballeresca de entonces. Hubiera sido imposible escribir un libro tan colosal si Cervantes se hubiera ceñido en leer sólo lo que le marcara el canon que circulaba en aquellos días.
Por eso quiero que vuelvan a abrir la biblioteca por las mañanas: para que la gente pueda coger un sitio y leer a Patricia Highsmith tranquilamente; para que los niños, cuando les den las vacaciones en el colegio, vayan a la biblioteca, tomen prestado un Astérix y lo disfruten como yo lo hice en su momento.
Y para que todos podamos tener acceso a los libros imprescindibles que, por fortuna, allí están.
Otro que piensa igual es Harold Bloom, el autor del libro "el Canon Occidental" (ed. Anagrama). Los razonamientos que da son otros pero la idea es la misma: Hay tanto libros que es imposible leer todo lo que está publicado. Por ello, es necesario restringir las lecturas a aquello que sea de mayor calidad, dado que una vida es demasiado corta para leer todo lo que se ha escrito.
Como son dos eruditos de los más importantes, casi da reparo el contradecirles, pero creo que en este punto es necesario.
Hace poco, guiándose por la misma lógica que la manifestada por los dos sabios, la directora de bibliotecas de mi ciudad decidió cerrar en horario matinal la de mi barrio, argumentando que "la gente entra a coger libros de Ken Follett y demás y se sientan en los puestos de lectura para leer esos libros malos en vez de otros mejores"
Vamos, que porque la gente no leía a Shakespeare, Stendhal o a Galdós, había que restringir el horario de la biblioteca.
En esa misma biblioteca yo iba de niño cuando me daban vacaciones, casi siempre por las mañanas. Iba para leer tebeos de Mortadelo y Filemón. Con el tiempo, de Mortadelo me pasé a Tintín, de Tintín pasé a leer a Stephen King, de Stephen King me pasé a Eduardo Mendoza y después de él y otros autores contemporáneos de cierta calidad, a los clásicos. Peldaño a peldaño llegué hacia lo que recomiendan Schwanitz y Bloom y lo que quiere que leamos mi atolondrada jefa de bibliotecas. Reconozco que me queda mucho por leer, pero sólo tengo una vida y encima se me imposibilita el usar la biblioteca por las mañanas.
Despreciar las lecturas fáciles es eliminar la puerta de entrada que mucha gente emplea para acceder a la cultura con mayúsculas. Es cortar el paso a la escalera que recorriéndola peldaño a peldaño, nos hará llegar a las obras más excelsas de cuantas se han escrito.
Es muy recurrente decir que, por poner un ejemplo, Harry Potter es un libro de baja calidad. Lo es, comparándolo con otros. Pero si queremos que nuestros niños lean de adultos libros de mitología griega, no está de más que hayan leído antes los de Harry Potter. Muchos de los enemigos que aparecen en los cuentos del pequeño mago están inspirados en dicha mitología, y puede que en el futuro nuestros niños se acerquen a las fuentes originales movidos por la curiosidad. Puede darse el caso de alguno se convierta en experto en cultura antigua, y que su pasión haya nacido por un despreciado librito.
Está claro que no hay tiempo para todas las obras, ni siquiera para las más grandes. Pero claro queda también que no podemos deshacernos de las antesalas de la cultura; es decir, las obras que desprecian equivocadamente algunas personas de la élite u otros que sin pertenecer a la élite, las vituperan para dárselas de cultos y quedándose en pedantes. Recordemos que el Quijote tiene como base la repudiada literatura caballeresca de entonces. Hubiera sido imposible escribir un libro tan colosal si Cervantes se hubiera ceñido en leer sólo lo que le marcara el canon que circulaba en aquellos días.
Por eso quiero que vuelvan a abrir la biblioteca por las mañanas: para que la gente pueda coger un sitio y leer a Patricia Highsmith tranquilamente; para que los niños, cuando les den las vacaciones en el colegio, vayan a la biblioteca, tomen prestado un Astérix y lo disfruten como yo lo hice en su momento.
Y para que todos podamos tener acceso a los libros imprescindibles que, por fortuna, allí están.
lunes, noviembre 20, 2006
Parece ser que la enfermedad de la persona a la que hago la sustitución va para largo; aunque espero sinceramente que se recupere pronto, esto me da un tiempo más de no estar en el paro ¡Qué vida más perra, tener que depender de la desgracia de los demás!
A veces no sé si deseo trabajar o no: es muy duro después de hacer la jornada laboral el tener que ponerte a estudiar, la verdad es que no tengo tiempo casi de hacer nada y por supuesto, no saco las horas suficientes para poder ir al examen con garantías. Pero hay que hacer ese examen, qué demonios, aunque creo que para cuando lo haga no tendré las horas suficientes de estudio para aprobarlo.
A veces me lamento de que muchos a mi edad ya están disfrutando de plaza de funcionario. Cuando llegan a casa sólo han de preocuparse de su tiempo de ocio: encender el televisor, leer un libro o cualquier otra actividad placentera. Me consume pensar que podía haberme librado de esta condena hace muchos años, pero qué le vamos a hacer. Tiene que ser ahora ¡Qué tarde llego a todo!
Para sacar una oposición como la que me estoy preparando, la gente dice que hay que hacer un mínimo de ocho horas diarias; podría estar todo ese tiempo estudiando si no tuviera otras responsabilidades, no te fastidia: tengo que trabajar porque con un sueldo no nos llega para pagar todos nuestros gastos y obligaciones.
Hoy tengo el día libre en el curro, pero claro, no puedo estar tumbado a la bartola. Me tengo que poner en la mesa, al lado de la luz, erre que erre con el temario. Cuando no trabajo el fin de semana, igual.
Total, que mi vida es no parar.
Otras veces pienso que quizá debería centrarme en buscar trabajo en la empresa privada, pero no me ofrecen más que salarios de miseria por un tiempo ridículo, que no cubren en modo alguno mis necesidades básicas. Leí en una editorial que se están obteniendo márgenes de beneficio récord. Lástima que en mi pueblo, en mi casa, en mi calle, no se pilla nada de esos beneficios.
El sistema nos arroja a la rueda de la competencia como si fuéramos desgraciados hámster. Mi rueda es esta oposición. Por desgracia, compito con gente que por circunstancias personales sí pueden dedicarle ocho horas a esto, con otra gente que ya tiene puntos porque ya han trabajado de profesor, otros tienen puntos por haber hecho cursos de inglés, informática o arte etrusco en no se dónde. ¡Yo no tengo más que rémoras, leñe, así no hay quién compita!
Muchos no comprenden porqué yo digo que esto de las oposiciones debería ser por sorteo. El que tenga el título que piden entra en el bombo y ya está. Nunca comprenderé el por qué tanto sacrificio para en definitiva tener que trabajar.
Que no están regalando nada.
A veces no sé si deseo trabajar o no: es muy duro después de hacer la jornada laboral el tener que ponerte a estudiar, la verdad es que no tengo tiempo casi de hacer nada y por supuesto, no saco las horas suficientes para poder ir al examen con garantías. Pero hay que hacer ese examen, qué demonios, aunque creo que para cuando lo haga no tendré las horas suficientes de estudio para aprobarlo.
A veces me lamento de que muchos a mi edad ya están disfrutando de plaza de funcionario. Cuando llegan a casa sólo han de preocuparse de su tiempo de ocio: encender el televisor, leer un libro o cualquier otra actividad placentera. Me consume pensar que podía haberme librado de esta condena hace muchos años, pero qué le vamos a hacer. Tiene que ser ahora ¡Qué tarde llego a todo!
Para sacar una oposición como la que me estoy preparando, la gente dice que hay que hacer un mínimo de ocho horas diarias; podría estar todo ese tiempo estudiando si no tuviera otras responsabilidades, no te fastidia: tengo que trabajar porque con un sueldo no nos llega para pagar todos nuestros gastos y obligaciones.
Hoy tengo el día libre en el curro, pero claro, no puedo estar tumbado a la bartola. Me tengo que poner en la mesa, al lado de la luz, erre que erre con el temario. Cuando no trabajo el fin de semana, igual.
Total, que mi vida es no parar.
Otras veces pienso que quizá debería centrarme en buscar trabajo en la empresa privada, pero no me ofrecen más que salarios de miseria por un tiempo ridículo, que no cubren en modo alguno mis necesidades básicas. Leí en una editorial que se están obteniendo márgenes de beneficio récord. Lástima que en mi pueblo, en mi casa, en mi calle, no se pilla nada de esos beneficios.
El sistema nos arroja a la rueda de la competencia como si fuéramos desgraciados hámster. Mi rueda es esta oposición. Por desgracia, compito con gente que por circunstancias personales sí pueden dedicarle ocho horas a esto, con otra gente que ya tiene puntos porque ya han trabajado de profesor, otros tienen puntos por haber hecho cursos de inglés, informática o arte etrusco en no se dónde. ¡Yo no tengo más que rémoras, leñe, así no hay quién compita!
Muchos no comprenden porqué yo digo que esto de las oposiciones debería ser por sorteo. El que tenga el título que piden entra en el bombo y ya está. Nunca comprenderé el por qué tanto sacrificio para en definitiva tener que trabajar.
Que no están regalando nada.
domingo, noviembre 19, 2006
Me gustaría saber muchas cosas, pero sobre todo y por cuestiones de supervivencia, me gustaría saber más de economía. También por enmendarles la plana algunos neoliberales sin entrañas.
De economía no sé lo suficiente, es verdad, pero de historia sé algo más. Por ejemplo ¿Cómo salió los Estados Unidos de las crisis del 29? No, no fue por los grandes millonarios yanquies que pusieron sus fortunas al servicio de la regeneración del país; parece ser que fue por un excelente presidente demócrata llamado Franklyn D. Roosevelt que por un programa de reformas sociales (new Deal), sacó a América del arroyo.
Curiosamente, este programa se basaba en el intervencionismo estatal de la economía. Se basaba en las ideas de un economista clásico llamado Keynes, que aunque era un liberal, creía que el estado debería intervenir en ciertas parcelas (educación, sanidad, e incluso en la visión más derechista de sus ideas, en la defensa). Los resultados de aplicar una teoría económica en la cual era el estado el gestor principal, trajeron muchísimos beneficios, sobre todo a la clase trabajadora.
Después de la segunda guerra mundial, fueron muchos los países que llevaron a la práctica planes parecidos al New Deal. Gracias al éxito de la aplicación de esos planes, muchos países europeos crecieron de manera espectacular, y se pudo invertir en sanidad, educación, etc que a su vez, generaron más riqueza. En definitiva: como se invirtió en la mejora global de la calidad de vida de los pueblos, se empezó a oir hablar de el conocido término de Estado de bienestar, que ya sabéis lo que significa en lenguaje llano: que todos tengamos nuestras necesidades cubiertas.
El crecimiento más sorprendente de estos países fue el de las República Federal Alemana que, en menos de veinte años, consiguió volverse a poner a la cabeza de las grandes economías mundiales, donde los trabajadores gozaban de unas rentas y estilo de vida envidiable.
Muchos nostálgicos franquistas suelen decir que el gran despegue español que se produjo unos pocos años después de la posguerra fue debido a la enorme pericia del dictador; pues no. Aunque España era un país que estaba aislado del mundo, los tecnócratas que el tirano designó, procedentes casi todos del Opus Dei, sí estaban muy al tanto de las corrientes que en materia económica circulaban por el mundo, además, eso que preconizaba Keynes del estado intervencionista se ajustaba muy bien a una dictadura y ellos fueron los principales culpables de que los españoles se mortificaran viendo en el NODO a Franco inaugurando pantanos.
De esta época es también la creación del INI (Instituto Nacional de Industria) que dio lugar a cantidad de industrias estatales que después de un lavado de cara, fueron vendidas y convertidas en sociedades anónimas allá por el año 1992. Cuatro perras les costaron a los tiburones de las finanzas que las compraron. Se llevaron gangas que tanto dinero y esfuerzo habían costado a todos los españoles. Por aquel entonces, hasta los gobiernos socialistas se apuntaban a la moda de la privatización. Pero estoy adelantando acontecimientos.
Volviendo al tema que nos ocupaba, el éxito de Franco y sus tecnócratas (parecen el nombre de un grupo pop de la movida) fue debido a la aplicación de una economía basada en lo que se estilaba en América y en la Europa que no estaba en el lado este del telón de acero.
Es obvio que este tipo de Economía trajo a los pueblos enormes beneficios que no sólo se traducían en dinero contante y sonante, sino que encima les quitaba de la cabeza quebraderos importantes en materia de sanidad, educación... e incluso vivienda. Esa política de alquileres baratos de casas que proporcionan los gobiernos de Holanda, Suecia o Francia surgió en aquella época.
Por supuesto hubo muchas otras cosas buenas: las medidas de protección del trabajador frente al despido, las vacaciones pagadas, las autopistas, las bibliotecas y un largo etcétera.
Pero riqueza tan grande puso los dientes largos a muchos, y cortadas las melenas jipis y rapadas las barbas, muchos se pusieron a leer a un tal Milton Friedman, líder de la Escuela de Chicago, y siguiendo las enseñazas de éste, decidieron que ya estaba bien de estado protecccionista, pues como dijo el gran economista "Protección es igual a explotación"
Como buenos liberales, nos quisieron quitar las cadenas del estado opresor. Abajo la sanidad pública, muera la educación alienante del estado, ¿por qué tenemos que pagar el teléfono o la electricidad a una sola empresa que nos han impuesto contra nuestra voluntad? ¿no es eso un monopolio? ¿No va eso en contra del libre mercado?¡Liberación es igual a privatización!¡Viva la libertad!
Y privatizando privatizando, en algunos países la sanidad es para quien se la puede pagar, la educación pública está dejada de la mano de Dios y nos han subido la factura del teléfono y de la electricidad.
Otra de las ideas geniales por las que se guió Milton Friedman es aquello de “Comprar al que vende más barato y vender al que pague más” y claro, como el que vende más barato son los gobiernos asiáticos por eso de que tienen la mano de obra tirada de precio, pues nada, a tener a la gente esclavizada haciéndonos zapatillas por cuatro chavos, ¿has visto las que me he comprado? Me han valido 120 euros. Un poco caras, pero molan.
Muchos, como yo, se preguntan cómo es posible que a este tío le hayan dado el premio Nobel de economía.
A lo mejor los que deciden a quién otorgar el premio son unos jipis fumados.
Por cierto, ¿A que no sabéis cuál es el país donde más y mejor se han aplicado las ideas de la Escuela de Chicago?
En la paupérrima Argentina. Si queréis buenos neoliberales, preguntad por los ministros del sinver... del señor Carlos Menen.
Bueno, yo no sé cuánto durará esta dictadura neoliberal. Ya os he dicho que no entiendo de economía y tampoco entiendo de ciclos. Me gustaría que esta chifladura durara poco, y que me perdonen los anarquistas, pero viva el Estado...
..de bienestar.
De economía no sé lo suficiente, es verdad, pero de historia sé algo más. Por ejemplo ¿Cómo salió los Estados Unidos de las crisis del 29? No, no fue por los grandes millonarios yanquies que pusieron sus fortunas al servicio de la regeneración del país; parece ser que fue por un excelente presidente demócrata llamado Franklyn D. Roosevelt que por un programa de reformas sociales (new Deal), sacó a América del arroyo.
Curiosamente, este programa se basaba en el intervencionismo estatal de la economía. Se basaba en las ideas de un economista clásico llamado Keynes, que aunque era un liberal, creía que el estado debería intervenir en ciertas parcelas (educación, sanidad, e incluso en la visión más derechista de sus ideas, en la defensa). Los resultados de aplicar una teoría económica en la cual era el estado el gestor principal, trajeron muchísimos beneficios, sobre todo a la clase trabajadora.
Después de la segunda guerra mundial, fueron muchos los países que llevaron a la práctica planes parecidos al New Deal. Gracias al éxito de la aplicación de esos planes, muchos países europeos crecieron de manera espectacular, y se pudo invertir en sanidad, educación, etc que a su vez, generaron más riqueza. En definitiva: como se invirtió en la mejora global de la calidad de vida de los pueblos, se empezó a oir hablar de el conocido término de Estado de bienestar, que ya sabéis lo que significa en lenguaje llano: que todos tengamos nuestras necesidades cubiertas.
El crecimiento más sorprendente de estos países fue el de las República Federal Alemana que, en menos de veinte años, consiguió volverse a poner a la cabeza de las grandes economías mundiales, donde los trabajadores gozaban de unas rentas y estilo de vida envidiable.
Muchos nostálgicos franquistas suelen decir que el gran despegue español que se produjo unos pocos años después de la posguerra fue debido a la enorme pericia del dictador; pues no. Aunque España era un país que estaba aislado del mundo, los tecnócratas que el tirano designó, procedentes casi todos del Opus Dei, sí estaban muy al tanto de las corrientes que en materia económica circulaban por el mundo, además, eso que preconizaba Keynes del estado intervencionista se ajustaba muy bien a una dictadura y ellos fueron los principales culpables de que los españoles se mortificaran viendo en el NODO a Franco inaugurando pantanos.
De esta época es también la creación del INI (Instituto Nacional de Industria) que dio lugar a cantidad de industrias estatales que después de un lavado de cara, fueron vendidas y convertidas en sociedades anónimas allá por el año 1992. Cuatro perras les costaron a los tiburones de las finanzas que las compraron. Se llevaron gangas que tanto dinero y esfuerzo habían costado a todos los españoles. Por aquel entonces, hasta los gobiernos socialistas se apuntaban a la moda de la privatización. Pero estoy adelantando acontecimientos.
Volviendo al tema que nos ocupaba, el éxito de Franco y sus tecnócratas (parecen el nombre de un grupo pop de la movida) fue debido a la aplicación de una economía basada en lo que se estilaba en América y en la Europa que no estaba en el lado este del telón de acero.
Es obvio que este tipo de Economía trajo a los pueblos enormes beneficios que no sólo se traducían en dinero contante y sonante, sino que encima les quitaba de la cabeza quebraderos importantes en materia de sanidad, educación... e incluso vivienda. Esa política de alquileres baratos de casas que proporcionan los gobiernos de Holanda, Suecia o Francia surgió en aquella época.
Por supuesto hubo muchas otras cosas buenas: las medidas de protección del trabajador frente al despido, las vacaciones pagadas, las autopistas, las bibliotecas y un largo etcétera.
Pero riqueza tan grande puso los dientes largos a muchos, y cortadas las melenas jipis y rapadas las barbas, muchos se pusieron a leer a un tal Milton Friedman, líder de la Escuela de Chicago, y siguiendo las enseñazas de éste, decidieron que ya estaba bien de estado protecccionista, pues como dijo el gran economista "Protección es igual a explotación"
Como buenos liberales, nos quisieron quitar las cadenas del estado opresor. Abajo la sanidad pública, muera la educación alienante del estado, ¿por qué tenemos que pagar el teléfono o la electricidad a una sola empresa que nos han impuesto contra nuestra voluntad? ¿no es eso un monopolio? ¿No va eso en contra del libre mercado?¡Liberación es igual a privatización!¡Viva la libertad!
Y privatizando privatizando, en algunos países la sanidad es para quien se la puede pagar, la educación pública está dejada de la mano de Dios y nos han subido la factura del teléfono y de la electricidad.
Otra de las ideas geniales por las que se guió Milton Friedman es aquello de “Comprar al que vende más barato y vender al que pague más” y claro, como el que vende más barato son los gobiernos asiáticos por eso de que tienen la mano de obra tirada de precio, pues nada, a tener a la gente esclavizada haciéndonos zapatillas por cuatro chavos, ¿has visto las que me he comprado? Me han valido 120 euros. Un poco caras, pero molan.
Muchos, como yo, se preguntan cómo es posible que a este tío le hayan dado el premio Nobel de economía.
A lo mejor los que deciden a quién otorgar el premio son unos jipis fumados.
Por cierto, ¿A que no sabéis cuál es el país donde más y mejor se han aplicado las ideas de la Escuela de Chicago?
En la paupérrima Argentina. Si queréis buenos neoliberales, preguntad por los ministros del sinver... del señor Carlos Menen.
Bueno, yo no sé cuánto durará esta dictadura neoliberal. Ya os he dicho que no entiendo de economía y tampoco entiendo de ciclos. Me gustaría que esta chifladura durara poco, y que me perdonen los anarquistas, pero viva el Estado...
..de bienestar.
sábado, noviembre 18, 2006
quizá he dado la imagen de un pobre diablo que no ha superado sus traumas infantiles. Algo de éso hay. Pero también es verdad que son partes de ese acervo de cosas que han formado mi carácter.
Las viejas ofensas que me hicieron cuando era pequeño son como viejas roturas de hueso: aunque ya están soldadas, hay veces que duelen. También es verdad que, al igual que el hueso, por esos quebrantos, mi alma se ha hecho más fuerte.
No obstante, desde entonces, siempre he deseado tener el respeto de los demás. No el respeto derivado de la autoridad, sino el respeto derivado del cariño. Considero que esta costumbre que tenemos sobre todo en los países latinos de mentar a la madre a la mínima o reírse de los defectos físicos de los demás siempre me ha indignado. Seré de los pocos que comprendió a Zidane cuando le propinó el cabezazo a Materazzi: quizá el gran jugador francés actuó estúpidamente, pero yo siempre consideraré más estúpido al mediocre jugador italiano. Dicen que nunca hay que llegar a las manos y bueno, sí, es verdad, pero ¿por qué se acepta de tan buen grado la humillación verbal, ésa que ha generado a miles de individuos depresiones y traumas y que en algunos casos les ha llevado al suicidio? Como a esos individuos no se les ha causado ningún mal físico, no hay problema: no tendrían que haber hecho caso de las agresores verbales. Pero todo el mundo sabe que uno de los elementos fundamentales de la tortura impuesta por cualquier estado de tiranía empieza por lo no tangible, por la humillación verbal.
Si hay alguien que me lee que se encuentra mal por el daño que le ejercen los malnacidos, sólo le puedo decir, si le sirve de consuelo, que las palabras juguetes del viento son, o como decíamos de niños:
Habla chucho, que no te escucho.
Las viejas ofensas que me hicieron cuando era pequeño son como viejas roturas de hueso: aunque ya están soldadas, hay veces que duelen. También es verdad que, al igual que el hueso, por esos quebrantos, mi alma se ha hecho más fuerte.
No obstante, desde entonces, siempre he deseado tener el respeto de los demás. No el respeto derivado de la autoridad, sino el respeto derivado del cariño. Considero que esta costumbre que tenemos sobre todo en los países latinos de mentar a la madre a la mínima o reírse de los defectos físicos de los demás siempre me ha indignado. Seré de los pocos que comprendió a Zidane cuando le propinó el cabezazo a Materazzi: quizá el gran jugador francés actuó estúpidamente, pero yo siempre consideraré más estúpido al mediocre jugador italiano. Dicen que nunca hay que llegar a las manos y bueno, sí, es verdad, pero ¿por qué se acepta de tan buen grado la humillación verbal, ésa que ha generado a miles de individuos depresiones y traumas y que en algunos casos les ha llevado al suicidio? Como a esos individuos no se les ha causado ningún mal físico, no hay problema: no tendrían que haber hecho caso de las agresores verbales. Pero todo el mundo sabe que uno de los elementos fundamentales de la tortura impuesta por cualquier estado de tiranía empieza por lo no tangible, por la humillación verbal.
Si hay alguien que me lee que se encuentra mal por el daño que le ejercen los malnacidos, sólo le puedo decir, si le sirve de consuelo, que las palabras juguetes del viento son, o como decíamos de niños:
Habla chucho, que no te escucho.
viernes, noviembre 17, 2006
Querido amigo:
Permíteme que te cuente una historia, acaso muy parecida a la tuya.
Cuando yo estaba en el colegio, no aprendí a hacer amigos. Vagaba por los recreos solo, sin más compañero que el bocadillo que me hacía a mi madre. Siempre se me dio muy mal el fútbol, que es lo que se jugaba en mi colegio, pero la pregunta que yo me hacía era de la misma naturaleza que la del huevo y la gallina: ¿se me daba mal el fútbol porque no jugaba con mis compañeros, o no jugaba con mis compañeros porque se me daba mal el fútbol? En cualquier caso, ellos, los que podían haber sido mis primeros amigos, me respetaron desde primero a quinto de EGB. Incluso toleraron mi falta de destreza cuando me decidía probar suerte en algún partidillo, pues de vez en cuando lo intentaba. Ellos fueron muy buenos conmigo.
Pero entramos en sexto de EGB, y con el curso vinieron los temidos repetidores. La leyenda cuenta que alguno llevaba repitiendo dos, tres, mil veces. Tienen las carpetas decoradas con cosas muy siniestras y algunas, muy incomprensibles -¿Qué es esto? Esto es el símbolo del tripi- “¡Qué cosa mala debe ser aquello!” Pensaba yo. En un momento dado, el que me hacía esta confidencia del mundo esotérico en el que se iniciaba, me llamó baboso, pues en verdad se me caía la baba de vez en cuando, y a los pocos días un coro siniestro me rodeó en mi pupitre y me cantó el himno al baboso una y otra vez. Después, otro de los miembros del coro me llamó dientes, y entre clase y clase, cual cuarenta principales siniestros, repetían la melodía otra vez, y resonaba en tu cabeza con tal fuerza que algunos días regresabas a tu casa y tenías tal dolor de cabeza que te parecía estallar. Tu madre te daba la aspirina, pero no podía darte el remedio adecuado, porque te cuidabas mucho de revelarle el origen de tu mal.
En los días siguientes fui gordo, conejo, capado, babosa, morsa… Yo, por mi parte, me llamaba cobarde, porque eran más grandes que yo y no me atrevía a pelear con alguno de ellos, pues eran aliados y yo era un triste nada con nadie.
Los compañeros que venían conmigo de otros cursos, pese a ser su mal fichaje cuando ocasionalmente decidía participar en algún partidillo de fútbol, me tenían aprecio (como yo a ellos), pero ninguno vino a socorrerme. Una de las primeras lecciones que aprenden los niños de este injusto mundo es el sálvese quien pueda. Todos nos sabíamos la historia de Robin Hood ¡Pero quién era tan tonto en el colegio como para defender a los débiles, sin arcos ni flechas de los de verdad! Entonces supe que la gente lo que aprende antes que nada es la gramática parda, la ley de la calle, que en su primer artículo, dice: Mucho cuidado con el más fuerte. Yo ya no podía ser otra cosa que la víctima, él y sus esbirros me habían puesto al otro lado de la acera. Mi situación, abandonado por todos, cada vez era más difícil.
Y vinieron los golpes. Me esperaban detrás de una esquina. Llovían sobre mi cabeza las tortas. Llegaron a tirarme piedras cuando regresaba a casa. ¡Quién era el listo que quería volver al colegio al día siguiente! Por las mañanas, cuando me levantaba, era un infierno. A veces lloraba en el desayuno. El colegio pasó de ser el sitio donde disfrutaba dibujando y resolviendo problemas de matemáticas a ser la cárcel donde otros presos me martirizaban. Jamás sabré si mis maestros fueron conscientes del infierno que yo estaba pasando. Y mis notas de diciembre fueron un desastre. Fue la primera vez en la vida que me quedé sin regalo de reyes por suspender. Las desgracias nunca vinieron solas.
Pese a todo, aquel año no repetí. En los dos años posteriores que pasé en el colegio logré sobrevivir a ese tipo de acoso moral. Hice frente a alguno de mis verdugos: me peleé, y bueno, unas veces gané y otras, perdí. Lo que tengo claro es que, en contra de lo que creen algunos, eso no contribuyó a espabilarme, ni a hacerme más fuerte, ni más sabio. Se podía haber ahorrado esa lección esta sociedad de monos absurda.
Lamentablemente, yo no estoy en tu centro para socorrerte, porque no sé quién eres, y no sé si lo que te pasa es como lo mío, o peor. Lo único que puedo decirte es que no cometas el mismo error que yo; habla con tus padres de tu problema, con tus profesores, con quien pueda ayudarte. No lo puedes resolver tú solo.
Y por último, comparte los recreos con aquéllos que pueden ser tus amigos, porque lo serán para toda la vida. Y si eres malo en el fútbol, en el baloncesto o a lo que sea, tanto da. Al colegio no se viene a aprender a hacer deporte. Se viene a aprender a hacer amigos.
Permíteme que te cuente una historia, acaso muy parecida a la tuya.
Cuando yo estaba en el colegio, no aprendí a hacer amigos. Vagaba por los recreos solo, sin más compañero que el bocadillo que me hacía a mi madre. Siempre se me dio muy mal el fútbol, que es lo que se jugaba en mi colegio, pero la pregunta que yo me hacía era de la misma naturaleza que la del huevo y la gallina: ¿se me daba mal el fútbol porque no jugaba con mis compañeros, o no jugaba con mis compañeros porque se me daba mal el fútbol? En cualquier caso, ellos, los que podían haber sido mis primeros amigos, me respetaron desde primero a quinto de EGB. Incluso toleraron mi falta de destreza cuando me decidía probar suerte en algún partidillo, pues de vez en cuando lo intentaba. Ellos fueron muy buenos conmigo.
Pero entramos en sexto de EGB, y con el curso vinieron los temidos repetidores. La leyenda cuenta que alguno llevaba repitiendo dos, tres, mil veces. Tienen las carpetas decoradas con cosas muy siniestras y algunas, muy incomprensibles -¿Qué es esto? Esto es el símbolo del tripi- “¡Qué cosa mala debe ser aquello!” Pensaba yo. En un momento dado, el que me hacía esta confidencia del mundo esotérico en el que se iniciaba, me llamó baboso, pues en verdad se me caía la baba de vez en cuando, y a los pocos días un coro siniestro me rodeó en mi pupitre y me cantó el himno al baboso una y otra vez. Después, otro de los miembros del coro me llamó dientes, y entre clase y clase, cual cuarenta principales siniestros, repetían la melodía otra vez, y resonaba en tu cabeza con tal fuerza que algunos días regresabas a tu casa y tenías tal dolor de cabeza que te parecía estallar. Tu madre te daba la aspirina, pero no podía darte el remedio adecuado, porque te cuidabas mucho de revelarle el origen de tu mal.
En los días siguientes fui gordo, conejo, capado, babosa, morsa… Yo, por mi parte, me llamaba cobarde, porque eran más grandes que yo y no me atrevía a pelear con alguno de ellos, pues eran aliados y yo era un triste nada con nadie.
Los compañeros que venían conmigo de otros cursos, pese a ser su mal fichaje cuando ocasionalmente decidía participar en algún partidillo de fútbol, me tenían aprecio (como yo a ellos), pero ninguno vino a socorrerme. Una de las primeras lecciones que aprenden los niños de este injusto mundo es el sálvese quien pueda. Todos nos sabíamos la historia de Robin Hood ¡Pero quién era tan tonto en el colegio como para defender a los débiles, sin arcos ni flechas de los de verdad! Entonces supe que la gente lo que aprende antes que nada es la gramática parda, la ley de la calle, que en su primer artículo, dice: Mucho cuidado con el más fuerte. Yo ya no podía ser otra cosa que la víctima, él y sus esbirros me habían puesto al otro lado de la acera. Mi situación, abandonado por todos, cada vez era más difícil.
Y vinieron los golpes. Me esperaban detrás de una esquina. Llovían sobre mi cabeza las tortas. Llegaron a tirarme piedras cuando regresaba a casa. ¡Quién era el listo que quería volver al colegio al día siguiente! Por las mañanas, cuando me levantaba, era un infierno. A veces lloraba en el desayuno. El colegio pasó de ser el sitio donde disfrutaba dibujando y resolviendo problemas de matemáticas a ser la cárcel donde otros presos me martirizaban. Jamás sabré si mis maestros fueron conscientes del infierno que yo estaba pasando. Y mis notas de diciembre fueron un desastre. Fue la primera vez en la vida que me quedé sin regalo de reyes por suspender. Las desgracias nunca vinieron solas.
Pese a todo, aquel año no repetí. En los dos años posteriores que pasé en el colegio logré sobrevivir a ese tipo de acoso moral. Hice frente a alguno de mis verdugos: me peleé, y bueno, unas veces gané y otras, perdí. Lo que tengo claro es que, en contra de lo que creen algunos, eso no contribuyó a espabilarme, ni a hacerme más fuerte, ni más sabio. Se podía haber ahorrado esa lección esta sociedad de monos absurda.
Lamentablemente, yo no estoy en tu centro para socorrerte, porque no sé quién eres, y no sé si lo que te pasa es como lo mío, o peor. Lo único que puedo decirte es que no cometas el mismo error que yo; habla con tus padres de tu problema, con tus profesores, con quien pueda ayudarte. No lo puedes resolver tú solo.
Y por último, comparte los recreos con aquéllos que pueden ser tus amigos, porque lo serán para toda la vida. Y si eres malo en el fútbol, en el baloncesto o a lo que sea, tanto da. Al colegio no se viene a aprender a hacer deporte. Se viene a aprender a hacer amigos.
jueves, noviembre 16, 2006
Querido sobrino:
Hoy hace un día gris; aunque los días grises han sido tradicionalmente símbolos funestos, tendremos que cambiar a partir de ahora ese significado, pues el mal fario vendrá por un día de sol tras otro.
No te parecerá extraño ver en noviembre que a los árboles no se les han caído las hojas, que la gente no lleve jerséis y que haya quien se bañe en las playas porque habrá veinticinco grados de temperatura, pero te parecerá incréible cuando te contemos que tu madre y tus tíos tuvieron días en los que podían jugar con nieve a la vuelta del colegio; para a ti, me temo, cielo, que no va a ser posible, a no ser que os vayáis a vivir a Groenlandia, antes eso sí de que no haya desaparecido por completo por el deshielo.
No me extrañaría nada que tú vieras en la estepa castellana una manada de camello salvajes correteando, o que te fueras de aventuras a recorrer el desierto de Santiago, antes llamado Camino. Tampoco me sorprendería que para beber vino tuvieras que recurrir a los caldos de una afamada bodega de Polonia, VegaVarsovia, dado que Francia,España e Italia se han especializado en el cultivo de higo chumbo ante la imposibilidad de seguir cultivando la vid.
Cuánto me indigna el pensar que tú a lo mejor no verás lo que yo vi, por nuestra mala cabeza; no verás el Hayedo de Montejo, verás los Tuareg de Montejo, una banda procedente del Sáhara que se acomodará en sierra norte de Madrid lindante con Guadalajara. Te marcharás de vacaciones a la playa, a Marina Dór II, secarral de vacaciones. Marina Dór I está ahora en medio del mar en compañía de la más desoladora nada porque ya nos habremos comido todo lo que se criaba en el mar.
Por cierto, que Marina Dór II estará en Albacete, quedará menos para que Madrid tenga playa.
Cariño, me fastidia que a lo mejor no veas las cosas hermosas que he visto yo y tal y como las he visto yo. Algunas ya es imposible que puedas verlas, pero para otras puede que aún quede tiempo.
Quiero que veas las hojas de los árboles caer en otoño y que tengas que ponerte guantes en febrero. Quiero que en abril tengas aguas mil para que en agosto no tengan problemas para llenar una piscina donde bañarte. Quiero que tu vida sea mejor que la mía si cabe y que, si te tumbas en un prado verde puedas soñar con un porvenir del que quizá estemos a tiempo de no privarte.
miércoles, noviembre 15, 2006
Cómo me gusta comer. Más que estudiar. Desde chiquitito. Siempre le digo a mi mujer que ella y sus hermanas han elegido a los hombres por tres rasgos en común: por lo que nos gusta comer, por lo que nos gusta hablar y porque tenemos el pelo castaño. Bueno, esto último es irrelevante, pero me faltaba una característica para completar la tripleta.
Lo bueno que tiene el ser de un país latino es que disfrutas de una gastronomía envidiable. Aquí estaremos gordos, pero todas y cada una de las lorzas que tenemos han sido producidas gracias a una alimentación de calidad. Encima, no hace falta ir a restaurantes caros para comer bien; en cualquier hogar una madre o un padre hace guisos excelentes. En casa de mis familiares, tanto en la parte natural como en la parte política se come fetén. Si un amigo me invita a su casa, no te imaginas lo que disfruto con las delicias especiales que te ponen por eso de quedar bien.
Mis cuñados, aparte de buenos comedores, son además buenos cocineros. Son los que llevan la cocina en sus respectivas casas. Yo, aunque también cocino, prefiero ser de los que me sorprendan al gusto. La comida hecha por mi tiene a mi propio paladar menos misterio que la comida hecha por otros. Es como una película pornográfica y otra erótica: en la porno todo se te muestra y pierde el encanto, en la erótica, todo se intuye y se te dispara la imaginación. Por ejemplo: si yo como unas croquetas hechas por mi suegra, la mezcla de sabores del conjunto hace que desaparezca el sabor de cada una de los elementos que componen la croqueta, de tal modo que forman una sinfonía deliciosa que lleva al éxtasis a mis papilas gustativas; sin embargo, si soy yo el que hago las croquetas, no saboreo más que un amasijo de harina, leche, huevo, cachos de pollo y jamón. El misterio se pierde. ¿Tú crees, amable lector, que la sensación que le produjo a Proust la magdalena empapada en té en sus papilas hubiera sido la misma si el hubiera tenido que hacerla antes, manchándose de harina y levadura, quemándose al sacarla del horno? Ni mucho menos: seguramente el placer de comer la magdalena hubiera desaparecido por el sacrificio de hacerla.
Dicen que los grandes tragones son grandes cocineros. No todos: aquí me tenéis a mí, gran tragón de morro poco fino que respeta tanto a los fogones que le gustaría no amancillarlos.
La lástima es que no puedo por eso de no poder irme a un rstaurante a comer todos los días o comer todos los días en una casa distinta ¡Qué morro tengo, lo reconozco!
Nunca mejor dicho,a nadie le amarga un dulce.
Me voy a casa de mi cuñado que ha preparado unas rosquillas.
Lo bueno que tiene el ser de un país latino es que disfrutas de una gastronomía envidiable. Aquí estaremos gordos, pero todas y cada una de las lorzas que tenemos han sido producidas gracias a una alimentación de calidad. Encima, no hace falta ir a restaurantes caros para comer bien; en cualquier hogar una madre o un padre hace guisos excelentes. En casa de mis familiares, tanto en la parte natural como en la parte política se come fetén. Si un amigo me invita a su casa, no te imaginas lo que disfruto con las delicias especiales que te ponen por eso de quedar bien.
Mis cuñados, aparte de buenos comedores, son además buenos cocineros. Son los que llevan la cocina en sus respectivas casas. Yo, aunque también cocino, prefiero ser de los que me sorprendan al gusto. La comida hecha por mi tiene a mi propio paladar menos misterio que la comida hecha por otros. Es como una película pornográfica y otra erótica: en la porno todo se te muestra y pierde el encanto, en la erótica, todo se intuye y se te dispara la imaginación. Por ejemplo: si yo como unas croquetas hechas por mi suegra, la mezcla de sabores del conjunto hace que desaparezca el sabor de cada una de los elementos que componen la croqueta, de tal modo que forman una sinfonía deliciosa que lleva al éxtasis a mis papilas gustativas; sin embargo, si soy yo el que hago las croquetas, no saboreo más que un amasijo de harina, leche, huevo, cachos de pollo y jamón. El misterio se pierde. ¿Tú crees, amable lector, que la sensación que le produjo a Proust la magdalena empapada en té en sus papilas hubiera sido la misma si el hubiera tenido que hacerla antes, manchándose de harina y levadura, quemándose al sacarla del horno? Ni mucho menos: seguramente el placer de comer la magdalena hubiera desaparecido por el sacrificio de hacerla.
Dicen que los grandes tragones son grandes cocineros. No todos: aquí me tenéis a mí, gran tragón de morro poco fino que respeta tanto a los fogones que le gustaría no amancillarlos.
La lástima es que no puedo por eso de no poder irme a un rstaurante a comer todos los días o comer todos los días en una casa distinta ¡Qué morro tengo, lo reconozco!
Nunca mejor dicho,a nadie le amarga un dulce.
Me voy a casa de mi cuñado que ha preparado unas rosquillas.
martes, noviembre 14, 2006
A uno de mis amigos, de ésos que se cuentan con los dedos de la mano, el han robado el coche. Le teníais que ver al pobre, más desconsolado que si le hubieran quitado un brazo.
El coche es para el hombre moderno lo que el caballo para el hombre de antaño. Mis abuelos, que proceden del campo, alguna vez me han dicho que a un hombre se le distinguía por la calidad de su corcel. Ahora pasa lo mismo pero con el coche.
Yo no tuve coche hasta hace poco, cuando cumplí los treinta; y eso que de niño identificaba a la perfección todas las marcas y modelos que había en el mercado. Aún hoy, voy por la carretera y con pocos datos puedo saber qué potencia tiene el coche y sin verlo por dentro, la cantidad de accesorios que tiene de serie, por los programas especializados sobre el automóvil que veo en televisión. Pese a mi atracción por los coches, no os vayáis a pensar que me he comprado una maravilla: es un Citroën del 99 de segunda mano que utilizo para irme de vacaciones o en salidas cortas de fin de semana.
A mí, en un principio, los coches me seducen como a cualquier otro: por la autonomía que dan, por lo divertidos que son de conducir, la sensación de libertad, vamos, por todo esas asociaciones que sibilinamente nos venden los anuncios. Asociamos la idea de coche a una visita al campo, relajada, con tiempo suave y paz interior. A la mano mecida por el viento que sale por la ventanilla del BMW.
Lo cierto es que los coches son una mierda; son una de las causas principales del calentamiento global del planeta, pero no sólo es culpa de los gobiernos y las multinacionales, es culpa también de nosotros, que no somos capaces de renunciar a nuestro estilo de vida.
Es cierto que mis mejores recuerdos empiezan en el asiento de atrás del coche de papá y terminan en el asiento del conductor con mi chica al lado, pero, desgraciadamente, eso es algo a lo que debería renunciar a no ser que se decidan a producir autos que no funcionen con derivados del petróleo. Bueno, de hecho creo que en realidad no renuncio a nada: lo que me hacía feliz de pequeño eran las vacaciones y lo que me hace feliz ahora es mi chica, no el puñetero coche.
Yo confieso que si me roban mi supercitröen no le lloraré mucho. Siempre he marchado en transporte público para ir al trabajo y los viajes más fantásticos que he realizado han sido sin necesidad del coche, así que por mí, que se lo lleven y que el seguro me lo pague.
Voviendo a mi amigo, lo siento por él; está que trina. La castración de su miembro no le hubiera sentado tan mal.
Pues qué quieres que te diga, amigo mío: más satisfacciones te ha dado tu miembro viril que tu coche. Como dicen por el sur, a las penas, puñalás.
El coche es para el hombre moderno lo que el caballo para el hombre de antaño. Mis abuelos, que proceden del campo, alguna vez me han dicho que a un hombre se le distinguía por la calidad de su corcel. Ahora pasa lo mismo pero con el coche.
Yo no tuve coche hasta hace poco, cuando cumplí los treinta; y eso que de niño identificaba a la perfección todas las marcas y modelos que había en el mercado. Aún hoy, voy por la carretera y con pocos datos puedo saber qué potencia tiene el coche y sin verlo por dentro, la cantidad de accesorios que tiene de serie, por los programas especializados sobre el automóvil que veo en televisión. Pese a mi atracción por los coches, no os vayáis a pensar que me he comprado una maravilla: es un Citroën del 99 de segunda mano que utilizo para irme de vacaciones o en salidas cortas de fin de semana.
A mí, en un principio, los coches me seducen como a cualquier otro: por la autonomía que dan, por lo divertidos que son de conducir, la sensación de libertad, vamos, por todo esas asociaciones que sibilinamente nos venden los anuncios. Asociamos la idea de coche a una visita al campo, relajada, con tiempo suave y paz interior. A la mano mecida por el viento que sale por la ventanilla del BMW.
Lo cierto es que los coches son una mierda; son una de las causas principales del calentamiento global del planeta, pero no sólo es culpa de los gobiernos y las multinacionales, es culpa también de nosotros, que no somos capaces de renunciar a nuestro estilo de vida.
Es cierto que mis mejores recuerdos empiezan en el asiento de atrás del coche de papá y terminan en el asiento del conductor con mi chica al lado, pero, desgraciadamente, eso es algo a lo que debería renunciar a no ser que se decidan a producir autos que no funcionen con derivados del petróleo. Bueno, de hecho creo que en realidad no renuncio a nada: lo que me hacía feliz de pequeño eran las vacaciones y lo que me hace feliz ahora es mi chica, no el puñetero coche.
Yo confieso que si me roban mi supercitröen no le lloraré mucho. Siempre he marchado en transporte público para ir al trabajo y los viajes más fantásticos que he realizado han sido sin necesidad del coche, así que por mí, que se lo lleven y que el seguro me lo pague.
Voviendo a mi amigo, lo siento por él; está que trina. La castración de su miembro no le hubiera sentado tan mal.
Pues qué quieres que te diga, amigo mío: más satisfacciones te ha dado tu miembro viril que tu coche. Como dicen por el sur, a las penas, puñalás.
lunes, noviembre 13, 2006
Malditos madrugones.
No os he contado que el viernes me llamaron para cubrir otra sustitución. Pues hala, a sustituir otra vez. Estoy con un sueño espantoso, pero he matado al vago que me susurraba en el oído la canción de "Piensa en mí", ya sabéis, esa preciosidad que canta Luz Casal. En el tren que cojo para ir al trabajo veré a otras personas a las que, como a mí, todavía se les adivinan en el rostro las marcas de las sábanas. Veré a señoras de la limpieza, las que, al entrar en el tren, se reparten con justicia los asientos. Y digo con justicia porque muchas llevan más de treinta años trabajando, como amas de casa y para fuera. Siempre hay una cabecilla que vocifera - Venid las cuatro, que aquí hay asientos libres- Con esta voz marca el territorio y los otros tantos candidatos para esos asientos nos quedamos con un palmo de narices. Veré también a esos jóvenes de chándal , rondando los veinte años, que van a las obras y los talleres, que a veces se arrepienten de no haber hecho más caso a los libros y cuya vida empieza y termina los fines de semana. Veré a los adormilados universitarios, hartos de tener que pasar todo el día en la facultad, nadando en un mar de asignaturas troncales, obligatorias y optativas. Veré a sufridos teleoperadores, con aire indigando por la estresante jornada que les hacen realizar y por el sueldo tan escaso para tanto esfuerzo, mientras las compañías de telefonía ganan a su costa dinero a espuertas. Veré a hombres ya entrados en la cincuentena, a veces sin afeitar, tal vez por que les obligaron a hacerlo todos los días en la mili, deseosos ya de encontrar el júbilo de la jubilación o tal vez no: temerosos de que les echen del sistema laboral despiadadamente.
Todos serán rostros que en nada tienen que ver a los que salen en las revistas o en las series: aquél tendrá una nariz grande de payaso, aquélla chica tendrá una frente alta, enorme. Otro tendrá los ojos muy separados y ése que se sienta a mi lado parece que me mira, pero no: padece de estrabismo.
Todos son diferentes, pero a su modo, todos son bellos. No hay nadie igual a ninguno de ellos. Sus vidas pueden ser similares a las de otros, sus rostros pueden ser similares a los de otros, pero realmente son únicos y esa es la grandeza de los insignificantes seres-hormiga que vamos a nuestras obligaciones en un tren.
A quien no le gustaría quedarse en la cama. Que cierren las fábricas, las obras, las oficinas y los centros educativos, pero siempre que suena el despertador lo silenciamos... Para luego programarlo para que suene cinco minutos después.
No os he contado que el viernes me llamaron para cubrir otra sustitución. Pues hala, a sustituir otra vez. Estoy con un sueño espantoso, pero he matado al vago que me susurraba en el oído la canción de "Piensa en mí", ya sabéis, esa preciosidad que canta Luz Casal. En el tren que cojo para ir al trabajo veré a otras personas a las que, como a mí, todavía se les adivinan en el rostro las marcas de las sábanas. Veré a señoras de la limpieza, las que, al entrar en el tren, se reparten con justicia los asientos. Y digo con justicia porque muchas llevan más de treinta años trabajando, como amas de casa y para fuera. Siempre hay una cabecilla que vocifera - Venid las cuatro, que aquí hay asientos libres- Con esta voz marca el territorio y los otros tantos candidatos para esos asientos nos quedamos con un palmo de narices. Veré también a esos jóvenes de chándal , rondando los veinte años, que van a las obras y los talleres, que a veces se arrepienten de no haber hecho más caso a los libros y cuya vida empieza y termina los fines de semana. Veré a los adormilados universitarios, hartos de tener que pasar todo el día en la facultad, nadando en un mar de asignaturas troncales, obligatorias y optativas. Veré a sufridos teleoperadores, con aire indigando por la estresante jornada que les hacen realizar y por el sueldo tan escaso para tanto esfuerzo, mientras las compañías de telefonía ganan a su costa dinero a espuertas. Veré a hombres ya entrados en la cincuentena, a veces sin afeitar, tal vez por que les obligaron a hacerlo todos los días en la mili, deseosos ya de encontrar el júbilo de la jubilación o tal vez no: temerosos de que les echen del sistema laboral despiadadamente.
Todos serán rostros que en nada tienen que ver a los que salen en las revistas o en las series: aquél tendrá una nariz grande de payaso, aquélla chica tendrá una frente alta, enorme. Otro tendrá los ojos muy separados y ése que se sienta a mi lado parece que me mira, pero no: padece de estrabismo.
Todos son diferentes, pero a su modo, todos son bellos. No hay nadie igual a ninguno de ellos. Sus vidas pueden ser similares a las de otros, sus rostros pueden ser similares a los de otros, pero realmente son únicos y esa es la grandeza de los insignificantes seres-hormiga que vamos a nuestras obligaciones en un tren.
A quien no le gustaría quedarse en la cama. Que cierren las fábricas, las obras, las oficinas y los centros educativos, pero siempre que suena el despertador lo silenciamos... Para luego programarlo para que suene cinco minutos después.
domingo, noviembre 12, 2006
Si me preguntáis por mis creencias religiosas, soy agnóstico.
Como sabéis una agnóstico es aquél que admite a Dios como una posibilidad, pero que no cuenta con la certeza de que exista. Como para solucionar eso existe el recurso de la fe, y el agnóstico no la tiene, se puede decir que soy un no creyente.
Lo que no puedo decir es que no piense y actúe como un católico, pues como tal me han educado.
Desde que me levanto hasta que me acuesto me guío por muchos preceptos de la fe. Por ejemplo: tengo muy arraigado el sentimiento de culpa; necesito ser bondadoso, aunque a veces no lo consiga. Necesito no ser mentiroso, para no sentir la punzada de la conciencia. Necesito creer en la justicia más allá de este mundo, pues me gustaría que las victimas de los males de este mundo tuvieran una recompensa en un cielo, así como los verdugos que tuvieran un castigo en un infierno, sobre todo aquéllos que han muerto en la cama viejos sin rendir cuentas por sus crímenes.
Por otro lado, pienso que la ciencia ha demostrado que el ser humano y los demás seres de esta tierra no son otra cosa que mecanismos evolucionadísimos y sofisticadísimos (¿porqué tenemos que creer que la sofisticación no es fruto del azar?) que sólo han tenido que emplear unos cuantos miles de millones de años para conseguir esa complejidad (¿quée son unos pocos miles de millones de años para la infinitud del universo?). Adán y Eva eran unos monos de África que a su vez procedían de un pez que un día decidió tener patas, que a su vez procedía de una pequeña bacteria que, harta de multiplicarse a sí misma siempre igual, decidió hacer pequeñas variaciones en su morfología sólo porque ya estaba bien de tanto aburrimiento de millones de años.
¿Existirá mi esencia después de que yo muera? ¿Podré decir alguna vez: "vaya, estoy muerto. Pues me alegro de no tener que depender de mi cuerpo" ?¿Por qué me asusto del último minuto que pasaré aquí, si me voy precisamente de lo que me causa dolor, es decir, mi propio cuerpo? Sobre todo, ¿qué es lo que me anima a pensar que hay vida ultraterrena?
Pues más que nada, más que yo mismo, mis seres queridos. Me duele pensar que aquéllos de los míos que han fallecido y que yo tanto amaba, ya no existan en ninguna parte. Me aterra pensar que a los que yo más amo por encima de todo, cuando mueran, no estén en ningún sitio. No quiero pensar que la conciencia no es más que una ilusión de orden que nos damos nosotros mismos pero que en realidad es una ficción dentro del caos más absoluto. Es decir: que en realidad nuestros pensamientos no existen, y por tanto, nuestra alma tampoco. Creemos que pensamos y lo único que estamos esperando, no es a volver a ser nada...
...sino a seguir siendo nada.
¡Ojalá me equivoque, creo demasiado en el amor!
Como sabéis una agnóstico es aquél que admite a Dios como una posibilidad, pero que no cuenta con la certeza de que exista. Como para solucionar eso existe el recurso de la fe, y el agnóstico no la tiene, se puede decir que soy un no creyente.
Lo que no puedo decir es que no piense y actúe como un católico, pues como tal me han educado.
Desde que me levanto hasta que me acuesto me guío por muchos preceptos de la fe. Por ejemplo: tengo muy arraigado el sentimiento de culpa; necesito ser bondadoso, aunque a veces no lo consiga. Necesito no ser mentiroso, para no sentir la punzada de la conciencia. Necesito creer en la justicia más allá de este mundo, pues me gustaría que las victimas de los males de este mundo tuvieran una recompensa en un cielo, así como los verdugos que tuvieran un castigo en un infierno, sobre todo aquéllos que han muerto en la cama viejos sin rendir cuentas por sus crímenes.
Por otro lado, pienso que la ciencia ha demostrado que el ser humano y los demás seres de esta tierra no son otra cosa que mecanismos evolucionadísimos y sofisticadísimos (¿porqué tenemos que creer que la sofisticación no es fruto del azar?) que sólo han tenido que emplear unos cuantos miles de millones de años para conseguir esa complejidad (¿quée son unos pocos miles de millones de años para la infinitud del universo?). Adán y Eva eran unos monos de África que a su vez procedían de un pez que un día decidió tener patas, que a su vez procedía de una pequeña bacteria que, harta de multiplicarse a sí misma siempre igual, decidió hacer pequeñas variaciones en su morfología sólo porque ya estaba bien de tanto aburrimiento de millones de años.
¿Existirá mi esencia después de que yo muera? ¿Podré decir alguna vez: "vaya, estoy muerto. Pues me alegro de no tener que depender de mi cuerpo" ?¿Por qué me asusto del último minuto que pasaré aquí, si me voy precisamente de lo que me causa dolor, es decir, mi propio cuerpo? Sobre todo, ¿qué es lo que me anima a pensar que hay vida ultraterrena?
Pues más que nada, más que yo mismo, mis seres queridos. Me duele pensar que aquéllos de los míos que han fallecido y que yo tanto amaba, ya no existan en ninguna parte. Me aterra pensar que a los que yo más amo por encima de todo, cuando mueran, no estén en ningún sitio. No quiero pensar que la conciencia no es más que una ilusión de orden que nos damos nosotros mismos pero que en realidad es una ficción dentro del caos más absoluto. Es decir: que en realidad nuestros pensamientos no existen, y por tanto, nuestra alma tampoco. Creemos que pensamos y lo único que estamos esperando, no es a volver a ser nada...
...sino a seguir siendo nada.
¡Ojalá me equivoque, creo demasiado en el amor!
viernes, noviembre 10, 2006
Bueno, hoy comienzo el tema catorce y último de mi primer libro del temario de las oposiciones. Son un total de setenta temas divididos en seis libros. Ya me quedan sólo cincuenta y siete temas ¡Yupiii!
Todavía me acuerdo de cuando,en este verano, mientras las olas del Mediterráneo bañaban mis pies, yo, en poco decorosa vestimenta, es decir, llevando un ridículo bañador de colores chillones, grité, cual Scarlett O´hara en lo que el viento se llevó - ¡Juro que jamás volveré a ser temporal! y volviéndome a mi esposa, con voz campanuda, dije:
-Cielo, no quiero nuestros futuros retoños que nos han de venir tengan una vida de precariedad económica y de incertidumbre para el futuro. A partir de ahora, lucharé con mis ojos y mi intelecto para meterme en la sesera el duro programa de las oposiciones. El proceso será largo y dirícil y habrá momentos de gran decaimiento, pero yo me levantaré para seguir corriendo esta dura maratón.
-Vale, vale, Tú tranquilo; mejor vámonos que todos nos están mirando.
Esos días de asueto me sirvieron mucho para meditar y decidir apostar en serio para las oposiciones ¡Cómo hecho de menos la cerveza y los chiringuitos! Entonces pensé en la cantidad de veranos tranquilos que podría tener ahí, en la playa del Mediterráneo si conseguía mi objetivo. Otra de las 174 razones: tener veranos como los de niño, esos sí que eran veranos sin preocupaciones.
Bueno, creo que no es verdad. Alguna vez me ha quedado para septiembre.
¡Qué poco se necesita para ser feliz, pero qué difícil se le pone la vida al conformista!
Todavía me acuerdo de cuando,en este verano, mientras las olas del Mediterráneo bañaban mis pies, yo, en poco decorosa vestimenta, es decir, llevando un ridículo bañador de colores chillones, grité, cual Scarlett O´hara en lo que el viento se llevó - ¡Juro que jamás volveré a ser temporal! y volviéndome a mi esposa, con voz campanuda, dije:
-Cielo, no quiero nuestros futuros retoños que nos han de venir tengan una vida de precariedad económica y de incertidumbre para el futuro. A partir de ahora, lucharé con mis ojos y mi intelecto para meterme en la sesera el duro programa de las oposiciones. El proceso será largo y dirícil y habrá momentos de gran decaimiento, pero yo me levantaré para seguir corriendo esta dura maratón.
-Vale, vale, Tú tranquilo; mejor vámonos que todos nos están mirando.
Esos días de asueto me sirvieron mucho para meditar y decidir apostar en serio para las oposiciones ¡Cómo hecho de menos la cerveza y los chiringuitos! Entonces pensé en la cantidad de veranos tranquilos que podría tener ahí, en la playa del Mediterráneo si conseguía mi objetivo. Otra de las 174 razones: tener veranos como los de niño, esos sí que eran veranos sin preocupaciones.
Bueno, creo que no es verdad. Alguna vez me ha quedado para septiembre.
¡Qué poco se necesita para ser feliz, pero qué difícil se le pone la vida al conformista!
jueves, noviembre 09, 2006
Mientra hacía la comida y esperaba a mi mujer, he estado viendo la serie "mi nombre es Earl". Aún siendo estupenda, tiene un pero.
El argumento de la serie parte de la creencia de que si tú has hecho buenas acciones, la vida te lo premiará. Bien, pues eso no es verdad. Ahora les diré el por qué.
Los máximos premiados del orbe son los grandes multimillonarios: tienen islas, yates, se alojan en hoteles lujosos, sus casas son confortables, sus ropas son bonitas y su aspecto físico por lo general es bueno. Sin embargo, muchos de ellos hacen cosas como despedir a gente teniendo beneficios, pagar poco a los obreros que quedan para tener todavía más beneficios, contrabandear armas, narcotraficar, especular con las necesidades básicas como es la vivienda, la sanidad, la educación... Han pagado a gobiernos para que éstos declaren la guerra a países cuyos recursos tienen intereses, no creen en la igualdad, no creen en la democracia, pues hacen que su opinión prevalezca sobre la de otros votantes, tienen periódicos y radios que mienten adrede para beneficiarles, no luchan contra el hambre y las enfermedades; sólo les interesan si les llenan la caja registradora.
Sin embargo, son los seres más afortunados del planeta, pues todo lo que se les antoje lo tienen.
Siempre nos hemos querido creer el tópico de que el bueno siempre triunfa y el malo siempre fracasa: no es verdad. Pongamos, por ejemplo, a la familia Bush: sin contar las fechorías del segundo George (o tercero, me da igual) se han metido en toda clase de negocios oscuros a lo largo de varias generaciones. Uno de ellos estuvo negociando con los nazis, otros, con oscuros tiranos de oriente medio, y sin embargo, el destino les ha premiado con dejar que dos de sus malvados accedan, nada más y nada menos, a la presidencia del gobierno de los Estados Unidos. Ahí es nada. Encima, en períodos en el que su odiado comunismo no les daba la lata porque ya habían conseguido su vieja ambición de derribarlo. Pero hay más ejemplos: Franco murió en la cama, Carlos Menem vive actualmente en la opulencia, pese a que es el principal causante de la ruina de su país y aquí en España vive algún que otro exdictador sudamericano con el riñón bien cubierto.
Por cierto, qué longevos suelen ser los hombre malos. Comparémosles con algunos de los hombres buenos: jóvenes murieron el Che, Martin Luther King, Jesucristo y muchos grandes estrellas del rock que mucha y buena música nos han dado. Mozart, genio donde los haya, también murió joven. Encima, entre fuertes dolores.
Tenemos a cantidad de soplagaitas que viven muy bien de la pintura, pese a que no saben agarrar un pincel y sin embargo Van gogh murió en la miseria y el pobre de Goya exiliado en Francia.
Tenemos a cantidad de sinvergüenzas con tiradas de libros millonarias y recordemos que Kafka no vio un real y John Kennedy Toole jamás pudo disfrutar del éxito que tal vez le hubiera quitado la idea de suicidarse unos años antes.
Cogiendo el título de su libro, todo esto ha ocurrido y ocurre porque nuestra civilización es una "conjura de los necios"que premia a los malvados (que son hasta más longevos) y castiga a los inocentes (que mueren pronto, pregunten por su hijo a esa madre afgana que llora en ese rincón).
Yo creo que la idea que mueve a Earl es una broma más de la serie. Por ahí van los tiros. Él tiene su razón para ser bueno, que por supuesto, respeto, pero no comparto. Como he intentado dejar claro, el ser buen hombre no te va a traer compensaciones porque sí.
Si os preguntáis por mi razón fundamental para ser bueno, la única que tengo, es que yo intento portarme con los demás como quiero que se porten conmigo. No hay nada más.
Para terminar, un mensaje a mi chica:
Cariño, si los hombres malos se les ha premiado con cosas buenas.
¿qué fechoría he hecho yo para que el destino me premie con estar contigo?
El argumento de la serie parte de la creencia de que si tú has hecho buenas acciones, la vida te lo premiará. Bien, pues eso no es verdad. Ahora les diré el por qué.
Los máximos premiados del orbe son los grandes multimillonarios: tienen islas, yates, se alojan en hoteles lujosos, sus casas son confortables, sus ropas son bonitas y su aspecto físico por lo general es bueno. Sin embargo, muchos de ellos hacen cosas como despedir a gente teniendo beneficios, pagar poco a los obreros que quedan para tener todavía más beneficios, contrabandear armas, narcotraficar, especular con las necesidades básicas como es la vivienda, la sanidad, la educación... Han pagado a gobiernos para que éstos declaren la guerra a países cuyos recursos tienen intereses, no creen en la igualdad, no creen en la democracia, pues hacen que su opinión prevalezca sobre la de otros votantes, tienen periódicos y radios que mienten adrede para beneficiarles, no luchan contra el hambre y las enfermedades; sólo les interesan si les llenan la caja registradora.
Sin embargo, son los seres más afortunados del planeta, pues todo lo que se les antoje lo tienen.
Siempre nos hemos querido creer el tópico de que el bueno siempre triunfa y el malo siempre fracasa: no es verdad. Pongamos, por ejemplo, a la familia Bush: sin contar las fechorías del segundo George (o tercero, me da igual) se han metido en toda clase de negocios oscuros a lo largo de varias generaciones. Uno de ellos estuvo negociando con los nazis, otros, con oscuros tiranos de oriente medio, y sin embargo, el destino les ha premiado con dejar que dos de sus malvados accedan, nada más y nada menos, a la presidencia del gobierno de los Estados Unidos. Ahí es nada. Encima, en períodos en el que su odiado comunismo no les daba la lata porque ya habían conseguido su vieja ambición de derribarlo. Pero hay más ejemplos: Franco murió en la cama, Carlos Menem vive actualmente en la opulencia, pese a que es el principal causante de la ruina de su país y aquí en España vive algún que otro exdictador sudamericano con el riñón bien cubierto.
Por cierto, qué longevos suelen ser los hombre malos. Comparémosles con algunos de los hombres buenos: jóvenes murieron el Che, Martin Luther King, Jesucristo y muchos grandes estrellas del rock que mucha y buena música nos han dado. Mozart, genio donde los haya, también murió joven. Encima, entre fuertes dolores.
Tenemos a cantidad de soplagaitas que viven muy bien de la pintura, pese a que no saben agarrar un pincel y sin embargo Van gogh murió en la miseria y el pobre de Goya exiliado en Francia.
Tenemos a cantidad de sinvergüenzas con tiradas de libros millonarias y recordemos que Kafka no vio un real y John Kennedy Toole jamás pudo disfrutar del éxito que tal vez le hubiera quitado la idea de suicidarse unos años antes.
Cogiendo el título de su libro, todo esto ha ocurrido y ocurre porque nuestra civilización es una "conjura de los necios"que premia a los malvados (que son hasta más longevos) y castiga a los inocentes (que mueren pronto, pregunten por su hijo a esa madre afgana que llora en ese rincón).
Yo creo que la idea que mueve a Earl es una broma más de la serie. Por ahí van los tiros. Él tiene su razón para ser bueno, que por supuesto, respeto, pero no comparto. Como he intentado dejar claro, el ser buen hombre no te va a traer compensaciones porque sí.
Si os preguntáis por mi razón fundamental para ser bueno, la única que tengo, es que yo intento portarme con los demás como quiero que se porten conmigo. No hay nada más.
Para terminar, un mensaje a mi chica:
Cariño, si los hombres malos se les ha premiado con cosas buenas.
¿qué fechoría he hecho yo para que el destino me premie con estar contigo?
miércoles, noviembre 08, 2006
En el paro otra vez. Maldita sea mi suerte.
¿ A quién el hecho la culpa? ¿ Al sistema? ¿Al destino? ¿ A mi mismo por no saber controlar mi destino? ¿ a mi mismo por no poner en vereda al sistema?
¿Te hecho la culpa a ti por no unirnos para trocar nuestra mala suerte? ¿O te hecho la culpa a ti, por tener mejor suerte que yo y desear que nada cambie?
Siempre que termino en un trabajo, la sensación que tengo es la misma: tengo que despedirme de la gente y estoy triste para hacerlo. Casi nunca saben qué decirte, o sus palabras de ánimo suenan a no saber cómo consolarte. Hoy, para evitarme el mal trago, no he dicho a nadie que me iba, me he ido como si fuera a volver mañana, porque estoy harto de irme de los sitios para no volver.
En los dos últimos sitios que he trabajado, siempre me dan esperanzas de un nuevo contrato, siempre abrigo la posibilidad de volver: " si hay algo para ti, te llamaremos" Me dijo el jefe de personal del penúltimo sitio en el que estuve y hoy todavía espero su llamada. En el sitio actual, la jefa que gestiona personal me da esperanzas de que pueda volver otra temporada ¡Tal vez un mes seguido!
Otra vez al subsidio del paro. Estoy flojo y encima leo en la prensa que "uno de cada cinco españoles vive bajo el umbral de la pobreza" Creo que hace pocos años, no más de diez, la noticia era de un español por cada siete. Tengo buena memoria. Juro que es cierto.
Y todo pese a que hemos tenido un ciclo económico de vacas gordas en todo este tiempo inmejorable; ningún período histórico anterior ha sido tan bueno. Entonces,
¿Quién se ha llevado la riqueza de esas dos nuevas personas?
¿Quién se ha llevado su libertad?
No hay libertad si hay miseria.
¡Qué paradoja la mía, que para tener libertad debo estar encadenado a un trabajo!
¿ A quién el hecho la culpa? ¿ Al sistema? ¿Al destino? ¿ A mi mismo por no saber controlar mi destino? ¿ a mi mismo por no poner en vereda al sistema?
¿Te hecho la culpa a ti por no unirnos para trocar nuestra mala suerte? ¿O te hecho la culpa a ti, por tener mejor suerte que yo y desear que nada cambie?
Siempre que termino en un trabajo, la sensación que tengo es la misma: tengo que despedirme de la gente y estoy triste para hacerlo. Casi nunca saben qué decirte, o sus palabras de ánimo suenan a no saber cómo consolarte. Hoy, para evitarme el mal trago, no he dicho a nadie que me iba, me he ido como si fuera a volver mañana, porque estoy harto de irme de los sitios para no volver.
En los dos últimos sitios que he trabajado, siempre me dan esperanzas de un nuevo contrato, siempre abrigo la posibilidad de volver: " si hay algo para ti, te llamaremos" Me dijo el jefe de personal del penúltimo sitio en el que estuve y hoy todavía espero su llamada. En el sitio actual, la jefa que gestiona personal me da esperanzas de que pueda volver otra temporada ¡Tal vez un mes seguido!
Otra vez al subsidio del paro. Estoy flojo y encima leo en la prensa que "uno de cada cinco españoles vive bajo el umbral de la pobreza" Creo que hace pocos años, no más de diez, la noticia era de un español por cada siete. Tengo buena memoria. Juro que es cierto.
Y todo pese a que hemos tenido un ciclo económico de vacas gordas en todo este tiempo inmejorable; ningún período histórico anterior ha sido tan bueno. Entonces,
¿Quién se ha llevado la riqueza de esas dos nuevas personas?
¿Quién se ha llevado su libertad?
No hay libertad si hay miseria.
¡Qué paradoja la mía, que para tener libertad debo estar encadenado a un trabajo!
martes, noviembre 07, 2006
Hoy todo no dura nada. Y a los jóvenes, menos.
Chica:
El móvil que tienes ahora en tus manos lo cambiarás dentro de dos años porque la tecla del dos ya no te funciona. Tienes en el zapatero unos zapatos de chúpame la punta, comprados hace sólo siete meses en las rebajas, que estás pensando en tirar porque ya no te gustan, pues dices: " parezco una bruja con ellos puestos" ¿Antes no? Además, quieres vaciar el armario para dar a tu prima la ropa que no te pones.
-Prima, tengo una falda que sólo me he puesto dos veces que te va a encantar-
El coche de tu novio tiene seis años y ya han sacado el modelo nuevo que le sustituye; a tu novio le encanta:
-¿no ves que el nuevo tiene más avances en seguridad que no tiene éste? Debemos pensar ya en cambiarnos. Si no es de esta marca, de otra.
Hiciste una carrera que no te sirve para encontrar trabajo porque no es de las que piden las empresas, tienes que pensar en hacer otra. El máster que hiciste tampoco sirve, lo que aprendiste ya está superado y las empresas ya buscan "otra cosa" (¿el qué?). Tu contrato de teleoperadora está a punto de expirar.
Chico:
¿Cómo es posible que en un coche que sólo tiene seis años te tengas que gastar una pasta porque tiene el embrague hecho polvo? En el certificado de la vida laboral de tu padre recién prejubilado constan sólo tres empresas; en la tuya dieciséis y has tenido contratos de sólo dos días. Has tenido cuatro videoconsolas diferentes. La primera nevera de tu casa duró dieciocho años, la segunda diez y la tercera, está ahora mismo estropeada. Menos mal que todavía le cubre la garantía que da el fabricante de seis meses después de haberla comprado. Unos amigos tuyos y de tu novia ya se han separado. Llevaban ocho meses viviendo juntos.
Todos en General:
Hoy se habla de los setenta, los ochenta y los noventa. Si abrimos un libro de historia, nos dividirán los perídos por los siglos XVII, XVIII, XIX.; si nos remontamos todavía más lejos, se dividirán los períodos en 5000, 4000 ó 3000 antes de Cristo. En una novela del corazón de las de antes, el que era villano moría villano. En un programa del corazón, el villano es bueno o malo en cuestión de días o de ediciones de tarde, de noche o de mañana de los programas del corazón.
Nadie sabe lo que es pasar una tarde contemplando cómo pasa el agua de un río. En general, nadie sabe nada porque no da tiempo de aprender nada.
Bueno, hay dos que sí que saben emplear el tiempo.
Pero nadie tiene el tiempo suficiente para escucharles qué es lo que hay que hacer para tener un buen pasar .
Y este articulillo, que yo quería que fuera más pequeño todavía porque sé que os cansa el leer y queréis que todo sea corto e impactante y no largo y aburrido, no es otra cosa que un homenaje a esa pareja que, ajenos a modas pasajeras, ajenos a las estupideces propias de los que vivimos esta vida más propia de una lavadora programada en centrifugado, son tan sabias como para saber que no tenían otra cosa mejor que hacer que pasar el tiempo juntos. Que todo lo demás no merecía la pena. Que se lo han pasado tan bien que seguro desearán que estos cincuenta largos años (para los patrones actuales, claro) hubieran durado el doble.
Enhorabuena, Josefa y Manuel, por esas bodas de oro que demuestran que no habéis perdido el tiempo.
Chica:
El móvil que tienes ahora en tus manos lo cambiarás dentro de dos años porque la tecla del dos ya no te funciona. Tienes en el zapatero unos zapatos de chúpame la punta, comprados hace sólo siete meses en las rebajas, que estás pensando en tirar porque ya no te gustan, pues dices: " parezco una bruja con ellos puestos" ¿Antes no? Además, quieres vaciar el armario para dar a tu prima la ropa que no te pones.
-Prima, tengo una falda que sólo me he puesto dos veces que te va a encantar-
El coche de tu novio tiene seis años y ya han sacado el modelo nuevo que le sustituye; a tu novio le encanta:
-¿no ves que el nuevo tiene más avances en seguridad que no tiene éste? Debemos pensar ya en cambiarnos. Si no es de esta marca, de otra.
Hiciste una carrera que no te sirve para encontrar trabajo porque no es de las que piden las empresas, tienes que pensar en hacer otra. El máster que hiciste tampoco sirve, lo que aprendiste ya está superado y las empresas ya buscan "otra cosa" (¿el qué?). Tu contrato de teleoperadora está a punto de expirar.
Chico:
¿Cómo es posible que en un coche que sólo tiene seis años te tengas que gastar una pasta porque tiene el embrague hecho polvo? En el certificado de la vida laboral de tu padre recién prejubilado constan sólo tres empresas; en la tuya dieciséis y has tenido contratos de sólo dos días. Has tenido cuatro videoconsolas diferentes. La primera nevera de tu casa duró dieciocho años, la segunda diez y la tercera, está ahora mismo estropeada. Menos mal que todavía le cubre la garantía que da el fabricante de seis meses después de haberla comprado. Unos amigos tuyos y de tu novia ya se han separado. Llevaban ocho meses viviendo juntos.
Todos en General:
Hoy se habla de los setenta, los ochenta y los noventa. Si abrimos un libro de historia, nos dividirán los perídos por los siglos XVII, XVIII, XIX.; si nos remontamos todavía más lejos, se dividirán los períodos en 5000, 4000 ó 3000 antes de Cristo. En una novela del corazón de las de antes, el que era villano moría villano. En un programa del corazón, el villano es bueno o malo en cuestión de días o de ediciones de tarde, de noche o de mañana de los programas del corazón.
Nadie sabe lo que es pasar una tarde contemplando cómo pasa el agua de un río. En general, nadie sabe nada porque no da tiempo de aprender nada.
Bueno, hay dos que sí que saben emplear el tiempo.
Pero nadie tiene el tiempo suficiente para escucharles qué es lo que hay que hacer para tener un buen pasar .
Y este articulillo, que yo quería que fuera más pequeño todavía porque sé que os cansa el leer y queréis que todo sea corto e impactante y no largo y aburrido, no es otra cosa que un homenaje a esa pareja que, ajenos a modas pasajeras, ajenos a las estupideces propias de los que vivimos esta vida más propia de una lavadora programada en centrifugado, son tan sabias como para saber que no tenían otra cosa mejor que hacer que pasar el tiempo juntos. Que todo lo demás no merecía la pena. Que se lo han pasado tan bien que seguro desearán que estos cincuenta largos años (para los patrones actuales, claro) hubieran durado el doble.
Enhorabuena, Josefa y Manuel, por esas bodas de oro que demuestran que no habéis perdido el tiempo.
lunes, noviembre 06, 2006
Hoy estoy un poco triste, porque se ha jubilado mi bibliotecaria y amiga Inés. El tiempo no pasa en balde.
Yo siempre he sido una rata de biblioteca. Si alguien puede presumir en mi barrio de antigüedad como socio de la biblioteca, ése soy yo. El año que viene hago veinte años como tal,aunque la primera vez que pisé la biblioteca fue con ocho años, en que me leí en una tarde Astérix el Galo, y me gustó una barbaridad.
Unos años después, en mi adolescencia, entró a trabajar de bibliotecaria una señora madura: Inés del alma mía. Tenía modales exquisitos y auténtica aversión al ruido, casi un requisito imprescindible para ejercer como bibliotecario/a.
Inés era exiliada chilena. Vino a España allá por el 74. Es decir, la época de cuando Chile pasaba de ser un país civilizado a ser un país de las cavernas y a su vez, España pasaba de ser un país de las cavernas a un país... ¿Civilizado? Bueno, hay veces que lo dudo. Con los precios actuales de los pisos, yo creo que quieren que volvamos a vivir en las cavernas.
Inés era profesora Universitaria allá en Chile. Se especializó en lengua inglesa. Sus orígenes no eran en modo alguno humildes, se puede decir que era de clase acomodada. Creo que se crió en una casa con criada y arañas de las que dan luz en los techos. Pese a ello, era una mujer de izquierdas y por supuesto, creía en los valores e ideales del gobierno de Salvador Allende.
Quien haya estado en una universidad, sabrá que no es difícil saber de que pie cojea cada uno. Al fin de al cabo, una universidad no es otra cosa que laboratorio de ideas, mesa de debate y centro de reunión y estudio: Inés no ocultaba sus afinidades políticas y los chivatos no tardaron en comunicarlas a los servicios de espionaje.
Inés y su marido tuvieron que huir y venir como exiliados aquí a España.
Ella, en los ratos que pasamos juntos, me contó historias atroces: de cómo, por ejemplo, avisaban a su hermana, que era sanitaria, para ayudar a los médicos a recomponer las vaginas de las disidentes de la dictadura, destrozadas por las bayonetas de los militares. De cómo se deshicieron familias enteras y otras muchas, muchísimas barbaridades que merecerían estar en la Historia Universal de la Infamia que escribiera el vecino Borges.
Inés, como todo exiliado, al principio de venir aquí, sufrió mucho. Pese a los lazos de unión que, en teoría, proporciona el idioma español a nuestros respectivos pueblos, ella me dijo que sintió un choque brutal al venir por la diferencias de costumbres. Decía que echaba de menos la melosidad y cortesía en el trato cotidiano que en general tenían los chilenos, nos notaba a los españoles, a los madrileños en concreto, muy secos, más distantes. Decía también que hablábamos muy alto, cosa que en mi caso era verdad, pues siempre estaba chistándome en la biblioteca. Eso sí, como era mujer viajada, decía, que, comparándonos con gentes de otros países, éramos de lo mejor, pero yo creo que tal vez lo decía para regalarme los oídos.
Siempre estaba con un libro en la mano, de autores anglosajones casi siempre, y, por supuesto, editado en lengua inglesa. Era una devota de la literatura anglosajona y creía en la supremacía de dicha literatura sobre todas las demás. Yo, por supuesto, en eso discrepaba, más que nada, porque alguien tiene que defender a Cervantes de los ataques de los ardorosos adoradores de Shakespeare, como el crítico Harold Bloom, que si habéis leído su libro "El canon occidental", sabréis lo pesadito que se pone acerca de la supremacía de Shakespeare frente a los demás escritores, incluido Cervantes. Pues bueno.
Inés era una mujer de mundo a su pesar. Hay veces, que, parafraseando a Delibes "deberíamos ser como un árbol, que nacemos y morimos donde nos plantaron". Como muchos inmigrantes en la actualidad, Inés perdió la tierra donde estaban plantadas sus raíces. Por ella me di cuenta de que nadie viene aquí por gusto: no hay inmigrante o exiliado que le guste más España que su propio país, por mísero que éste fuera.
Fue un honor conocerla. Aunque me duela, tal vez lo mejor es que no la hubiera conocido, y en vez de jubilarse como bibliotecaria en España, se hubiera jubilado como profesora universitaria en Chile.
Inés, hasta siempre.
Yo siempre he sido una rata de biblioteca. Si alguien puede presumir en mi barrio de antigüedad como socio de la biblioteca, ése soy yo. El año que viene hago veinte años como tal,aunque la primera vez que pisé la biblioteca fue con ocho años, en que me leí en una tarde Astérix el Galo, y me gustó una barbaridad.
Unos años después, en mi adolescencia, entró a trabajar de bibliotecaria una señora madura: Inés del alma mía. Tenía modales exquisitos y auténtica aversión al ruido, casi un requisito imprescindible para ejercer como bibliotecario/a.
Inés era exiliada chilena. Vino a España allá por el 74. Es decir, la época de cuando Chile pasaba de ser un país civilizado a ser un país de las cavernas y a su vez, España pasaba de ser un país de las cavernas a un país... ¿Civilizado? Bueno, hay veces que lo dudo. Con los precios actuales de los pisos, yo creo que quieren que volvamos a vivir en las cavernas.
Inés era profesora Universitaria allá en Chile. Se especializó en lengua inglesa. Sus orígenes no eran en modo alguno humildes, se puede decir que era de clase acomodada. Creo que se crió en una casa con criada y arañas de las que dan luz en los techos. Pese a ello, era una mujer de izquierdas y por supuesto, creía en los valores e ideales del gobierno de Salvador Allende.
Quien haya estado en una universidad, sabrá que no es difícil saber de que pie cojea cada uno. Al fin de al cabo, una universidad no es otra cosa que laboratorio de ideas, mesa de debate y centro de reunión y estudio: Inés no ocultaba sus afinidades políticas y los chivatos no tardaron en comunicarlas a los servicios de espionaje.
Inés y su marido tuvieron que huir y venir como exiliados aquí a España.
Ella, en los ratos que pasamos juntos, me contó historias atroces: de cómo, por ejemplo, avisaban a su hermana, que era sanitaria, para ayudar a los médicos a recomponer las vaginas de las disidentes de la dictadura, destrozadas por las bayonetas de los militares. De cómo se deshicieron familias enteras y otras muchas, muchísimas barbaridades que merecerían estar en la Historia Universal de la Infamia que escribiera el vecino Borges.
Inés, como todo exiliado, al principio de venir aquí, sufrió mucho. Pese a los lazos de unión que, en teoría, proporciona el idioma español a nuestros respectivos pueblos, ella me dijo que sintió un choque brutal al venir por la diferencias de costumbres. Decía que echaba de menos la melosidad y cortesía en el trato cotidiano que en general tenían los chilenos, nos notaba a los españoles, a los madrileños en concreto, muy secos, más distantes. Decía también que hablábamos muy alto, cosa que en mi caso era verdad, pues siempre estaba chistándome en la biblioteca. Eso sí, como era mujer viajada, decía, que, comparándonos con gentes de otros países, éramos de lo mejor, pero yo creo que tal vez lo decía para regalarme los oídos.
Siempre estaba con un libro en la mano, de autores anglosajones casi siempre, y, por supuesto, editado en lengua inglesa. Era una devota de la literatura anglosajona y creía en la supremacía de dicha literatura sobre todas las demás. Yo, por supuesto, en eso discrepaba, más que nada, porque alguien tiene que defender a Cervantes de los ataques de los ardorosos adoradores de Shakespeare, como el crítico Harold Bloom, que si habéis leído su libro "El canon occidental", sabréis lo pesadito que se pone acerca de la supremacía de Shakespeare frente a los demás escritores, incluido Cervantes. Pues bueno.
Inés era una mujer de mundo a su pesar. Hay veces, que, parafraseando a Delibes "deberíamos ser como un árbol, que nacemos y morimos donde nos plantaron". Como muchos inmigrantes en la actualidad, Inés perdió la tierra donde estaban plantadas sus raíces. Por ella me di cuenta de que nadie viene aquí por gusto: no hay inmigrante o exiliado que le guste más España que su propio país, por mísero que éste fuera.
Fue un honor conocerla. Aunque me duela, tal vez lo mejor es que no la hubiera conocido, y en vez de jubilarse como bibliotecaria en España, se hubiera jubilado como profesora universitaria en Chile.
Inés, hasta siempre.
domingo, noviembre 05, 2006
Definitivamente, me gusta mucho el dibujante de humor Pallarés.
Hace pocos días os hablaba de Baldomero, el treintañero intelectual con muchas frustraciones encima. Hoy voy a hablaros de Olegario Gandaria, profesor de secundaria.
Se nota que Pallarés concoce bien el universo cerrado de un instituto: los profesores, traumatizados por dar clase, los alumnos, traumatizados por razón de edad. Todos están un poco locos. En fin, la vida de un instituto.
Cuando leo sus tebeos, me acuerdo mucho de mis tiempos de estudiante. Dice la gente que las cosas han ido a peor, pero yo creo que no. Los anhelos que refleja Pallarés en esos chicos son los mismos que los que teníamos en aquella época. Por un lado, el culto al hedonismo, por otro, el deseo de hacer realidad las utopías. Eso es en definitiva donde gastan las neuronas los adolescentes.
Luego está la desorientación ¿Para qué sirve esto que me están enseñando? Los chicos pierden el interés por lo poco práctico de las cosas que se enseñan en un instituto.
Es comprensible: tienes que madrugar y pasarte seis horas escuchando a gente cosas que no te interesan. Les comprendo en eso de madrugar; yo todavía no me he acosumbrado a los madrugones, sobre todo a los invernales. Ese contraste entre el calor de la cama y el frío de la casa todavía me echa para atrás.
Luego está el universo de los profesores. Ellos también tienen sus mezquindades, que intentan no manifestar dentro de las aulas. En general, a todos les mueve un sentido de servicio a la sociedad, creo que son pocos los que están ahí por la nómina de fin de mes. Si te dedicas a la enseñanza sólo por eso, mejor retírate. Concretamente, Olegario Gandaria dista mucho de ser el profesor a la vuelta de todo. Pese a su experiencia, todavía le sorprenden los alumnos. Lucha cada día por hacer interesantes cosas tan extrañas y ajenas para un público adolescente como son los poemas de García Lorca.
Compro El jueves todas las semanas y siempre miro esta página con cierta ansia; ansia de volver a participar en la vida de un instituto, esta vez como profesor.
Alguien me dijo que tal vez mi deseo de enseñar sea debido a que conmigo no lo hicieron muy bien. Bueno, yo creo que hicieron lo que pudieron.
Intentaré hacerlo lo mejor posible, si es que me llega la opostunidad.
Hace pocos días os hablaba de Baldomero, el treintañero intelectual con muchas frustraciones encima. Hoy voy a hablaros de Olegario Gandaria, profesor de secundaria.
Se nota que Pallarés concoce bien el universo cerrado de un instituto: los profesores, traumatizados por dar clase, los alumnos, traumatizados por razón de edad. Todos están un poco locos. En fin, la vida de un instituto.
Cuando leo sus tebeos, me acuerdo mucho de mis tiempos de estudiante. Dice la gente que las cosas han ido a peor, pero yo creo que no. Los anhelos que refleja Pallarés en esos chicos son los mismos que los que teníamos en aquella época. Por un lado, el culto al hedonismo, por otro, el deseo de hacer realidad las utopías. Eso es en definitiva donde gastan las neuronas los adolescentes.
Luego está la desorientación ¿Para qué sirve esto que me están enseñando? Los chicos pierden el interés por lo poco práctico de las cosas que se enseñan en un instituto.
Es comprensible: tienes que madrugar y pasarte seis horas escuchando a gente cosas que no te interesan. Les comprendo en eso de madrugar; yo todavía no me he acosumbrado a los madrugones, sobre todo a los invernales. Ese contraste entre el calor de la cama y el frío de la casa todavía me echa para atrás.
Luego está el universo de los profesores. Ellos también tienen sus mezquindades, que intentan no manifestar dentro de las aulas. En general, a todos les mueve un sentido de servicio a la sociedad, creo que son pocos los que están ahí por la nómina de fin de mes. Si te dedicas a la enseñanza sólo por eso, mejor retírate. Concretamente, Olegario Gandaria dista mucho de ser el profesor a la vuelta de todo. Pese a su experiencia, todavía le sorprenden los alumnos. Lucha cada día por hacer interesantes cosas tan extrañas y ajenas para un público adolescente como son los poemas de García Lorca.
Compro El jueves todas las semanas y siempre miro esta página con cierta ansia; ansia de volver a participar en la vida de un instituto, esta vez como profesor.
Alguien me dijo que tal vez mi deseo de enseñar sea debido a que conmigo no lo hicieron muy bien. Bueno, yo creo que hicieron lo que pudieron.
Intentaré hacerlo lo mejor posible, si es que me llega la opostunidad.
sábado, noviembre 04, 2006
Muchas veces he imaginado lo que haría cuando apruebe las oposiciones. Siempre me ha venido la imagen de que quemaría algunos libros, a modo de catarsis , de abandono definitivo de mi condición de estudiante.
Quemaría libros de texto, temario de oposiciones y cuestonarios de test sicotécnicos.
Sé que quemar libros está mal. Ahora mismo estoy pensando que es el tema fundamental de Fahrenheit 411, el gran libro de Ray Bradbury donde los bomberos no se dedican a apagar incendios, sino encender libros. Me estoy acordando también de que en las novelas de Pepe Carvalho, al detective le gustaba quemar algunos libros en la chimenea. Eso no estaba bien aunque alguno de los que quemaba lo merecieran.
La razón mía de querer quemar libros obedece a mi fracaso: jamás he sido un buen estudiante y todos los manuales y libros que he leído por obligación y no por placer han sido una tortura que me ha venido impuesta porque no me quedaba más remedio si quería buscarme un salida en esta sociedad de titulitis. Tienes que llegar a la universidad, me decían una y otra vez. Y llegué. Pero mi carrera está muy poco valorada por la empresa privada, y queriendo librarme de hacer oposiciones, mandé currículos a colegios privados y ninguna puerta me fue abierta.
Y este mal estudiante tiene que seguir estudiando.
La pena es que os habla un afortunado de tener una carrera universitaria. Nunca se lo agradeceré lo suficiente a mis padres. Ellos no lo dirían con estas palabras, pero estoy seguro que ellos querían liberarme de las cadenas de la ignorancia, de la pobreza y de un destino incierto; pero, esta liberación trajo consigo otra condena: el tener que aprender cosas por las que no estaba mínimamente interesado.
Paralelamente, creció en mí el amor por la lectura que sólo dependía de mi libre albedrío. He leído mucha historia, mucha poesía, teatro, novela, artículos políticos y alguno que otro de tipo científico. Más de ochenta libros al año en mis tiempos de universitario. El poco tiempo que me quedaba, lo dedicaba a los estudios. Como resultado, mi expediente no es para tirar cohetes.
Por eso, los libros que quiero quemar son los que me tengo que leer por una cuestión de supervivencia: grises temarios de oposiciones, libros de texto y cuestionarios. Sólo esos.
Si llega ese momento, me tendréis que guardar el secreto: no sé cómo justificaré ante mis futuros alumnos la quema de libros.
Quemaría libros de texto, temario de oposiciones y cuestonarios de test sicotécnicos.
Sé que quemar libros está mal. Ahora mismo estoy pensando que es el tema fundamental de Fahrenheit 411, el gran libro de Ray Bradbury donde los bomberos no se dedican a apagar incendios, sino encender libros. Me estoy acordando también de que en las novelas de Pepe Carvalho, al detective le gustaba quemar algunos libros en la chimenea. Eso no estaba bien aunque alguno de los que quemaba lo merecieran.
La razón mía de querer quemar libros obedece a mi fracaso: jamás he sido un buen estudiante y todos los manuales y libros que he leído por obligación y no por placer han sido una tortura que me ha venido impuesta porque no me quedaba más remedio si quería buscarme un salida en esta sociedad de titulitis. Tienes que llegar a la universidad, me decían una y otra vez. Y llegué. Pero mi carrera está muy poco valorada por la empresa privada, y queriendo librarme de hacer oposiciones, mandé currículos a colegios privados y ninguna puerta me fue abierta.
Y este mal estudiante tiene que seguir estudiando.
La pena es que os habla un afortunado de tener una carrera universitaria. Nunca se lo agradeceré lo suficiente a mis padres. Ellos no lo dirían con estas palabras, pero estoy seguro que ellos querían liberarme de las cadenas de la ignorancia, de la pobreza y de un destino incierto; pero, esta liberación trajo consigo otra condena: el tener que aprender cosas por las que no estaba mínimamente interesado.
Paralelamente, creció en mí el amor por la lectura que sólo dependía de mi libre albedrío. He leído mucha historia, mucha poesía, teatro, novela, artículos políticos y alguno que otro de tipo científico. Más de ochenta libros al año en mis tiempos de universitario. El poco tiempo que me quedaba, lo dedicaba a los estudios. Como resultado, mi expediente no es para tirar cohetes.
Por eso, los libros que quiero quemar son los que me tengo que leer por una cuestión de supervivencia: grises temarios de oposiciones, libros de texto y cuestionarios. Sólo esos.
Si llega ese momento, me tendréis que guardar el secreto: no sé cómo justificaré ante mis futuros alumnos la quema de libros.
jueves, noviembre 02, 2006
Hay cosas que no entiendo.
Por ejemplo, siendo Sharon stone tan lista (160 de coeficiente intelectual), ¿por qué en vez de dedicarse a una olvidable carrera de actriz no se dedicó a descubrir cosas?
O mejor aún ¿por qué no se dedicó a sacarse las oposiciones a la primera?
Sharon Stone tenía dos opciones: o vivir de su mente o vivir de su cuerpo. Es una suerte, porque la mayoría de los seres humanos carecemos de una de las dos o directamente de las dos. El caso es que se decidió por la segunda: lucir palmito en el cine.
Muchos pondrán el grito en el cielo porque dirán que ser actor no es ser un mero figurín, y yo les digo que salvo Casino, Sharon Stone no ha hecho otra cosa que lucir su excelente figura en infumables películas que no valían ni para acumular polvo en los videoclubes. Acuérdense de Atrapada, de instinto básico I y II (sobre todo esta última) y una que hace de vaquera que ni me acuerdo el nombre.
¡Vaya bazofia de carrera artística!¡Sólo una interpretación memorable en más de dos décadas!¿Cómo es esto posible, en una persona tan inteligente?
Se supone que con ese cráneo privilegiado le quedarán neuronas más que de sobra para elegir con criterio las películas donde va a salir. Pues no: elige papeles que son un insulto a toda la inteligencia, menos a la suya.
Señores, éste sí que es un enigma y no el de las pirámides.
¿No será que Sharon Stone le halaga más que hablen de su culo que de su cabeza?
Aunque visto de otro modo, a lo mejor quiso ser actriz porque vida en la tierra sólo hay una, y es mejor estar pisando alfombrillas rojas que celebrar tu cumpleaños con una ratita de laboratorio como invitada especial antes de diseccionarla. No lo sé.
Agradezcamos a la providencia que Einstein no fuera muy agraciado y que en el cine entonces no se recurriera tanto al seudoerotismo que tantos dones y bienes materiales a reportado a Sharon Stone.
Por cierto, guapísima e inteligentísima, si quieres hacer algo útil, preséntate a la oposición por mi. Reina.
Por ejemplo, siendo Sharon stone tan lista (160 de coeficiente intelectual), ¿por qué en vez de dedicarse a una olvidable carrera de actriz no se dedicó a descubrir cosas?
O mejor aún ¿por qué no se dedicó a sacarse las oposiciones a la primera?
Sharon Stone tenía dos opciones: o vivir de su mente o vivir de su cuerpo. Es una suerte, porque la mayoría de los seres humanos carecemos de una de las dos o directamente de las dos. El caso es que se decidió por la segunda: lucir palmito en el cine.
Muchos pondrán el grito en el cielo porque dirán que ser actor no es ser un mero figurín, y yo les digo que salvo Casino, Sharon Stone no ha hecho otra cosa que lucir su excelente figura en infumables películas que no valían ni para acumular polvo en los videoclubes. Acuérdense de Atrapada, de instinto básico I y II (sobre todo esta última) y una que hace de vaquera que ni me acuerdo el nombre.
¡Vaya bazofia de carrera artística!¡Sólo una interpretación memorable en más de dos décadas!¿Cómo es esto posible, en una persona tan inteligente?
Se supone que con ese cráneo privilegiado le quedarán neuronas más que de sobra para elegir con criterio las películas donde va a salir. Pues no: elige papeles que son un insulto a toda la inteligencia, menos a la suya.
Señores, éste sí que es un enigma y no el de las pirámides.
¿No será que Sharon Stone le halaga más que hablen de su culo que de su cabeza?
Aunque visto de otro modo, a lo mejor quiso ser actriz porque vida en la tierra sólo hay una, y es mejor estar pisando alfombrillas rojas que celebrar tu cumpleaños con una ratita de laboratorio como invitada especial antes de diseccionarla. No lo sé.
Agradezcamos a la providencia que Einstein no fuera muy agraciado y que en el cine entonces no se recurriera tanto al seudoerotismo que tantos dones y bienes materiales a reportado a Sharon Stone.
Por cierto, guapísima e inteligentísima, si quieres hacer algo útil, preséntate a la oposición por mi. Reina.
miércoles, noviembre 01, 2006
Hoy voy a hablar de un profesor que tuve en el Instituto. Quizá la persona que más me influyó de todos los docentes con los que he tratado.
Que Javier Fernández era sumamente tímido es cosa que supe después. Cuando entraba en clase siempre lo hacía muy serio y esperaba a que calláramos, no con un grito, como hacían otros profesores; él daba por hecho que su autoridad sobre nosotros era suficiente para que nos calláramos; y a fe mía que lo conseguía.
Era de la vieja escuela: alguna vez nos contaba que echaba de menos el hecho de que antes, cuando entraba un profesor en el aula, los alumnos se levantaban ipso facto, como si un resorte les obligara a ello. Lo recordaba con un leve barniz de nostalgia en el tono de voz.
Debo decir que cuando yo estaba en el instituto empezaban a caerse las primeras piedras del muro de autoridad de los profesores. Él era quizá de los que más lo sentía.
Cuando yo le tuve como profesor, tendría unos cuarenta y pocos, pero he de decir que era conservador en muchas cosas y en otras no tanto. Solía acudir en una Suzuki de 600 que era la envidia de los que tenían las famosas y deseadas(entonces) vespinos de 50, que a su vez eran la envidia de todos los demás que no las teníamos porque normalmente se llevaban a una chica de paquete.
Javier tenía un chalet, alguna vez nos hizo referencia de ello. Entonces, el sueldo de un catedrático de instituto daba para más que ahora, y eso que el de ahora es muy bueno si lo comparamos con otros sueldos. Creo que mencionó que tenía dos hijas y que se especializó en literatura hispoanoamericana.
Me parece que era de Trujillo, aunque siempre su distanciada forma de ser me parecía más a la de un seco castellano que la de un orgulloso extremeño.Os lo digo yo, que de castellanos y extremeños entiendo algo.
Lo bueno que tenía la forma de ser de Javier es que cuando él se dejaba llevar por los sentimientos, era un torrente que no te dejaba impasible, a poca sensibilidad que tuvieras. Era evidente que se había leído todo lo que enseñaba (muchos otros profesores de literatura no podían decir lo mismo) y cundo di con él literatura en COU, hablaba con igual pasión de Cela, de Proust, de los simbolistas franceses o de Joyce (dice que se terminó el Ulises mientras tomaba el sol en el césped de una piscina pública ¿habrá sitio más raro para leer semejante y sesudo tocho?)
Era evidente que amaba la literatura y le gustaba el oficio de enseñar, aunque creo que su timidez le superaba. Recuerdo que al año de empezar la carrera fui al instituto para verle y me recibió como si no me conociera, saludándome como a un extraño, y eso que hacía sólo un año que él me manifestaba su aprecio por mí en los pasillos de la clase, afecto que como puede ver esas líneas yo tenía y tengo por él.
Marchó a un instituto de Aluche, creo recordar. Tal vez se haya jubilado, no lo sé.
En un encuentro reciente de los profesores y alumnos de aquel entonces, pregunté por él y todos los que le trataron destacaban su peculiaridad de carácter, pero también su calidad de docente.
Valgan estas letras como mi homenaje, pues si llego a alguna vez a ser docente, es a Javier a quien quiero parecerme.
Gracias, profesor.
Que Javier Fernández era sumamente tímido es cosa que supe después. Cuando entraba en clase siempre lo hacía muy serio y esperaba a que calláramos, no con un grito, como hacían otros profesores; él daba por hecho que su autoridad sobre nosotros era suficiente para que nos calláramos; y a fe mía que lo conseguía.
Era de la vieja escuela: alguna vez nos contaba que echaba de menos el hecho de que antes, cuando entraba un profesor en el aula, los alumnos se levantaban ipso facto, como si un resorte les obligara a ello. Lo recordaba con un leve barniz de nostalgia en el tono de voz.
Debo decir que cuando yo estaba en el instituto empezaban a caerse las primeras piedras del muro de autoridad de los profesores. Él era quizá de los que más lo sentía.
Cuando yo le tuve como profesor, tendría unos cuarenta y pocos, pero he de decir que era conservador en muchas cosas y en otras no tanto. Solía acudir en una Suzuki de 600 que era la envidia de los que tenían las famosas y deseadas(entonces) vespinos de 50, que a su vez eran la envidia de todos los demás que no las teníamos porque normalmente se llevaban a una chica de paquete.
Javier tenía un chalet, alguna vez nos hizo referencia de ello. Entonces, el sueldo de un catedrático de instituto daba para más que ahora, y eso que el de ahora es muy bueno si lo comparamos con otros sueldos. Creo que mencionó que tenía dos hijas y que se especializó en literatura hispoanoamericana.
Me parece que era de Trujillo, aunque siempre su distanciada forma de ser me parecía más a la de un seco castellano que la de un orgulloso extremeño.Os lo digo yo, que de castellanos y extremeños entiendo algo.
Lo bueno que tenía la forma de ser de Javier es que cuando él se dejaba llevar por los sentimientos, era un torrente que no te dejaba impasible, a poca sensibilidad que tuvieras. Era evidente que se había leído todo lo que enseñaba (muchos otros profesores de literatura no podían decir lo mismo) y cundo di con él literatura en COU, hablaba con igual pasión de Cela, de Proust, de los simbolistas franceses o de Joyce (dice que se terminó el Ulises mientras tomaba el sol en el césped de una piscina pública ¿habrá sitio más raro para leer semejante y sesudo tocho?)
Era evidente que amaba la literatura y le gustaba el oficio de enseñar, aunque creo que su timidez le superaba. Recuerdo que al año de empezar la carrera fui al instituto para verle y me recibió como si no me conociera, saludándome como a un extraño, y eso que hacía sólo un año que él me manifestaba su aprecio por mí en los pasillos de la clase, afecto que como puede ver esas líneas yo tenía y tengo por él.
Marchó a un instituto de Aluche, creo recordar. Tal vez se haya jubilado, no lo sé.
En un encuentro reciente de los profesores y alumnos de aquel entonces, pregunté por él y todos los que le trataron destacaban su peculiaridad de carácter, pero también su calidad de docente.
Valgan estas letras como mi homenaje, pues si llego a alguna vez a ser docente, es a Javier a quien quiero parecerme.
Gracias, profesor.
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