veintiún gramos dicen que pesa el alma humana, sin que se haya demostrado. Bien, supongamos que, efectivamente, eso es así, pero entonces...¿Dónde están tus gramos, mamá? ¿Dónde los habré perdido? Mirándome en los bolsillos he encontrado cosas que pesan más de veintiún gramos, pero nada pesa tanto como un alma que no se encuentra. Me parecen pocos gramos para una pena que, sin embargo, ay, cómo pesa.
¿y cuánto pesan estas letras? Nada, porque son letras digitales. Si fueran letras de tinta y papel , un poquito. Las unas se podrían considerar ingrávidas, porque flotan en el ciberespacio; las otras, en cambio, son pesadas como tumbas: no en vano son las lápidas del cementerio de la realidad muerta, en esa famosa contraposición que hizo el célebre padre que homenajeaba con poesía narrada a su hijo mortal y rosa. El niño dejó el mundo de las cosas y estaba sólo en la realidad muerta de las palabras.
Por mucho que haya cambiado la realidad, con nuevos inventos -qué mágico es aquello de que estas letras naden en un universo de ceros y unos- lo que no ha cambiado es que las letras son muertos que aparentan estar vivos y aunque sabes que de siempre me han gustado mucho esos soldaditos que desfilan unos detrás de otros, siempre he pensado que lo interesante está en el mundo de las cosas y que cuando alguien lo deja, como es tu caso, como lo es el de aquel niño hijo de escritor, es que algo ha ido mal y no queda más consuelo que revivir falsamente mediante un escrito.
No me puedo creer lo que has hecho ¡Nos has dejado! la que nos dio vida. La que nos trajo al universo de las cosas. Hay quien dice que no se puede ser y no ser al mismo tiempo; yo quiero creer que tampoco es posible que quien ha sido, ya no sea. Si el amor es infinito, tú, mamá, que has sido todo amor ¿Cómo vas a estar sujeta a finitud? Sé que mi pena es muy común y es ley natural ver morir a quien te dio la vida ¡Pero cómo duele!
Adiós, mamá.